Un Plymouth Fury del ’73, aquel que fue creado en la primavera de ese año,
color verde petróleo, llantas relucientes y unos de los pocos que quedaban con
cinco puertas, rugía con fuerza por la oscura y deshabitada calle. Los árboles
mostraban el camino a seguir, a un lado de la carretera, por ambos sentidos.
Las únicas luces que se veían eran las provenientes del monstruo de vehículo
que avanzaba mostrando todo su esplendor y magnificencia.
Pasaba con rapidez por la tenebrosa ruta, llevaba prisa y se notaba en el
marcador de la velocidad. Quería beber algo y descansar, ya le quedaba poco
para llegar a aquella posada donde su dueña siempre la recibía con los brazos
abiertos, sin importar la hora ni el estado en que se encontrara.
El cartel parpadeante a una orilla del camino, anunciando el nombre del
lugar al que se dirigía, la hizo sonreír. Desde que recordaba la luz estaba
quemada y era el motivo que lo hacía parpadear. Señaló que viraría a la
derecha, a pesar que el camino estaba completamente despejado a esa hora de la
noche, y dobló.
Por fuera todo seguía como lo recordaba, al igual que la luz roja
parpadeante que miraba hace unos instantes. Las piedras al ser aplastadas por
las ruedas de su auto emitían un sonoro crujido que le llenaba su cabeza de
recuerdos, al igual que los olores a bosque, tierra, cerveza y frituras. Suspiró
y buscó un lugar donde aparcar.
Estacionó su «ángel», como llamaba al monstruo de la carretera que acompañó a su padre a tantos
lugares. Pasó sus dedos con suavidad sobre el volante, pensando en que le
pertenecía a ella, como tantas otras cosas heredadas luego de la muerte de
quien le dio la vida.
Por suerte lo sabía controlar a la perfección, sino nunca hubiera entrado
en el pequeño espacio que quedaba libre, el único frente a la posada.
Apagó la radio, pero en su cabeza seguía tarareando la canción de aquel
grupo de hermanos escoceses que sabían elegir muy bien su pintoresca ropa, que
sonaba con fuerza a través de los parlantes. Ella, al igual que sus compañeros
de trabajo, le encantaba el rock, aunque no tan pesado como el que escuchaba su
padre. Quitó la llave de su «ángel» y, una vez que se aseguró que todo se
encontraba cerrado y sin problemas, descendió del vehículo.
Observó el cartel sobre el tejado, el que indicaba con todas sus luces
buenas, el nombre del recinto. «Midnight» se podía leer. Sonrió por eso, sólo
había un idiota falto de imaginación para un nombre como ése. Aunque cualquier
cosa es bueno comparado con el anterior. Meneó su cabeza en señal de negación,
como siempre le dijo a su padre, el nombre del dueño de la posada era ridículo,
y ponérselo también al bar era peor.
Comenzó a caminar con las manos en los bolsillos de su chaqueta, sintiendo
sobre ella las miradas de las personas que se encontraban fuera del local. No
lo pareció raro, quizás antes sí le hubiera dado una extraña sensación, mas no
ahora. Tenía su pequeña fama por causa de su padre.
Entró al recinto y miró a los alrededores, con la única intensión de
encontrar a la dueña. Pero no la vio en el bar donde suele servir los tragos.
Continuó observando sin perder detalle, repasando cada cosa de aquel lugar que
hace tanto tiempo no visitaba y que la soportó por varios años. Suspiró,
existen pensamientos que quedan mejor en el olvido.
Las paredes revestidas de madera seguían tan desgastadas y falta de color
como siempre. La mayoría de las mesas se encontraban tal cual las dejó la
última vez que estuvo por allí, quizás sólo las habían movido unos centímetros.
Otras estaban tiradas en el suelo o montadas sobre las mismas. Frunció el ceño
y se imaginó dónde podría estar la persona a quien buscaba.
La gente reunida en el local era bastante, aun así no lo suficiente como
para llenarlo. La mayoría eran hombres solos, bebiendo cerveza y comiendo
hamburguesas. Había de todas las edades y, por su aspecto, no resultó difícil
imaginar que hacían lo mismo que ella, o algo bastante parecido.
Caminó con paso firme hasta llegar al bar, se sentó frente a la caja y
esperó. En cualquier momento llegaría esa persona y, por cómo se veía el
ambiente, prefería ser de ayuda y cuidar la caja a estar perdiendo el tiempo
observando que el local no tenía los mayores cambios.
—¡Hay! —escuchó la voz de un hombre tras ella—. ¡Qué gusto verte aquí! ¿Qué
te invito?
—Noah —dijo mirándolo a los ojos y sin mostrar entusiasmo. El idiota sin
imaginación había llegado—. Por ahora nada, gracias —respondió cortante,
volviendo su vista a la caja del lugar.
—¡Demonios! —exclamó el tipo, que por su aliento se notaba estaba bebiendo
algo fuerte—. Cada vez que te veo estás más bella —habló con suavidad una vez
que se sentó junto a la chica.
