Cuando salí hoy, no sabía si ir a aquel lugar o
sólo caminar sin rumbo para despejar mi mente y relajarme de todo lo que había
pasado. Pero simplemente llegué a donde no quería ir, allí lo único que se
encuentra son recuerdos, malos recuerdos y lágrimas.
Hoy, 17 de julio, se cumple un año más y todo
lo que se respira es lo sucedido aquel día.
Antes de seguir me presentaré, me llamo Thais
Leighton, sí lo sé, es un nombre raro, pero mis padres eran fanáticos de la
cultura egipcia y lo decidieron para mí. Soy la menor de cuatro hermanos y la
única mujer, lo que me hace la consentida y regalona.
El mayor de ellos se llama Julián, me pasa por
ocho años y es lo que se puede decir el jefe de familia, gracias él hoy soy lo
que soy.
En el aspecto físico es un chico guapo, y no lo
digo porque sea mi hermano, he notado a varias chicas mirándolo al caminar,
debo admitir que sus ojos casi verdes llaman la atención. Lamentablemente por
ellas, mi hermano no tiene permiso de salir con ninguna.
Recuerdo cuando mi abuelo venía de visita,
contando sus historias de sus tiempos mozos, de cómo las chicas lo perseguían
porque quedaban embobadas con sus ojos, que según, eran la envidia de varios de
sus compañeros. Sólo él supo qué de todas esas historias eran verdad y qué era
mentira.
—¿Dónde está mi regalón? —Solía decir antes de
saludar a cualquiera.
—¡Aquí! —le respondía Julián desde donde se
encontraba, la mayoría de las veces, en casa de mis vecinos. Aún me pregunto
cómo escuchaba a mi abuelo entrar.
—Sólo es
tu regalón porque sacó tus ojos —le reprochaba mi madre cada vez que mi abuelo
llegaba. A lo que él simplemente le respondía con una gran sonrisa.
Volviendo a mi hermano, pertenecía al equipo de
basquetball del Instituto al cual asistía, que es el mismo al que voy hoy en
día. Eso justifica su altura. Un poco más y ya comenzará a darse golpes con los
marcos de las puertas cada vez que entre y salga de alguna habitación y, de
paso, será motivo de burlas de parte de nosotros, porque ya su cuerpo de
deportista es razón de constantes risas, es el único que tiene los músculos tan
marcados.
A sus veintiséis años nos ha cuidado y criado a
todos, dejando de lado el exitoso futuro que tenía proyectado en la
Universidad.
Franco es él que sigue, con tres años menos que
Julián.
No es bueno que lo diga, pero está algo loco,
lo único que hace es reír y jugar a su estilo, no hay nadie en el mundo que se
salve cuando le da por poner a prueba su hobby: molestar.
La última encuesta hecha por mí y basada en
suspiros de chicas, arrojó como ganador a Franco, por ello deduzco que es él
más lindo de mis tres hermanos. A pesar de tener un aspecto bastante
desarreglado, sobre todo en el cabello.
—¿Cuándo te cortarás ese pelo, Yorkshire[1]?
—Suele decir Julián con burla al verle los mechones rubios oscuros colgarle
hasta los ojos.
—Cuando dejes el estilo militar —responde
Franco tocando la cabeza castaña clara del mayor—. Y de paso, cuando te
afeites.
—Si aún está corta —se defiende Julián
acariciando su adorada barba que según lo hace lucir encantador.
Matías es él que me antecede, tiene dos años
más que yo. Es un revoltoso, desordenado y, como Julián dice, un rebelde, pero
tiene una cualidad que es insuperable, escribe las mejores historias de terror
del mundo, mucho mejor que Edgar Allan Poe o H. P. Lovecraft, aunque sólo las
relata una que otra vez. Siempre hace que se ericen los pelos de los brazos.
El menor de mis hermanos, en la parte física,
es casi la copia de papá. Mamá acostumbraba a mostrarme fotos de ellos cuando
eran jóvenes, me contaba las historias de cómo se conocieron y enamoraron,
estaba muy pequeña para entenderlas y recordarlas a la perfección, pero lo que
si me acuerdo es lo que hablaba de las fotos.
—Aquí está tu papá cuando tenía dieciocho años
—me decía mientras me mostraba una foto desteñida, que casi parecía en sepia, en
el álbum de fotos de su juventud.
—Tiene el pelo como Math —le respondía mirando
lo que mamá me enseñaba.
—¿Yo, qué? —preguntaba mi hermano que siempre
andaba cerca, nunca supe de dónde salía.
—Que tienes el pelo y los ojos de tu papá —le
contestaba mamá con dulzura, esa típica de las madres que aman a sus hijos más
que cualquier cosa.
—No es verdad —reclamaba luego de ver la foto—.
Soy más lindo en todo.
—Tú eres feo —interrumpía regañándolo cada vez
que sentía ofensas para el héroe al que llamaba papá.
