Un chico, sentado junto a la puerta de una posada, miraba
el ir y venir de dos mujeres, una mayor que la otra. Observaba con resignación
por no ser de ayuda, cruzado de brazos suspiraba cada vez que alguna metía algo
en la parte trasera del carro, el resto del tiempo movía sin parar el pie
mientras pensaba en todas las veces que su ayuda fue negada.
Habían pasado ya tres días desde que aquella chica, con
sus aires altaneros y orgullosos, llegó. Y, tal como dijo, era la hora de
retirarse. Una nublada mañana la acompañaba mientras empacaba todo lo que preparó
en esos días, cuidando que no se le quedara nada. Pero, por sobre todo, que no
se le olvidaran las balas de distintos materiales, no tenía idea de cómo cazar
a un tibicenas y debía estar preparada. Aunque ella podía fácilmente acabar con
el ser sin siquiera usar alguna arma creada por el hombre… Ella podía, claro
que sí, pero no quería.
Por otro lado, la mayor, guardaba varios víveres en el
auto de la chica, la cueva a la cual se dirigía quedaba a más de cuatro días
hacia el noreste, y sabía, por experiencia y conociéndola, que aquella chica
poco y nada le importaba llevar algo para meterse a la boca si se trataba de
cumplir con un trabajo, eso era lo principal y lo primero para ella, el resto
vendría después.
El chico de mirada turquesa seguía con su vista pegada en
ambas, sin dejar pasar movimiento alguno, continuaba con los brazos cruzados,
enojado y fastidiado. Él podía ir y ayudar, y le habían dicho que no. ¡Qué no!
Pero si era fuerte y de ayuda… Ya había cazado varias veces y tenía un buen
vehículo, no molestaría... Y la respuesta seguía siendo la misma, la chica se
negaba a que él la acompañara. ¡Qué terca y obstinada era! Mejor ya no diría
nada…
Pensativo continuó mirando hasta que el sonido de la
puerta trasera del auto sonó, indicando que estaba todo listo para que ella se
fuera.
—¿Me repites, otra vez, por qué no puedo ir? —se atrevió
a decir sin moverse del lugar en el que se encontraba, pero clavando sus ojos
en la chica que avanzaba hacia él junto a su tía.
—Porque eres un niño —le contestó ella—. No quiero problemas
si te pasa algo.
—Soy mayor que tú —espetó molesto—. Eso lo sabes a la
perfección.
—Por como te comportas —se burló la chica—, no lo
pareces.
—Puedo ayudarte a cazar esa cosa —añadió con firmeza y
frunciendo su ceño, casi dejando ambas cejas como si fueran una sola.
—Puedes, tal vez —dijo ella mirándolo fijo—, pero no
ahora.
—Ya basta, Noah —ordenó la mayor—. Dije que te necesito
aquí.
—Bien. —Se levantó y pateó una piedra cercana, lanzándola
lejos—. Como si los vampiros fueran la gran cosa —agregó con burla la palabra
vampiro.
—Ya te dije que no sé qué es lo que encontraré en esa
cueva —le reprochó la chica—. Más te vale ser de ayuda y cuidar a tu tía.
—Como si necesitara que la cuiden —reclamó Noah mirando
el suelo.
—Rachel —dijo la chica tomando de los hombros a la mayor
mientras la miraba a los ojos—, muchas gracias por todo.
—No hay de qué —le sonrió Rachel—. Ya sabes que ésta es
tu casa, y siempre serás bienvenida.
—No desapareceré por mucho tiempo esta vez —le dijo
dándole un caluroso abrazo.
—Eso espero —susurró la mayor respondiéndole el abrazo,
tratando de no tocarle mucho la espalda—. Eso espero.
—Cuídate mucho —añadió mientras caminaba a su ángel.
—Claro que lo haré —le sonrió Rachel—. Ten mucho cuidado,
y recuerda que ya las puedes usar.
—¿Puede usar qué? —preguntó intrigado Noah levantando la
vista para mirar a su tía.
—Las balas —respondió la mayor mirando al chico—. ¿Qué
más?
—Nada —contestó molesto volviendo la vista al suelo.
—Nos vemos, Noah.
La chica se subió riendo al auto, él sólo pensó que se
burlaba de su miserable vida. Cruzó los brazos y frunció aún más su ceño, pero
igual movió su mano en señal de despedida, odiaba que lo dejarán de lado, y
mucho más si se trataba de Hayley Marshall, ella siempre creyéndose superior a
él, desde que la conoció años atrás cuando su padre, el grandioso cazador Evans
Marshall, llegó con ella un día de lluvia a la posada.
Lo recordaba muy bien, era su cumpleaños y el de Hayley
también, habían nacido el mismo día pero de diferentes años. La chica recién
cumplía los doce años y él quince.
Su tía le había avisado con anticipación que la hija de
un buen amigo suyo pasaría unos días con ellos. Él se preparó para su visita,
buscó una vieja muñeca que alguien había dejado por error en la posada y la
limpió hasta que quedara como nueva.
La chica llegó, y nunca en su vida podrá olvidar la
primera mirada que le regaló, entre desprecio e indiferencia. Se acercó y le
enseñó la muñeca.
—Yo no juego con eso —le respondió la niña a la vez que
soltaba la mano de su padre.