—No los llames —contestó al quitarse el gorro vaquero color marrón que
llevaba puesto y dejarlo sobre el bar.
Noah se quedó mirándola boquiabierto, no podía creer que continuara con el
negocio familiar, no después de lo que pasó. Todos —incluyendo su tía— pensaron
que se retiraría y formaría una linda familia, alejada de lo que vivió con su
padre. ¡Qué equivocados estaban al pensar de esa manera! El ser que le dio la
vida llevaba muerto apenas un año y, en esos meses, ella se había hecho nombre
entre todos sus compañeros.
—Noah, tu mirada me incomoda —espetó clavando sus ojos en el chico—. No
vine hasta aquí para que me observes así.
—Lo lamento —esbozó una sonrisa de
medio lado—. Es sólo que… No me puedo creer que la hija de Evans
Marshall siguiera con el negocio.
—¿Me crees poca cosa? —preguntó con sus ojos verdes desafiantes.
—No, claro que no —se defendió apresuradamente—. Todos hemos escuchado de
tus actos.
—Entonces, ¿qué tiene de raro que siguiera con el negocio? —indagó con su
mirada fija en los ojos turquesa que tenía al frente, intentando intimidarlo—.
¿Acaso no era lo mismo que hacía con mi padre?
—Bueno sí, pero… —Dudó antes de seguir hablando, mas no bajó su vista de la
chica—. Eres mujer. —Ella meneó su cabeza, clavó sus ojos en la caja y sonrió
sarcástica—. Pensamos que formarías una linda familia…
—¿A tu lado? —consultó con sorna y sin mirarlo.
—Si eso es lo que quieres —respondió con una sonrisa—. Nos conocemos de
hace tiempo y…
—Vengo por trabajo. —Tomó su gorro vaquero y se lo colocó—. No por idiotas
—le guiñó un ojo al levantarse, demostrándole que él era el idiota.
—Espera. —La detuvo agarrándola del brazo.
—¿Qué? —preguntó molesta, soltándose y mirando al chico de cabellos
cobrizos.
—Tengo una cacería. —La miró a los ojos, esos que resplandecían cada vez
que escuchaba aquella palabra. La sed de venganza estaba a flor de piel—. Es
por aquí cerca, vamos y muestras de lo que eres capaz —susurró en su oído,
provocándola para que la acompañara.
—Vamos —contestó al darle la espalda para comenzar a caminar a la salida.
—Yo manejo —añadió mirándola a la espalda.
—Tu auto —musitó con ironía—, mi ángel no lo toca nadie.
—Veamos de qué está hecha Hayley Marshall —dijo por lo bajo, sin que ella
lograra escucharlo, momentos antes de salir del local.
Se dirigieron a sus respectivos autos, pero Noah detuvo a la chica para
indicarle que lo siguiera, que él encabezaría la marcha. Lo ignoró y subió a su
ángel, esperando que el idiota partiera para seguirlo. No necesitaba que le
dijera lo que debía hacer, con su padre habían trabajado con otros cazadores,
conocía a la perfección como se procede en esos casos.
Él arrancó su camioneta Ford F-550 con un suave rugir y emprendió su rumbo
seguido por Hayley. Sonreía al pensar que al fin podría tener a aquella chica
en sus brazos, luego de años de conocerla y a pesar que conocía de sus
sentimientos, se merecía un poco de diversión con ella.
Más atrás, la de verde mirada pensaba en algo completamente diferente, en
su mente sólo estaba la imagen de la creatura a la que debía cazar esta vez.
Recordaba a la perfección al demonio que mató a su padre y se maldecía una y
otra vez al pensar en aquel trágico accidente. Odiaba a ese ser y lo acabaría
tal y como se lo prometió a quien le dio la vida cuando dejó de respirar.
Continuaron avanzando unos kilómetros hacia el sur, por la misma carretera
que ella viajaba hace unos minutos. Noah llegó a una bifurcación y señaló con
el intermitente derecho que viraría, entró por un camino de tierra y piedras,
con una lentitud exasperante para Hayley aunque completamente comprensible, así
no estropearían las ruedas de sus autos. Comenzó a seguirlo más de cerca, en
aquel estrecho camino apenas y cabía un auto a la vez. Lo único que se veía a
los costados y adelante, más bien por donde se mirara, eran árboles enormes y
una densa neblina empezaba a bajar.
—Ideal para la caza —sonrió ella el ver el paisaje.
—Ideal para la noche —dijo Noah con la vista perdida en el camino.
Hayley divisó una casa unos metros más adelante, al mismo tiempo que el
chico indicaba que debían doblar a la izquierda. Avanzaron un poco más y
llegaron frente a la vivienda, algo destartalada y lúgubre, se notaba que no
estaba siendo utilizada de hace mucho tiempo. La madera resquebrajada y los
vidrios rotos, pero aun así, no estaban en tan malas condiciones como otras que
había visto en sus viajes. Noah detuvo su camioneta y ella su ángel.