—Te pareces a tu papá y punto —decía riendo
mamá mientras acariciaba el cabello ondulado y castaño oscuro de mi hermano.
En pocas palabras, y describiendo a mis
hermanos, ellos son geniales y son los mejores.
Al igual que Julián, Matías y yo compartimos el
gusto y la pasión por el basquetball, aunque últimamente no lo hemos practicado
mucho. Por eso no es raro que ellos sean tan altos como los jugadores de la
NBA, mientras que yo siento que les llego a las rodillas, aunque sólo soy una
cabeza y media más baja que Julián. Esto me convierte en la enana del grupo,
por eso me llaman pequeña, y no me
molesta para nada, me agrada bastante que me consientan tanto.
Vivimos en un lugar que no es denominado clase
media ni baja.
Yo diría que es el sector problemático, aquí
todo gira alrededor de los que tienen y los que no. Y es la calle principal, la
que recorre toda la ciudad, la que nos divide dependiendo de nuestra situación.
Si seguimos por esta calle hacia arriba, nos
toparemos con la gente que posee mucho dinero. Aquel sector se divide en dos, a
la izquierda están las personas que sí piensan en sus semejantes. Mientras que
a la derecha son personas crueles, que no les interesa más que hacer daño a los
demás, y es gente que no vale la pena mencionar, aunque toda nuestra ciudad
gire en torno a ellos. Nadie tiene la valentía suficiente de ponerse en su
contra o de hacer algo que los perjudique, excepto por los que vivimos en este
sector, nosotros si le hacemos frente, aunque mis hermanos y yo debemos
mantenernos alejados de eso.
Nuestra casa no es grande, pero los cuatro
estamos cómodos, a no ser que lleguen visitas, como los que viven cerca de
nosotros, a los que llamo «la pandilla». Pero no somos eso, sólo somos amigos y
nos queremos como hermanos, somos muy unidos, siempre que uno tiene un
problema, está el otro para ayudarlo.
Presentado al resto del grupo, empezaré por el
segundo al mando, como se denomina él, su nombre es Christopher O’Brien y le
decimos Chris, tiene un mes menos que mi hermano Julián, por eso dice ser el
segundo al mando. Es un don Juan de primera, pero sólo de rubias, tiene sus
gustos el niño. Es tan alto como Julián y el más chistoso de todos, siempre
diciendo alguna tontera para que todos se rían, le encanta ser el payaso,
aunque prefiere que le digan bufón.
Y, para terminar, los últimos miembros del
grupo son los hermanos Kevin y Nick Sheldon, ellos son nuestros vecinos del
lado izquierdo, donde Julián pasaba la gran mayoría de las tardes. Kevin es el
mayor, tiene un año menos que Julián, le encantan los coches y llamar la
atención de las chicas sea como sea, incluso convirtiéndose en un problemático,
según así se ve más rudo.
Junto con algunos chicos de los alrededores
suelen hacerle frente a los de clase alta, por suerte, su hermano lo tiene
controlado, sino hace rato que tendríamos un miembro menos. Chris y Franco
suelen unírsele, a veces creo que son adictos a las peleas.
Mientras que Nick es más parecido a Matías, por
algo es su mejor amigo. Juntos han hecho historias maravillosas, no sólo de
terror, sino de muchas cosas. Son de la misma edad y compañeros de clase. Es
más bajo que Matías y más alto que Kevin, trata de mantener a su hermano
alejado de los problemas, aunque eso le cueste mucho trabajo, pero al final
Kevin termina haciéndole caso a su bebé.
Nick, Math y yo vamos al mismo Instituto, es
agradable sobre todo para San Valentín, tanto mi hermano como mi vecino reciben
bastantes chocolates, ese día se come rico.
Mis padres fallecieron en un accidente de
avión, ellos no iban en el avión ni nada, se encontraban un día cerca del
aeródromo en su coche, cuando una avioneta cayó por problemas técnicos. El
piloto intentó hacer un aterrizaje forzoso que, obviamente, falló.
Yo sólo tenía diez años cuando ocurrió todo
eso, desde ese entonces Julián se ha hecho cargo de nosotros, luchando con la
justicia para que no nos mandaran a un orfanato. Logró obtener nuestra
custodia, a pesar que él apenas tenía dieciocho años y es por ese motivo que
debemos mantenernos alejados de cualquier tipo de pelea, ya que el más mínimo
detalle en contra de cómo nos cuida, corre a favor de ser removida, y eso
significa la separación de todos, no creo que alguien nos desee adoptar a todos
juntos.
Desde aquel entonces se dedicó a trabajar, tuvo
que dejar la beca que se había ganado para sus estudios universitarios y
dedicarse a «criarnos». Franco, a sus
dieciséis años, se retiró de la escuela para ayudar a Julián, cosa que a mi hermano
no le agradó nada, él quería que Franco siguiera estudiando, pero éste le dijo
que no, que él no tenía cabeza para eso, que prefería trabajar y ayudarlo a
estar perdiendo el tiempo en algo que no le traería frutos. Julián al ver que
no podía convencerlo, lo dejó.