—Es una muñeca —le dijo el chico con insistencia—.
Ustedes, las niñas pequeñas, juegan con estas cosas.
—Si las usan las niñas pequeñas —añadió Hayley con
molestia por como la había llamado—, ¿por qué no estás jugando con ella?
—Sólo quería ser amable —espetó elevando un poco su voz,
mientras clavaba sus ojos en ella y dejaba la muñeca de lado.
—Y yo sólo te respondí —contestó sin tomar en cuenta al
chico, volteó y se fue a matar vaqueros.
—Yo tengo el record. —La siguió, porque no podía
creer que una niña fuera al videojuego—. Dudo que logres pasarme.
—Ya veremos —suspiró aburrida mientras ponía una ficha,
esperaba que con eso el niño se fuera, pero no pasó, así que no le quedó más
que tenerlo pegado por varios minutos.
Al cabo de una hora la niña se aburrió del juego, el
chico que la observaba desde el bar, ya que se había aburrido de mirar parado
junto a ella, corrió a ver los puntajes.
Golpeó la máquina cuando se dio cuenta que el nombre de
Hayley estaba por todos lados, puntajes que se siguen viendo en aquella máquina
bajo el nombre de Hay.
Su molestia creció más al recordar esto, se puso de pie y
golpeó de una patada el suelo, entró a la posada dando un portazo y se fue a
ver si lograba poner su nombre en aquella máquina, aún no se rendía ni lo haría
hasta ver, aunque sea, un nombre de él entre todos los de ella.
Su tía lo miró, suspiró y sonrió, ella sabía a la
perfección que su sobrino era un gran cazador, al igual que muchos otros. Pero
Hayley no trabajaba en conjunto, a no ser que fuera con su padre, y él ya no
estaba en este mundo, cosa que había cambiado la manera de pensar de aquella
niña que conoció cuando tenía doce años, y que esperaba volviera antes que
cometiera alguna locura sin remedio.
Noah no lo entendería, la única manera que lo hiciera era
sabiendo la verdad, pero ella había prometido no revelar nunca ese secreto que
pondría en riesgo la vida de la hija de su mejor amigo, mientras menos personas
supieran, mejor. Y no era que no confiara en su sobrino, todo lo contrario,
pero conocía los trucos usados por los diferentes seres y sabía que no les era
difícil obtener información importante, nadie podía ocultar los pensamientos
frente a ellos.
Entró al local luego de su sobrino, lo miró jugar en la
máquina de videojuegos y recordó todas las peleas que aguantó por culpa de
aquella cosa, entre su sobrino y la chica que acababa de irse. Sonrió al
recordar viejos tiempos, mientras pedía volver a ver a aquella chica una vez
más, sana y salva.
Luego de despedirse, Hayley subió a su auto y lo
encendió; a los segundos ya estaba camino a la carretera para partir hacia el
noreste, donde le esperaba lo desconocido.
Colocó algo de música para mantenerse activa y despierta
a la vez que avanzaba por las calles, serían cuatro días de largo viaje, y
esperaba que nada extraño se le cruzará en su camino, no quería perder el
tiempo.
Pisó más el acelerador, deseaba llegar pronto a la cueva
para tener alguna pista sobre el ser que había matado a su padre... Eso,
precisamente, era lo que la mantenía en el trabajo: venganza. No había día que
sus ojos brillaran por otra cosa, ella lo único que quería era encontrar al que
había matado a su padre y acabarlo, no le importaba morir en el intento, ya no
tenía a nadie por quien vivir. Sus deducciones le decían que, probablemente, la
creatura de la cueva sabría algo, al fin y al cabo, eran de la misma especie.
Al atardecer del tercer día llegó a un pueblo. Buscó el hotel
más cercano y se hospedó en el. Durmió y descansó toda la noche, ansiosa porque
ya estaba cerca de la cueva, tan sólo a unos kilómetros, y al fin tendría
noticias sobre lo que por tanto tiempo esperó.
Al día siguiente salió a recorrer el pueblo y aprovechar
de preguntar a los lugareños sobre la cueva a la que se dirigía, nada de malo
había en investigar un poco antes de adentrarse a lo desconocido así como así.
Pero notó que la mayor parte de la gente trataba de no hablar de ello, la
evitaban y preferían cambiar de tema y decir lo bueno y agradable que estaba el
clima en esos días. Hasta que se encontró con dos jóvenes, algo extraños, con
el cabello largo y pegado a la frente, vestían ropa oscura y pegada al cuerpo,
además de sus varios aretes en las cejas y labios. Hayley pensó que era más
agradable encontrarse con un demonio.
—Te contaré algo —le dijo uno de ellos—. Hace unos días
vinieron tres forasteros…
—Un tanto raros —le interrumpió el otro.
—¿Por qué raros? —preguntó Hayley, que se quedó
mirándolos con extrañeza, no entendía como esos dos podían encontrar a alguien
extraño, siendo como eran.
—No eran raros —reclamó el primero—, eran misioneros.
—¿Misioneros? —consultó confusa la chica, pero
comprensiva a la vez.
—Sí —continuó hablando el chico—. Llevaban cruces por
todos lados…
—Exagerado —volvió a interrumpir el otro—. Sólo tenían
colgantes y aretes, las dos chicas. El tipo no tenía nada de misionero.