Él bajó de su automóvil mientras Hayley se quedó observando con indecisión
la guantera de su auto, no sabía si sacar aquella arma que perteneció a su
padre, la cual era capaz de matar demonios, o simplemente usar sus poderes.
Suspiró y meneó la cabeza, con Noah en los alrededores eso no era una opción,
no era conveniente que la viera utilizándolos. Levantó la vista y miró la casa,
escudriñándola con atención, buscando algún tipo de señal, pero sonrió y salió
de su ángel sin haber sacado el arma.
Noah la observó curioso y atento a sus movimientos, según los rumores
aquella chica de veinticuatro años había acabado con una gran cantidad de seres
sobrenaturales en los últimos meses. Sonrió de medio lado, su apariencia no
demostraba que fuera una cazadora, pero él sabía que lo era, a pesar que no
habían tenido la oportunidad de ir de cacería juntos. Se lamió el labio al
pensar que una chica así no se encontraba en cualquier lado. La miró de pies a
cabeza, sus cabellos lisos color trigo contrastaban con sus ojos verdes y
aquella mirada de indiferencia que era regalada a cualquiera que no fuera un
amigo, le combinaban a la perfección. Su tez con un suave tostado demostraba
que era la hija de uno de los más famosos cazadores que han existido, tan alta
como su padre y de una contextura normal para su estatura, llamaba la atención
por donde pasaba.
—Pensé que te habías asustado y te retirarías —dijo con sarcasmo cuando
ella llegó a su lado.
—Por nada del mundo me perdería el ver cómo sales llorando, igual que un
bebé, cuando veas a un demonio. —Pasó junto a él en dirección a la puerta de la
casa.
—No creo que llore —añadió acercándose—. Es más, nos divertiremos bastante
—susurró cerca del oído de Hayley.
—Bien. —Se detuvo junto a la puerta—, te doy el honor de entrar primero.
—Como gustes —respondió altivo al pasar junto a ella y girar el pomo.
Ella fijó sus ojos en el chico, lo vio entrar sin preocuparse siquiera
porque un demonio pudiera estar adentro, bien sabía lo que tramaba, no por nada
lo conocía desde hacía tanto. Además, desde que observó la casa antes de
descender de su auto, se percató de lo que realmente ocurría.
Se paró en el umbral de la puerta y se apoyó en el marco, sin quitar su
vista del chico que caminaba de una habitación a otra sin importarle nada y
dando la impresión que buscaba algo. Suspiró resignada.
—¿Qué es lo que realmente quieres? —preguntó sin moverse del lugar de donde
estaba.
—Un demonio —contestó sonriente al mirarla—, algo sobrenatural que podamos
cazar.
—Tú sabes tan bien como yo —dijo con tono molesto al levantar la vista y
fijarla en la del cazador— que aquí no hay nada sobrenatural, me has hecho
perder el tiempo con tus niñerías. —Le dio la espalda y caminó en dirección a
su auto.
—Espera. —La detuvo agarrando su brazo—. Vamos, tú también lo quieres. —La
abrazó desde atrás e intentó besar su cuello.
—No me gusta que me agarren así del brazo —refutó de mala gana antes que
Noah saliera disparado en retroceso y chocara contra una de las paredes de la
casa.
Caminó con paso decidido en dirección a su ángel, sin importarle en lo más
mínimo el bienestar del cazador. Se subió, arrancó y partió rumbo a la posada
de donde nunca debió salir. No tendría que haber usado su poder en Noah, eso lo
sabía muy bien, pero no le quedó de otra, quién sabe de qué más sería capaz con
tal de tenerla una noche a su antojo. Meneó su cabeza con un gesto agotado y
recordó todas las veces que le dijo a su padre lo idiota que era aquel chico.
Continuó conduciendo a toda velocidad por la carretera de asfalto.
Noah era un tipo alto, de espalda ancha, una musculatura bien formada
debido al trabajo que realizaba, de cabellos color cobrizo, con unos pequeños
rizos y con un largo que no le pasara las orejas, de tez blanca, pero sin
llegar a pálido que le hacían resaltar sus ojos turquesa, los cuales se
mantenían cerrados debido al dolor que sentía por el golpe dado contra la
pared. Él se encontraba guapo, por esa razón no entendía el rechazo de Hayley.
Un gesto de fastidio era lo que tenía dibujado su rostro, una mueca de
desgano en sus labios y el ceño fruncido indicaban que no lograba entender lo
que había sucedido y, lo peor, era que dudaba que algún día lo entendiera.
Apretó sus puños con fuerza y decidió quedarse en el lugar hasta que el
dolor amainara, era una fuerte molestia la que sentía tanto en su pecho como en
su espalda. Suspiró esperando que su mentira no se hiciera realidad y algún ser
sobrenatural se apareciera y cobrará venganza por todas las «vidas» a tales
creaturas que él había quitado a lo largo de los años que llevaba en ese
trabajo.