—¿Y qué con eso? —espetó Hayley algo cansada de las
discusiones de los chicos.
—Que anduvieron preguntando por lo mismo que tú —dijo el
primero de los chicos que, por lo visto, era el mayor.
—¿Ya se fueron? —se apresuró a preguntar, sentía que
estaba perdiendo el tiempo con esos dos especímenes.
—Sí —contestó el chico suspirando—. Acaso no me escuchas,
dije vinieron —reclamó a la vez que recalcaba la palabra vinieron.
—¿Me contarán qué pasó, si o no? —Hayley se cruzó de
brazos con molestia, se estaba cansando de ese par.
—Los tres chicos se hospedaron en el hotel —habló esta
vez el menor—, estuvieron todo el día buscando información de la cueva, igual
que tú —le dijo mirándola acusadoramente—. Al día siguiente partieron, no se
supo más de ellos, y tampoco de Bill… ahora que lo recuerdo.
—¿Qué Bill? —preguntó la chica confundida y algo
exasperada.
—Bill, el del hotel —respondió el mayor—. Lo vieron gran
parte del tiempo con una de las chicas.
—La castaña —añadió el menor.
—Sí, ella —corroboró el mayor—. Desapareció cuando ellos
se fueron, no se le ha vuelto a ver.
—Él sabía mucho de la cueva —dijo el menor—. Dicen que un
día entró en ella, él te pudo haber ayudado…
—Lástima que ya no esté para contarte —agregó el mayor y
Hayley notó la burla en su voz.
—No necesito saber más de lo que ustedes ya me dijeron
—le sonrió cínicamente—. Tienen la boca bastante grande.
—¡Oye! —exclamó el mayor—. Te ayudamos y así nos pagas.
—Yo sólo pregunté —se defendió Hayley—. Ustedes hablaron
porque quisieron, no es mi culpa que tengan la lengua larga.
—¿Piensas ir a la cueva? —consultó el menor haciendo caso
omiso de la ofensa.
—Sí —le respondió Hayley—. Lo más pronto que pueda.
—Yo que tú, no voy —añadió mirándola por entre en cabello
pegado en su frente y que tapaba sus ojos.
—¿Por qué? —suspiró al preguntar.
—Porque hay algo que no te hemos contado —rió el mayor,
como tratando de demostrar que ellos eran más inteligentes que la chica.
—Así es —dijo el pequeño—. En la cueva hay un hombre
lobo.
—¿Les cuento algo? —Hayley se acercó a la altura de ambos
chicos, buscando entre medio de ese cabello lleno de gel los ojos.
—Sí, sí —respondieron los dos a la vez.
—Yo como hombres lobos.
Les guiñó un ojo y sonrió de medio lado, ambos chicos
comenzaron a reír. Pero cuando los ojos de Hayley centellearon de color dorado,
ambos salieron corriendo lo más rápido que pudieron, y no se detuvieron hasta
que se dieron cuenta que ella ya había desaparecido y esperaron no volver a
verla jamás.
Hayley caminó en dirección al hotel. Al llegar canceló al
señor de turno, agarró sus cosas y se metió en su ángel. A los pocos minutos
arrancó rumbo a la cueva, era el último trecho que le quedaba para estar frente
a frente con la creatura y, quién sabe, si se topaba con los forasteros de
quienes le hablaron los chicos, podría salvarlos… quizás...
Tenía un presentimiento que algo más encontraría en aquel
lugar, y esperaba que fuera alguna pista para su venganza, realmente lo
deseaba, aunque las palabras de Rachel se le vinieran seguido a la cabeza
advirtiéndole que la venganza no es buena, a ella no le importaba, debía matar
a aquel ser y tenía sus buenos motivos para hacerlo… No sólo por el hecho que
acabara con su padre.
Llegó a su destino pasado el mediodía, estacionó su ángel,
a la orilla del camino, oculto por si acaso llegara a pasar algo. Agarró su
daga de plata y la pistola de su padre, con varias balas de diferentes
componentes: de plata, de cobre, de bronce, de sal, hasta normales. Es difícil
saber cómo matar algún ser que nunca antes has visto.
Una vez que estuvo lista, comenzó a caminar por el campo
abierto, sólo le bastaron unos minutos para llegar a la entrada de la cueva.
Asomó su cabeza y el hedor se le hizo insoportable, tomó la linterna y se
internó en lo más profundo de la caverna, atenta y esperando.
Caminó hasta que llegó al lugar donde la cueva se habría
en dos brazos, husmeó ambas direcciones: en una de ellas el aire se sentía
limpio, no había rastro del repugnante olor que reinaba en la mayoría de la
cueva, mientras que en la otra la pestilencia continuaba.
Obedeció a su nariz y caminó por el lugar poco
respirable. Avanzó unos pasos cuando chocó con algo extraño, apuntó con su
linterna el suelo y pudo ver un cuerpo sin vida de un chico, se sorprendió al
verlo sin cabeza. Alumbró por todos los lados cercanos al cuerpo para buscar la
parte que le faltaba, hasta que la encontró cerca de unas rocas, se acercó a
ella y la giró.
El chico murió con una expresión de sorpresa que se le
quedó grabada en su cara, le cerró los ojos, le abrió la boca y le apretó las
encías. Un colmillo se asomó al instante, dejó de lado la cabeza y se fue al
cuerpo, buscó algún tipo de identificación pero no encontró nada.
Suspiró a la vez que se levantaba.
—Un vampiro menos —dijo mientras tomaba el cuerpo y lo
dejaba junto a la cabeza y las rocas.
Continuó internándose en la cueva y se topó con los
cadáveres de las chicas que acompañaban al otro vampiro. Reunió los tres
cuerpos, junto a sus cabezas, en el mismo lugar. Quién era ella para dejarlos
allí tirados, a pesar de ser vampiros, debía ocultarlos de la vista de
cualquier persona.
—Luego vengo por ustedes —susurró una vez que los dejó
todos juntos y, por la descripción de los chicos del pueblo, dedujo que
aquellos eres los forasteros perdidos, pero aún faltaba al que llamaron Bill.
Ya lo buscaría.
Volvió hacia el camino en el cual no había rastro alguno
del hedor y se internó con cautela alumbrando el suelo del lugar.
Algo paso por atrás, no volteó y continuó su paso. No
tenía sentido detenerse, no si no sabía a qué se enfrentaba o se ocultaba.
—Hasta que se aparece alguien importante —escuchó una voz
ronca más adelante—. Nada más y nada menos que la hija de Evans —rió la
creatura.
—Por lo menos sabes —le respondió la chica alumbrando con
su linterna hacia donde provenía la voz—, quien te mandará al infierno —dijo
mientras con su luz dejaba a la vista al ser lanudo que estaba frente a ella.
—Tu padre lo intentó —rugió la bestia—, y no pudo.
—Yo no soy mi padre —habló Hayley, cortante, parándose
derecha e intimidante.
—¡Vaya que lo he escuchado! —bramó el ser—. La pequeña
ángel que sigue los pasos del cazador.
—¿Sabes algo del demonio que mató a mi padre? —preguntó,
ignorando el hecho que la llamara ángel, sabía que si seguía con el tema no
podría negarlo, pero si no le decía nada, el demonio pensaría que sólo eran
rumores de aquello. Prefirió hablar sobre lo que verdaderamente lo importaba.
—¿Por qué habría de responderte? —rió el perro lanudo.
—Porque de eso depende tu vida —amenazó, sonriendo de
medio lado, como si fuera superior en todo.
—Mi vida depende de mí —gruñó el animal—. Sólo de mí.
—¡Vaya! —se burló soltando una gran carcajada que retumbó
en la cueva—. Al parecer eres uno de los demonios de más baja estirpe.
—Soy uno de los mejores —se defendió con bravura,
mostrándole los afilados colmillos por los que les caía baba.
—No lo eres —sonrió Hayley, que ya estaba acostumbrada a
tratar con demonios de esa clase—. Ya que no sabes nada de las nuevas órdenes.
—¿Nuevas órdenes? —preguntó confundido y, por unos
momentos, Hayley vio en aquellos ojos la duda.
—No tienes idea de los nuevos planes —rió, la idea era
desesperarlo y que comenzara a soltar todo lo que sabía—. ¿Qué tan abajo estás
en la cadena?
—¡Eres una maldita! —gritó el demonio a la vez que corría
para atacarla, y ella supo que su plan no había funcionado, el demonio no
hablaría… o quizás no sabía nada de nada. Suspiró con frustración.
Hayley esperó tranquila al ser que se le abalanzaba,
cuando estuvo cerca, sacó su daga de plata. La creatura saltó, la chica se
agachó y giró sobre su rodilla, extendiendo su brazo para hacer un corte en la
pierna del ser, que cayó, dando un bote en el suelo al sentir el frío contacto
del filo del arma.
—¿Me dirás algo? —preguntó, poniéndose en posición de
defensa frente a la bestia, que ya se había parado y retomando el plan inicial,
sólo por si lograba hacerlo cambiar de opinión.
—¡Nunca! —chilló el animal, con sus colmillos brillosos
por la baba y regresando al ataque.
—Como gustes —suspiró cansada, se preparó para asestar un
golpe a la creatura que corría veloz a su encuentro.
La creatura, con cientos de años viviendo en la Tierra y
peleando con diferentes seres, se lanzó contra el brazo en el que Hayley tenía
el arma, no había olvidado la sensación fría cuando tocó su piel y se vengaría
por eso. Pero la chica tenía otros planes, por eso cuando el ser la atacó, ella
dio un salto y, al elevarse por sobre la cabeza del perro, le dio un golpe con
ambos puños juntos. El demonio chilló al caer al suelo con las cuatro patas
abiertas, Hayley aprovechó el momento de aturdimiento de éste y le enterró la
daga en el estómago.
El ser aulló de dolor mientras lanzaba al aire maldiciones
en honor a Hayley. Se volvió a levantar respirando agitado, un golpe así no lo
vencería, claro que no, no se dejaría ganar por aquella egocéntrica chica, que
retrocedía unos pasos al verlo levantarse y jugueteaba con la daga entre sus
dedos. La miró con desprecio y una idea se le cruzó por la mente: sólo había
una manera de mandarlo de vuelta al infierno y, por como lo estaba haciendo la
chica, era muy poco probable que pasara, sonrió por eso.