De un momento a otro comenzó a reír con demencia y abrió los ojos
posándolos al frente, donde el vaivén de la puerta mostraba que afuera corría
un fuerte viento, típico de la región donde se encontraba. Las carcajadas se pagaron
de pronto para dar paso a una mirada seria.
—Estúpida Hayley, aún sigues con eso… —sonrió de medio lado—. ¿Cuándo será
el día en que al fin lo dejes atrás? Será que todavía tienes esperanza…
Se levantó con dificultad y caminó con pereza, cerró la puerta tras de sí y
avanzó con lentitud hasta su camioneta, la montó y luego de muchos minutos
partió rumbo a su casa. Aún con el pensamiento de que Hayley era una estúpida
al esperar algo que jamás llegaría en lugar de tomar lo que tenía al frente,
que obviamente era lo mejor de lo mejor.
Cuando llegó a la posada, varios de los autos que había antes de irse con
Noah ya no estaban, razón por la que pudo estacionar libremente su ángel.
Volvió a entrar al lugar y, tal como pasaba con el estacionamiento, casi no
quedaba gente en su interior. Miró en dirección al bar, allí estaba la persona
que tanto buscaba antes, limpiando y secando algunos vasos y copas. Caminó
hacia ella, quien al verla le regaló una amplia sonrisa; una vez a su lado, la
abrazó tan fuerte que parecía que su vida se iba en ello.
—¡Cuánto tiempo sin verte, Hayley! —exclamó con entusiasmo sin soltarla.
—Desde la muerte de mi padre —respondió ocultando su rostro en el cuerpo de
la tan apreciada mujer.
—¿Te quedarás a dormir? —preguntó pasando la mano por el cabello de la
chica, tal y como lo haría una madre a su hija luego de mucho tiempo sin verla.
—Si no te molesta —contestó soltándose del abrazo y fijando la vista en los
ojos castaños que tenía en frente.
—¡Claro que no me molesta! —dijo la mujer acariciándole las mejillas—.
Siempre eres y serás bienvenida aquí.
—Gracias —musitó Hayley escondiendo su felicidad—. Te extrañé mucho.
—Yo igual —susurró y agarró un par de cajas pequeñas con whisky—. Espérame
un poco, no tardo.
—Está bien —suspiró al sentarse en una de las sillas a la orilla del bar.
Observó cómo aquella mujer, de no más de cuarenta y cinco años, desaparecía
por la puerta trasera del local. Rachel era su nombre, conocida por su
hospitalidad y gran ayuda a todos los cazadores, además de sus exquisitas
comidas. Era una mujer de unos pocos centímetros menos que Hayley, cabellos
largos, lisos y color castaño oscuro, contextura normal y tez morena, junto con
una sonrisa que siempre estaba presente en sus labios. Prácticamente había sido
una madre para la chica.
Se levantó de su asiento y entró al bar, cerca de la caja se encontraba la
carpeta —pintada de rojo y con un gran signo de amor y paz— que le pediría a
Rachel. La tomó y comenzó a ojearla, con el único fin de encontrar alguna pista
para dar con el paradero de aquel demonio que le hacía hervir la sangre
pensando en venganza. Pero solamente encontró recortes de periódicos con
diferentes fechas y lugares que mostraban desapariciones de vacas.
—Vampiros —dijo con frustración al dejar la carpeta en su lugar.
—¿Eso crees? —preguntó la mayor al llegar a su lado.
—Me he encontrado con algunos que beben sangre de vacas —respondió
apoyándose en el respaldo del bar, sin darle mayor importancia al hecho—. Dicen
ser «vegetarianos».
—¿Qué haces con ellos? —consultó con curiosidad.
—Los interrogó —contestó con pasividad—. Cualquier creatura sobrenatural me
puede dar información sobre aquel demonio.
—La venganza no es buena —cantó Rachel continuando con la limpieza de
vasos.
—Lo sé —susurró cansada—. Pero mi padre dio su vida por mí. —La ira se notó
en el tono de su voz—. Era a mí a quien quería.
—Hayley —habló Rachel mirándola fijamente y dejando lo que hacía—, sabes
tan bien como yo que los demonios juegan con la mente de las personas. Tú
estabas débil y a pesar de ser… —Se silenció, no podía revelar ese secreto en
público y menos en el lugar donde se encontraban, nunca se sabía quién podría
escuchar—. Seas lo que seas. —Terminó de decir—, pudo jugar con tu mente.
—Lo sé, pero mis ganas por acabar con todo eso son mayores que cualquier
otra cosa. —Golpeó con sus puños la envejecida madera del bar.
—No creo que sean los vampiros los responsables de la desaparición de esas
vacas. —Cambió de tema al volver a la limpieza de los vasos, no quería hacer
enfurecer a la recién llegada.
—¿Por qué?