Pero Hayley no lo notó, estaba pendiente de otra cosa, había
detectado una presencia dentro de la cueva, poco después que apuñalara al
demonio. Miró a la creatura chillar de dolor y continuó jugando con la daga
entre sus dedos, esperando que así, mostrando indiferencia frente a la nueva
presencia, el perro no lo notara. Si el demonio se daba cuenta, sería una buena
excusa para arrancar, y no quería ni imaginar qué podría ocurrir si quien entró
era un humano cualquiera… Si terminaba poseído podría ser su fin y la idea de
ella era que nadie, o casi nadie, resultara lastimado.
—¡Te mataré! —gruñó la bestia.
—¿Qué esperas? —le dijo la chica que tenía enfrente.
La presencia del intruso se hizo más fuerte, se
encontraba sólo a unos metros de ella y así pudo sonreír, al tenerlo tan cerca
notó que no era humano sino que un ser sobrenatural, ya nada le impedía tener
algún cuidado especial. Volvió a concentrarse en la pelea, ya tendría tiempo de
pensar en el recién llegado y ver cómo acabarlo.
El demonio se levantó con dificultad pero ansioso de
acabar con la chica que, según él, no tenía idea de cómo matarlo. Saltó para
atacar. Aunque Hayley suspiró aburrida, ya que el ser estaba haciendo el mismo
ataque de antes, éste no se dio cuenta hasta que volvió a sentir el frío metal
cortar otra de sus piernas.
—¿No ibas a matarme? —se burló del animal.
—¡Lo haré! —gruñó enfurecida la bestia.
—Esto se está alargando mucho —dijo con un largo y
cansado suspiro—. Será mejor que vayas de vuelta al infierno.
—No creo que puedas —rió la bestia que se tambaleaba por
las heridas que le sangraban.
Éste, al igual que los otros demonios, no entendía que su
lugar no era allí sino en el infierno. No le quedaba de otra más que
exorcizarlo, pero primero debía detenerlo, si se estaba moviendo era muy
probable que el exorcismo no funcionara y que la bestia acabara atacándola.
Sintió que la presencia estaba observando todos los
movimientos y eso la dejó cautelosa, no quería llegar y sacar sus alas, eso
sería imprudente de su parte porque otro ser sobrenatural se enteraría de
aquello. ¿Y si quien se escondía era un demonio? ¿Y si era amigo de con quién
peleaba? ¿Y si se iba vociferando por allí de sus poderes antes que ella
pudiera darle caza? No, era arriesgado, pero si no le quedaba de otra…
La creatura se lanzó sobre ella.
—Expediofatum para
bellum —dijo Hayley y el demonio quedó estático antes de llegar donde ella.
De su espalda brotaron las alas que la hacían diferente
al resto de los cazadores, llenando el lugar de calidez y luz, no le importó
que alguien estuviera observándola, si Rachel tenía razón y sus armas estaban
bien para utilizarlas, le daría caza con facilidad. Pero si no… era un riesgo
que debía correr.
—Vuelve a tu hogar —dijo la chica avanzando hacia la
bestia—. ¡Me lumen vos umbra, noctesurgetibusnihilo,
ab umbra veritas, aspice et abi, aspiciendosenescis, declina malo, serenussit
animus, autdisciede! —gritó fuerte y claro mientras la creatura se
revolcaba de dolor y el vapor la cubría—. ¡Autdisciede!
—bramó con más fuerza al momento en que la creatura se hizo humo y desapareció.
Sus alas volvieron a ocultarse dentro de su espalda y la
única luz que reinó en el lugar fue la linterna. El ser que había llegado
estaba tras unas rocas, se agachó disimulando recoger algunas cosas y sintió
que la presencia se marchaba.
Esperó unos segundos y salió persiguiéndolo. Al llegar
afuera vio de espalda a un hombre, con el cabello liso colgando hasta los
hombros, no lograba ver más a causa de la oscuridad de la noche.
Por lo visto, el ser no se había percatado de la
presencia de la chica, y se dispuso a marcharse, pero ella se le adelantó y le
golpeó con una piedra en la cabeza, haciendo que el chico volteara.
Una extraña sensación recorrió el cuerpo de Hayley una
vez que tuvo al chico enfrente, algo le decía que no debía hacerle daño. Lo
miró atentamente para hacer conexión con su alma, y éste tenía la de un
vampiro. Sacó su arma y lo apuntó.
—¿Tu trajiste aquel demonio? —le preguntó la chica
mirándolo fríamente—. ¿O eras amigo de los vampiros que estaban adentro?
—¿Vampiros? ¿Demonios? —Arqueó una ceja haciéndose el
desentendido y levantando los brazos—. No sé de qué hablas.
—¿Cuándo sacarás tus colmillos? —consultó acercándose,
sin dejar de apuntarlo—. Puedo ver en tu alma lo que eres.
—Veo que no puedo engañarte —contestó sonriendo y bajando
sus manos—. Venía por mis compañeros. —Se quedó mirándola a los ojos verdes—.
¿Quién eres? —inquirió y, olvidando que ella lo amenazaba, dio un paso al
frente.
—¿Quieres ir al infierno con el nombre de la que te
asesinó? —preguntó burlona.
—Yo no iré al infierno —dijo acercándose cada vez más—.
No aún —rió—. Sabes que esa arma no funciona en mí.
—Lo sé —gruñó la chica—. Debo cortarte la cabeza. —Con un
rápido movimiento sacó su daga y guardó su arma.
—Inténtalo. —Y para provocarla aún más, dejó sus manos en
la cintura y la miró sonriente, como si todo aquello no fuera más que un juego
estúpido.
Hayley se lanzó a su cuello, se sentía agotada luego del
exorcismo, pero más que otra cosa por no haber comido bien antes de sacar sus
alas, lamentó el no hacer caso a las palabras de Rachel.
Llegó frente al chico y con un rápido movimiento puso su
daga en el cuello de éste. Se sorprendió, ya que al parecer, aquel vampiro no
prestaría resistencia. Miró su cara y le resultó extrañamente familiar, sus
ojos color miel llamaban completamente su atención.
—Te dije que nos volveríamos a ver —dijo al sentir el
frío metal en su cuello—, Hayley Marshall.
—Bastian —susurró tan bajo que apenas se escucharon.
—No me has olvidado —le sonrió sin dejar de mirarla a los
ojos.
—Yo… te… —intentó decir, pero el asombro no la dejó
articular palabra alguna—. ¿Vampiro? —preguntó a la vez que volvía a la
realidad, ella debía matarlo.
Presionó más la daga contra el cuello del chico, haciendo
que éste levantara un poco su cabeza.
—Hazlo —musitó como si fuera una orden—. Si me va a matar
un cazador, prefiero que seas tú.
—¡Maldición! —exclamó Hayley indecisa.
—¡Presiona fuerte! —gritó mientras tomaba de la mano a la
chica y la apretaba en contra de su cuello, para que el arma se enterrara en su
piel.
Hayley sintió el suave contacto de la piel de Bastian
sobre su mano, recordó cuando lo conoció y bajó la mirada.
Él, en cambio, al tomar la mano de la chica sintió como
su piel comenzaba a quemarse, no entendió por qué, pero parecía como si hubiera
tocado ácido. La retiró rápidamente y con brusquedad.
—No puedo —susurró Hayley quitando su mano y con una
sensación extraña por como él la había soltado.
Dio un salto hacia atrás, sacó sus alas iluminando todo a
su alrededor y voló hasta donde había ocultado su ángel. Una vez en él, guardó sus cosas, se subió y lo arrancó. No tenía
un rumbo fijo, sólo quería salir de allí lo antes posible, así que manejó por
las deshabitadas calles mientras pensaba en Bastian.
Afuera de una cueva, la luz de luna dejaba al descubierto
a un solitario chico que miraba como desaparecía un ángel. Observó su mano, no
entendía por qué se quemó al tocar la piel de la chica, apretó los puños con
fuerza, cerró sus ojos y recordó la mirada de la joven cuando le dijo lo que
era, aquellos ojos verdes —que no había olvidado— lo miraban
con rabia, asombro, curiosos y con algo de afecto. Pudo sentir en su interior
que la chica, al igual que él, no lo había olvidado.
Pateó el suelo con tanta fuerza que levantó algunas
rocas, abrió sus ojos y dio un salto para quedar en campo abierto, comenzó a
correr en dirección contraria a la chica, mientras pensaba en todas las veces
que había deseado verla nuevamente.
Una lágrima se abría camino por la mejilla de ella mientras
conducía su ángel, nunca se imaginó
que aquel chico sería un vampiro, eso lo convertía automáticamente en su
enemigo. Piso más el acelerador, seguía sin rumbo fijo hacia el sur. Maldijo
varias veces golpeando el manubrio de la máquina por no mandarlo al infierno,
otra lágrima rodó por su mejilla.
—¿Por qué tú? —dijo con rabia a la vez que entraba por un
camino de tierra, sin medir la velocidad y dejando una gruesa nube de polvo a
su paso.
Recordó cuando lo conoció, recordó aquellos ojos que la
miraban con ternura y la invitaban a jugar, recordó que él era su único amigo y
que ya no lo sería jamás.
Estacionó junto a una gran torre de señal telefónica,
apoyó la cabeza sobre sus manos en el manubrio y dejó que las lágrimas
cubrieran su rostro, igual que aquella vez cuando su padre se marchó para no
volver.
En cosa de minutos él llegó a la madriguera, que no era
más que un galpón viejo y desatendido. Entró y varios de los que llamaba su
familia dormían, algunos solos, otros con sus respectivas parejas.
Janice lo escuchó y se acercó rápidamente a él colgándose
de su cuello para besarlo. Él le respondió el beso, pero la agarró de los
hombros y la hizo a un lado. No quería nada con ella, y a pesar que ya se lo
había dicho, la vampiro insistía en ser su «hembra alpha», algo que a él no le
agradaba. Aun así el resto del grupo pensaba que ellos eran pareja.
—Todavía hueles a Ethan —le dijo dando unos pasos para alejarse.
—Sólo fue un beso —respondió riendo, pensando que Bastian
estaba celoso.
—Bien sabes que no es así. —Clavó sus ojos en ella
amenazantemente—. Si quieres estar con él, adelante —añadió sin mostrarle el
mínimo afecto, cosa que la vampiro tomó como si él estuviera muriendo de celos.
—Yo te quiero a ti —aseguró Janice a la vez que lo
abrazaba.
—Sólo porque todos me obedecen —rió Bastian mientras se
la quitaba de encima.