—Un cazador llegó hablando, hace no más de tres días, sobre un hombre lobo
—habló con tranquilidad al salir del bar y dirigirse a una mesa, donde un
enorme tipo dormía.
—Así que un hombre lobo… —musitó al volver a tomar la carpeta, observando
con detenimiento cada una de las imágenes de las noticias.
Rachel llegó junto al durmiente sobre la mesa y lo remeció de los hombros,
no le gustaba que los clientes se durmieran de esa manera, no por nada se
encargó de ampliar el local, construyendo habitaciones de hospedaje. Pero el
tipo simplemente se digno a mostrarle la otra parte calva de su cabeza y
continuó con lo que hacía.
—Hayley. —La llamó sin dejar de mirar al hombre—, ¿me alcanzas el
despertador, por favor?
—Claro. —La chica levantó la mirada de la carpeta—, ahora lo llevo. —Se
agachó y buscó la escopeta de sonido que solía guardar la dueña de la posada
bajo el bar, la encontró y se la entregó, recordando tapar sus oídos al girar y
volver sobre sus pisadas al lugar donde antes se encontraba.
—¡Despierta! —gritó Rachel en el oído del tipo, pero no hubo respuesta—. Te
lo advertí —dijo mientras cargaba el arma que tenía en sus manos.
Contó hasta tres, fue la última oportunidad que le dio al enorme hombre y
apretó el gatillo. El sonido ensordecedor retumbó en el local, algunos vidrios
vibraron, por suerte ninguno se quebró. El tipo se puso de pie instantáneamente
y se metió bajo la mesa, Rachel sonrió.
—Las mesas no son para dormir —ordenó con voz autoritaria caminando al bar—.
Puedes dejar de esconderte, es sólo de sonido.
—Buen susto le has dado.
—No hay nada mejor. —Sonrió guardando el arma—, que dar un susto a los que
con sólo verlos dan miedo.
—Las apariencias engañan… —susurró Hayley mirando al tipo que aún no salía
de la mesa.
—¿Viste a Noah antes de llegar? —preguntó abriendo la caja.
—Sí —contestó—. Me invitó a una cacería, pero en el lugar no había nada.
—¿Te llevó a la casa abandonada? —cuestionó mientras ordenaba el dinero que
reunió durante el día.
—Así es. ¿Tu sobrino acostumbra a llevar chicas allí?
—Seguidamente —suspiró sin dejar lo que hacía—. Seguidamente…
—Si no fuera porque es buen cazador y es tu sobrino —añadió Hayley sin
despegar su mirada de las noticias—, te juro, Rachel, que lo habría golpeado
más fuerte.
—Todo en orden —anunció cerrando la caja y caminar hacia la chica—. ¿Lo
golpeaste otra vez? —preguntó con una sonrisa.
—Esta vez. —Fijó sus ojos en la mayor—, fue con un poco de mis poderes. —Su
voz sonó a disculpa, no le gustaba usarlos con humanos pero a veces no tenía
más opción.
—Para la próxima, aunque espero que no haya una próxima —sonrió—, yo te
ayudo a darle una golpiza. —Dejó su mano en la espalda de Hayley, a lo que ésta
respondió con un escalofrío—. ¿Aún no te acostumbras?
—Sólo con papá —musitó al bajar la mirada.
—¿Cómo va la búsqueda? —Cambió de tema, sabía a la perfección lo doloroso
que era para ella hablar de aquello y ya tenía la costumbre de callar cuando
charlaban de eso.
—Por las fotos de las vacas. —Le enseñó lo que observaba en los
periódicos—, te aseguro que no son demonios, pero tengo mis dudas entre
vampiros y hombres lobos. Si te fijas bien, tienen uno que otro rasguño.
—Apuntó con el dedo índice el lugar de las marcas de los animales muertos—. Los
hombres lobo, por lo general, desgarran por completo hasta llegar al corazón y
los vampiros no dejan sangre, aquí hay mucha, demasiada diría yo.
—¿Irás a investigar? —preguntó Rachel mirando la puerta para ver quien
llegaba—. ¡Noah! —exclamó al tenerlo en frente—, ¿cómo estás?
—Bien —respondió, con la mente ocupada entendiendo qué fue lo que pasó,
cómo salió volando hacia atrás y por qué Hayley no se daba cuenta del tremendo
partidazo que tenía al frente—. Me iré a dormir.
—Llegó enojado —burló su tía.
—Yo diría que confundido —acotó Hayley—. Se le notó en la cara, debe estar
preguntándose qué pasó.
—¿Qué harás con las vacas? —indagó mirando el reloj que colgaba de unas de
las paredes del local.
—Iré a investigar a terreno —contestó—. ¿Me dejas quedar durante tres días?
—Hizo unos cuantos pucheros a la mujer.
—No tienes que ponerme esas caras. —Le dio unos pequeños golpes en la
mejilla izquierda—. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.
—¡Gracias, gracias! —La abrazó con fuerza—. Necesito algunas provisiones
antes de salir.