—Vamos a dormir —pidió tomándole la mano que se había
quemado al tocar a Hayley, pensando que de esa manera él se dejaría de juegos y
seguiría como ella quería.
Él observó su mano junto a la de Janice, la soltó
bruscamente a la vez que recordaba la mirada verdosa de la chica, la rabia
volvió a invadirlo y salió de la madriguera.
—¿Qué pasa? —preguntó Janice que lo siguió, aún pensando
que él sentía celos por su salida con
Ethan.
—Entra —le ordenó dándole la espalda y sin siquiera
voltear a mirarla.
—Pero… —alcanzó a decir antes que la callaran.
—¿No me obedecerás? —consultó al voltearse, con esos ojos
color miel llenos de enojo e ira.
La vampiro lo miró, por unos momentos pensó que él sólo
jugaba, pero su mirada no cambiaba, dio un paso atemorizado hacia atrás y luego
entró a la madriguera como cual perro asustado.
Él apretó sus puños a la vez que intentaba entender por
qué cada vez que recordaba lo que había pasado hace sólo unos minutos, llenaba
su ser de rabia. Miró su mano, tratando de encontrar en ella alguna respuesta,
pero fue en vano.
Un olor lo distrajo, sonrió para sí a la vez que
apresuraba el paso siguiendo a su olfato.
Se limpió la cara con las manos, suspiró y se concentró
en todos las presencias cercanas, notó que ninguna estaba tan próxima y salió
de su ángel. Dio un salto y pasó al otro lado de la reja protectora de la
torre, luego sacó sus alas y las batió con fuerzas, logrando que el polvo a su
alrededor se elevara en forma de un pequeño tornado. En un abrir y cerrar de
ojos estaba de pie en la punta de la torre, mirando al frente, mirando el
horizonte, mirando más allá de todo lo que un humano cualquiera pudiera llegar
a hacer alguna vez. Y suspiró.
—Lo encontré, papá —dijo con la vista clavada en las
estrellas—, algo tarde, pero lo encontré.
Cerró los ojos y dejó que la suave brisa acariciara sus
mejillas, le encantaban las alturas y era eso una de las cosas que no odiaba de
ser un ángel, podía volar y ser como el viento. Quizás era la única cosa que no
odiaba de tener sangre de ángel.
La brisa se intensificó, meciendo su cabellera con
fuerza. Abrió los ojos y su mirada se puso seria.
—¿Desde cuándo? —preguntó apretando sus puños.
—Desde que tengo diecisiete años —respondió quien había
llegado a hacerle compañía.
Ambos se quedaron en silencio, mirando en direcciones
opuestas, espalda con espalda. Tenían muchas cosas que preguntar, pero ninguno
era capaz de abrir la boca y romper con el silencio. Miraban todo desde las
alturas.
—¿Eres un ángel? —se atrevió a preguntar él rompiendo el
silencio.
—Medio —contestó en voz baja, casi con un murmullo.
—¿Medio? —consultó con curiosidad al no entender cómo
podía ser sólo medio ángel.
—Mi madre era un ángel —susurró—, mi padre un humano y yo
soy mitad y mitad.
—¿No tienes todos los poderes de un ángel? —Bastian
sintió que su ira había disminuido hasta casi desaparecer.
—No —respondió con seguridad—, pero eso no significa que
me podrás matar con facilidad —sonrió.
—Que no quiero matarte —dijo riendo y recordando el
pasado.
—¿Quieres jugar? —añadió Hayley, que le llegaron a la
memoria los mismos recuerdos que a él, de aquella vez cuando se conocieron.
—Tal vez —sonrió él—. ¿Tu padre era Evans Marshall?
—Sí —contestó cortante, su padre no era un tema a tratar
con cualquiera, aunque él no fuera cualquiera…
—Era un gran cazador —habló, levantando su vista y
fijando sus ojos en el cielo estrellado.
—Lo sé —musitó, pero a diferencia de Bastian, ella miró
al suelo, allá donde estaba estacionado su ángel.
—Tuve el gusto de conocerlo —murmuró con suavidad,
esperando que ella no reaccionara de mala manera, sentía que en cualquier
momento explotaría sin razón aparente.
Hayley se sorprendió, levantó la mirada y dejó que el
suave viento meciera sus cabellos. Su padre lo había conocido y no le dijo
nada, sabiendo que ella lo buscaba desde que sus pesadillas empezaron, días
después de haberlo conocido.
—¿Cuándo? —preguntó con tono molesto y a él se le hizo
más la idea de que ella explotaría con cualquier cosa.
—No es para que te enojes —reclamó intentando mediar la
ira de Hayley—, ¿acaso un vampiro no puede ayudar a un cazador?
—Depende de la clase de vampiro —respondió con algo de
burla.
—Yo ayudé a tu padre porque él me ayudó a mí aún sabiendo
lo que soy —añadió con algo de nostalgia, mirando al frente pero sin ver
absolutamente nada—. Nunca supo mi nombre.
—Por eso no me lo dijo, él sabía que yo…
Y se quedó callada, no tenía caso seguir pensando en todo
el tiempo que lo buscó y no pasó nada.
Bastian hizo el intento de decir algo, pero al final no le salieron las
palabras. El silencio volvió a hacerse presente en el lugar, ambos, aún de
espaldas, miraban las estrellas que parecía brillaban más aquella noche.
—¿Bastian? —preguntó con duda en su voz—. ¿Acaso eres «el Bastian», temido y respetado por los
vampiros?
—Veo que tengo fama —contestó con una sonrisa torcida en
su rostro, su pecho se le infló—. Sí, soy ése.
—Nunca pensé tenerte tan cerca —musitó con frustración,
luego de tanto tiempo buscándolo y al final lo tenía más cerca de lo que creía.
—En parte —dijo Bastian con la cabeza baja—, no quería
que me vieras, cuando supe que aquel cazador era tu padre, no le quise decir mi
nombre.
—¿Por qué? —inquirió, aunque en el fondo, bien en el
fondo, sabía la respuesta, pero necesitaba escucharla.
—No quería que mi única amiga —respondió apretando sus
puños—, viera el monstruo en el que me convertí…
—Si hablamos de monstruos —añadió interrumpiéndolo—, yo
tampoco las tengo limpias.
—Eres un ángel —bufó con burla.
—Medio —espetó apretando sus labios.
—No debes acabar con otro ser para alimentarte
—contradijo Bastian levantando un poco la voz.
—Como carne —sonrió—. También me alimento de otros seres.
—No es lo mismo —esbozó una pequeña sonrisa torcida y se
calmó un poco—. No soy de los que se llaman vegetarianos, aunque si hay algunos
cazadores cerca obligo a todos a que deben serlo.
—¿Te obedecen sin reclamos? —preguntó con curiosidad, a
decir verdad ella sólo se dedicaba a cazar cuando daban problemas, nunca se
metió mucho en las jerarquías de los diferentes seres.
—Claro que no —dijo recordando todos los problemas que
tuvo al principio—. Pero me temen, y eso basta para que se calmen y hagan caso.
—Los de la cueva —añadió al recordar aquellos que
encontró—, ¿no te obedecieron?
—No. —Y ahora le tocó a él responder de forma cortante.
—Mataron a un humano. —Hayley frunció el ceño al recordar
lo que le dijeron los extraños chicos en el pueblo, porque no se había dado el
tiempo de buscar a aquel tipo.
—Ya no lo volverán a hacer —cortó con algo de molestia y
apretó aún más sus puños.
Y de nuevo el silencio los cubrió. Únicamente se
escuchaba el viento que pasaba por entre sus cabellos y ropas, silbando por la
fuerza, una que podría mandar a volar a cualquier persona normal, pero no a
ellos. Hayley se sacó unas mechas de la cara y las dejó tras su oreja, aunque
no le duraron mucho rato allí ya que el viento volvió a mecerlo.
—¿Por qué no prestaste resistencia cuando te ataque?
—preguntó ya sin poder aguantar más la curiosidad.
—Hace mucho tiempo que estoy muerto —respondió con un
susurro—. No me interesa si me vuelven a matar, pero eso no significa que no
pelee por mi vida, si es que se le puede llamar así a esto.
—Pero no te defendiste —añadió con algo de molestia, segura
que él no hizo nada porque no quería hacerle daño, como si fuera una delicada
figura de porcelana que se podría romper en cualquier momento.
—Estaba haciendo una prueba —sonrió recordando lo
sucedido—. Quería saber si eras capaz de hacerme daño.
—¿Serías capaz tú de hacerme algo a mí? —consultó ella
con algo de sarcasmo y molestia a la vez.
—No —dijo con rapidez, no quería que ella se enojara—.
Eso sería imposible.
—¿Por qué? —preguntó con una pequeña sonrisa y curiosa.
—Mis poderes no son tantos como para acabar con un ángel.
—Te busqué por muchos años. —Bastian sintió que la ira de
Hayley iba en aumento y por unos segundos quiso huir—. No te imaginas todas las
cosas que hice por tratar de ubicarte, fui hasta la casa de tus tíos pero aun
así nada. —Apretó sus puños y bajó la cabeza cerrando los ojos—. ¿Y tú, tú no
me atacas porque crees que no puedes con mis poderes? Mi único amigo es mi
enemigo.
—Hayley —dijo al darse la vuelta tratando de agarrarla,
pero ella ya había saltado.
La medio ángel se dejó caer desde lo más alto de aquella
torre, ya estaba acostumbrada, no era necesario sacar sus alas para no sufrir
un gran golpe, sus poderes de ángel la ayudarían con el aterrizaje perfecto
sobre el capot de su auto.
Entró en aquel monstruo de la carretera y partió rumbo a
algún pueblo donde pudiera pasar el resto de la noche y, tal vez, unos dos días
para descansar y averiguar dónde podría ser de ayuda. Necesitaba irse lo más
rápido posible de allí, alejarse del vampiro, no deseaba verlo de nuevo en su vida.
Bastian, por otro lado, se quedó susurrando el nombre de
la chica para que se lo llevara el viento, no entendía cómo pudo ser tan tonto
para decirle eso, pero a la vez pensaba lo mismo que Hayley, ellos eran
enemigos. Por el simple hecho que ella era una cazadora y él su presa.
Maldijo por lo bajo, ya que su intención era saber por
qué se quemó al tocarla. Observó en qué dirección partió la chica en su auto,
saltó de la torre y se dispuso a caminar a paso normal en dirección al
suroeste.
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