—Tengo varias cosas en la alacena…
—Se me acabaron las balas de plata y algunos amuletos se rompieron
—interrumpió llevándose el dedo índice a la mejilla—. Creo que tres días
bastará para arreglar todo eso.
—Pero ya es hora que descanses —ordenó la mayor—. Puedo asegurar que no has
dormido de hace más de veintisiete horas.
—¿Tanto se me nota? —preguntó riendo.
—No, claro que no —sonrió—, pero te conozco.
—Buenas noches, Rachel —dijo abrazándola fuerte.
—Duerme bien y descansa —susurró aferrándola con fuerza.
Hayley salió detrás del bar y caminó en dirección a donde se encontraba la
habitación que usaba siempre que se quedaba allí. Aquel lugar que la había
hospedado cuando su padre debía hacer trabajos demasiado peligrosos para su
edad, donde durmió junto a él tantas veces luego de quedar exhaustos de lo que
realizaban. Abrió la puerta y, tal como todo en la posada, la habitación estaba
igual a como la dejó tiempo atrás. Se quitó el sombrero de vaquero y lo soltó
sobre la que una vez fue la cama que usaba su padre. No pudo evitar que una
lágrima rodara por su mejilla, no era la primera vez que dormía sin el cazador
allí, pero sí era la primera que no debía esperar su llegada.
Se quitó los bototos, el pantalón, la campera y la camisa, quedando sólo en
ropa interior y una camiseta. Se lanzó sobre su cama, se arropó y cerró los ojos, el sueño le ganó al llanto
y se durmió pensando en su padre.
Caminaba por un oscuro callejón, no sabía dónde se encontraba ni qué hacía
allí. Miró atrás y sólo vio oscuridad, así que continuó adelante. Se sentía
distinta, observó sus pies y llevaba puestos sus pequeños bototos negros con
gris que su padre le había regalado cuando cumplió diez años, frunció el ceño
confundida y se fijó en sus manos, eran pequeñas. Tocó sus cabellos y los tenía
cortos. Algo muy extraño estaba pasando: volvió a ser una pequeña niña de diez
años. Siguió caminando y se encontró con una plaza y en ella un niño se
columpiaba dándole la espalda. Se acercó lentamente para preguntarle dónde
estaba, pero el niño cada vez se alejaba más y más, de pronto se bajó del juego
y se volteó para mirar a la niña que tenía en frente, directo a los ojos.
—Bastian —susurró suavemente al reconocerlo.
Pero él no le respondió, sonrió y se alejó rápidamente, la niña corrió
persiguiéndolo hasta que desapareció en la oscuridad. Un fuerte grito se
escuchó a lo lejos, apresuró su paso en dirección al lugar donde provenía el
sonido, mas no lograba ver nada, todo estaba tan oscuro…
Algo detuvo su paso y todo se iluminó, se encontraba en un gran galpón
escondida tras unas cajas, en el centro había tres personas de no más de
diecisiete años, dos hombres y una mujer. Uno de ellos se movió hacia la
izquierda para buscar un cuchillo que estaba sobre la mesa y pudo ver que en
las cercanías estaba Bastian. Tenía en su mirada reflejado el horror. Se puso
de pie, no aguantaría que le hicieran daño a su único amigo, pero algo no la
dejaba avanzar, sólo podía mirar desde allí. El tipo que tenía el cuchillo se acercó
a Bastian y le hizo un corte en ambas muñecas, a lo que él le respondió con un
fuerte grito de dolor y pánico. El hombre le pasó el cuchillo a la mujer y ésta
se hizo un corte en el antebrazo. La sangre comenzó a brotar, agarró el brazo
de Bastian —quien luchaba para que no le hicieran nada— y juntó ambas heridas
mezclando las sangres. Le entregó el cuchillo al otro tipo y éste hizo lo mismo
que ella, pero con el otro brazo del niño. El tipo que cortó los brazos del
niño reía a carcajadas. Bastian continuaba gritando de dolor y pidiendo ayuda,
una que nunca llegó.
La niña continuaba mirando todo sin poder moverse, de pronto el cuerpo de
Bastian cayó al suelo con pequeñas convulsiones, los ojos completamente
blancos, desorbitados y de la boca le salía espuma. Los tres tipos a su
alrededor lo observaban y se carcajeaban.
—¡¡Bastian!! —gritó, esta vez, la niña—. ¡¡Bastian!!
Se despertó agitada y sudada, estaba sentada en la cama, aún era de noche.
Pasó su mano sobre su cara y dejó caer su espalda quedando nuevamente acostada,
mirando el cielo en aquella oscura habitación. Hacía tanto tiempo que esa
pesadilla no se presentaba, recordó la primera vez que la tuvo, le contó a su
padre y decidieron buscar al chico en la ciudad donde lo conoció, pero cuando
dieron con su hogar estaba vacío. Lo raro fue que no parecía una mudanza, ya
que todos los objetos del hogar y la ropa la dejaron allí. Al parecer sólo se
habían mudado las personas que vivían en la casa.
Averiguaron con algunos vecinos qué había pasado, pero nadie sabía algo en
concreto, todo lo que consiguieron fue suposiciones de lo ocurrido con ellos. Hayley
no se rendiría y lo seguiría buscando hasta encontrar respuestas de lo que
pasó, sabía que era algo malo, por eso aquel sueño la perseguía desde tiempo
atrás, y tenía la firme convicción de que algún día encontraría a Bastian
O’Ryan.
Un pequeño rayo de sol se filtró por entre las cortinas azul cielo que
tenía la ventana de tamaño mediano en la habitación, se escondió entre las
sábanas, pero un largo día le esperaba, así que perezosamente decidió ponerse
de pie, se estiró y buscó en sus cosas una toalla. Se fue al baño a darse una
relajante y despertadora ducha.
Cuando estuvo lista se devolvió a la habitación para ponerse ropa, mientras
rogaba por no encontrase con Noah, aunque sea en la mañana, era inevitable no
verlo ya que se encontraba en su hogar. Por eso se conformaba con que no se le
apareciera hasta la tarde, no tenía ganas de fingir alguna explicación por lo
ocurrido. Salió de la habitación y se fue a donde debería estar Rachel, en el
bar, y efectivamente allí estaba, preparando el desayuno.
—Buenos días —saludó la mujer cuando la vio aparecer.
—Buenos —respondió la chica—. ¿Qué preparas?
—Tostadas y café.
—Nadie prepara café como tú. —Se sentó en uno de los asientos a la orilla
del bar.
—Lo sé —dijo con aires ególatras pasándole una taza.
—Rachel —habló al recibir lo ofrecido—, necesito un favor.
—Dime. —Le dejó algunas tostadas con mermelada.
—Es… —susurró mirando a su alrededor, para comprobar que sólo se encontraba
Rachel y ella—, tú sabes.
—¿Necesitas que te las revise? —preguntó entendiendo a la perfección las
pocas palabras de Hayley.
—Sí —musitó mirándola a los ojos—. No las he sacado desde que murió papá.
—Bajó la vista mostrando lo mal que se sentía cada vez que lo recordaba—. No sé
si estarán bien después de aquella pelea.
—Por poco y te las arranca. —Rachel pasó su mano suavemente por el cabello
de la chica—. Te aconsejé que no las sacaras, a no ser que fuera sumamente
necesario.
—No lo ha sido —respondió bebiendo un sorbo de su café.
—Me alegro —sonrió con dulzura—. Vamos a la habitación de allá atrás.
—Está bien —dijo con una sonrisa que pocas veces mostraba, se destacaba por
ser seria y atemorizante—. Luego que termine mi desayuno.
—No te dejaría salir sin antes terminar —la regañó volviendo a sus
quehaceres ordenando unas cuantas botellas, vasos y copas.
Hayley continuó comiendo mientras observaba aquella mujer ir de un lado a
otro, sonrió al recordar cuando la veía correr tras ella para que no golpeara a
Noah, «siempre ha sido un imbécil», pensó
al recordar sus juegos de niñez con aquel chico.
Terminó de desayunar, agarró su taza y la llevó a la cocina, allí la lavó y
guardó, no le gustaba causarle más problemas de los que ya tenía a Rachel.
Salió del lugar y se fue donde la mayor limpiaba las mesas del local.
—Ya estoy lista —anunció una vez que estuvo a su lado—. Te espero allá
—señaló con los brazos en dirección a la habitación en que sólo entraban ellas
dos.
—En un segundo voy —contestó Rachel tomando los utensilios que usaba para
limpiar e ir a otra mesa.
Se dio la media vuelta y caminó a la salida de la posada, abrió la puerta y
observó en rededor, allí estaba su ángel,
tal y como lo había dejado la noche anterior, sonrió y continuó a la
habitación que estaba aislada del local, agarró la llave que colgaba de un
clavo y entró, cerrando la puerta tras de sí.
Aquel recinto no era más que un gran galpón que Rachel y su difunto esposo
habían acondicionado para que fuera una gran biblioteca de cosas
sobrenaturales, en él se encontraban un sinfín de libros de varias culturas y
épocas, cada uno de ellos ordenados alfabéticamente, era el único lugar que
conservaba siempre su orden en todo el terreno de Rachel. Al final de las
enormes estanterías de libros, había una escalera que llevaba al subterráneo,
allí era el lugar donde estaban todas las cosas para fabricar las armas que
usan para acabar con el ser en cuestión, y es allí donde debía esperar a
Rachel. Aquel espacio era bastante oscuro y no había manera que la luz se
filtrara al exterior, además la entrada a los demonios estaba prohibida, ya que
fue construido por completo de hierro, desde la escalera con la puerta, hasta
el último rincón del sótano.
La chica comenzó a inspeccionar los libros, allí debería haber algo que le
pudiera dar alguna pista sobre el ser que estaba acabando con las vacas, se
encontraba casi segura que no se trataba de un hombre lobo, ni un vampiro.
Conocía a la perfección cada uno de los libros que habían, su infancia se la
pasó leyendo, prácticamente el galpón era su habitación cada vez que venían a
visitar a Rachel. No estaba segura, pero tenía la sensación de recordar una creatura
mitológica que dejaba rastros como los que se apreciaban en las fotografías, el
problema era que debía buscar entre más de cien libros referente a cada una de
las antiguas culturas y sus seres mitológicos.
—Mi mala memoria y yo —suspiró mientras comenzaba a leer cada uno de los
títulos de libros que tenía al frente.
Fue dejando de lado algunos que sus nombres se le hacían familiares, luego
de revisar todos, agarró los veinte que tenía y se dirigió al escritorio de
madera envejecida color marrón oscuro, dejó los libros encima y se sentó en
aquella silla que crujía con sólo mirarla.
Comenzó con el de Grecia, sonrió, había agarrado ese por el único motivo
que le encantaba esa cultura, estaba casi segura que allí no encontraría lo que
buscaba, pero nada se comparaba con el enorme placer de leer algo relacionado
con su cultura favorita, a pesar de que aquel libro se lo supiera casi de
memoria. Lo ojeó hoja por hoja, llegó a una parte donde nombraban varias
culturas que tomaron como referencia a los griegos.
—¡España! —gritó mientras buscaba entre los libros la mitología española.
Lo agarró, dejando de lado el de Grecia, y empezó a buscar rápidamente lo
que necesitaba, hasta que llegó a una hoja con un dibujo de un ser parecido a
un perro oscuro.
—Te encontré —dijo mientras miraba la puerta que se abrió para dar paso a
Rachel.
—Ya llegué —habló la mujer al cerrar tras de sí.
—Y yo. —La chica miró el libro—, encontré a nuestro hombre lobo. —Le enseñó
el dibujo a quien había llegado a su lado.
—¿Tibicenas? —preguntó Rachel mirando el dibujo y escritura del libro.
—Sí, creo que es uno de esos —respondió—. Por lo que sale en el libro se
pueden transformar en cualquier cosa.
—La cultura Guanche, es del Neolítico —señaló con extrañeza—. No
crees que es un poco viejo, además estamos bastante lejos de las Islas Canarias.
—Sí, eso lo sé —contestó encogiéndose de hombros—. Pero un demonio puede
ser llamado desde cualquier lugar y este ser es un demonio.
—¿Demonio o genio? —consultó Rachel confundida.
—Así era como le decían las personas —añadió perdiendo su vista en el
libro—. No se sabe con exactitud de donde vienen, ni para qué y cómo se pueden
transformar en lo que quieran, recibieron el nombre de genio, pero no creo que
sea uno de esos, los Djin dejan otra
marca en las pieles
—¿Pueden transformarse en humanos? —indagó la mayor sentándose junto a la
chica.
—En lo que quieran —contestó Hayley con ese brillo en los ojos que le
aparecía cada vez que tenía que investigar algo nuevo—. Pero antes de ir, debo
recopilar más datos y luego hacer mis investigaciones en el lugar, ¿sabes si
hay alguna cueva cerca de donde pasó lo de las vacas?
—Claro, hay una enorme que usaban los indígenas del sector —respondió como
si aquello fuera de lo más obvio.
—Ése será mi punto de partida —sonrió con suficiencia—. Pero ahora vamos
abajo —dijo poniéndose de pie.
Rachel la siguió y caminaron a la escalera rumbo a la habitación de hierro,
bajaron y Hayley encendió la luz, dejando a la vista todos los utensilios que
pensaba usar para hacer sus balas, además del sinfín de cuchillos, espadas,
dagas, hachas y varios objetos corto-punzantes que colgaban o estaban arrimados
por los rincones. La mayor cerró la puerta.
—Lo único que mantienes en orden —se burló Hayley.
—Menos burlas y quítate la ropa —ordenó frunciendo el ceño.
Hayley la obedeció en el acto y quitó toda la ropa que usaba arriba,
quedando la espalda al descubierto para que Rachel se la observara.
—No hay cicatrices, sólo la original debido a lo que pasó… No sé si me
entiendes —suspiró pasando su mano por la parte descubierta de la chica, a lo
que respondió con un escalofrió—. Cálmate, soy yo.
—Lo sé. —La chica bajó la cabeza—. Pero no puedo acostumbrarme… Aún.
—Sácalas —ordenó mientras daba unos pasos atrás.
Hayley dejó sus brazos a los costados, cerró sus ojos y la habitación
completa se llenó de una luz cálida, Rachel cerró sus ojos y los apretó con
fuerza, esa luz la encandilaba. Duró unos segundos y la mayor tuvo en frente
dos alas de luz, hermosas y brillantes, blancas como la nieve, pero en las
puntas eran color negro, nadie sabía por qué y tampoco lo querían averiguar.
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