Por otro lado, Matías entró en una depresión
tan fuerte que estuvo un año sin asistir a clases, no podía ver la cara de sus
compañeros. Nick lo acompañó en su año de tristeza dejando de ir al Instituto
para seguir siendo compañeros. Lo supimos sacar adelante y ahora ya terminó, logrando
obtener excelentes ofertas para entrar a la universidad, por sus notas le
dijeron que pagarían todos sus estudios, estudiara lo que estudiara, esto tiene
a Julián muy orgulloso de Maty.
Yo, por otro lado, aún estoy en la escuela, me
queda el último año y al fin libre y, como le dije a Julián, me tomaré un año
sabático luego de salir, ya veré qué hacer después, a lo que me contestó:
—Terminarás la escuela con excelentes
resultados, obtendrás becas y estudiarás —ordenó con aquel tono tan
característico de mi hermano.
—Pero, hermanito —dije sutilmente—. Quiero
descansar.
—No hay descanso —habló un poco más calmado—.
Estudiarás y tendrás profesión, quiero que seas lo que yo no fui.
Y ya no me pude seguir negando, siempre he
admirado a mi hermano por la fuerza que tuvo al hacerse cargo de nosotros, le
debo todo lo que soy, y no quiero decepcionarlo, o por lo menos lo trato.
La historia que les quiero contar, comenzó hace
unos años atrás, era un día de otoño, las hojas se veían caer por la ventana de
mi habitación, aquel árbol majestuoso que en verano nos brinda días de sombra
frente a tanto calor, tenía un color dorado y sus hojas empezaban a
abandonarlo, dejándolo desnudo.
—Levántate y brilla —se escuchó una voz a la
vez que se abría la puerta de mi habitación.
—No quiero —dije con fastidio—, tengo flojera.
—Me arropé tapándome hasta la cabeza. Sentí que alguien saltó sobre mí—. Math,
deja de molestar. —Lancé unos cuantos golpes con mis piernas, desde debajo de
las sábanas.
—Me di el trabajo de despertarte con las frases
típicas de Dean —se burló—. Dean, Dean, Dean, desde que comenzó esa serie no
haces más que hablar de Dean.
—Si es tan lindo —suspiré mientras salía de
entre mis sábanas e intentaba a amarrarme el cabello largo y rizado castaño
oscuro—. Es mi novio, no lo trates mal. —Lo miré molesta, pero en juego.
Matías soltó una estrepitosa y sarcástica
risotada que estremeció la habitación.
—Ándate de aquí, feo. —Comencé a darle golpes
en la espalda—. Y eso no sólo lo dice Dean, también lo dicen en mi libro
favorito de todos los tiempos.
—Sí, sí lo sé —respondió Matías, quedándose
tranquilo frente a mis golpes, algo que me sorprendió, siempre se lanza sobre
mí. Se quedó demasiado quieto.
—¿Eres mi hermanito? —pregunté para saber si
estaba bien, buscando con la mirada aquellos ojos marrones—. ¿O te llevaron los
extraterrestres y te cambiaron por otro? —me burlé.
No obtuve respuesta, dejé de darles golpes en
la espalda y me acerqué a Math para ver que tenía. Cuando ya estuve casi sobre
su espalda, se giró y me agarró de la cintura dejándome colgada de su hombro,
siempre me tomaba así y me paseaba por toda la casa como si fuera un saco de
algo. En ese momento estaba haciendo lo mismo, me llevó hasta la cocina, donde
se encontraba Julián preparando el desayuno.
—Ve a bañarte —me dijo.
—Sí, ya voy —respondí entre risas.
Me siguió paseando y llegamos a la habitación
de Franco, que se estaba vistiendo con su uniforme de trabajo, mi hermanito
trabaja en el cine. Me besó en la frente y se fue a la cocina a ayudar a
Julián.
—Llévame al baño —le ordené a mi medio de
transporte.
—No —contestó mientras seguía caminado por toda
la casa.
Salió por la puerta de atrás y me dio una
vuelta por todo el patio.
—Baja a ese ballenato —se escuchó una voz llena
de risa—. O quedarás con dolores por todo tu cuerpo —continuaba la voz a
carcajadas.
—No es gracioso —grité con algo de enfado—.
Cara de duende, feo y antipático. —Kevin se asomaba por la ventana de su
habitación.
—No le digas ballenato al ballenato —se burló
Math.
—Se pasan —fruncí mi ceño—. Después andan
llorando porque no les hablo.
Matías me llevó dentro, olvidándose que debía
agacharse al pasar por la puerta, como consecuencia, mi cabeza chocó contra el
marco y, en vez de haber burlas por Julián y su altura, fueron para mí y la
altura de Math.
Cuando me soltó, besó mi frente en recompensa
por el golpe. Fui al baño a darme una ducha y a prepararme para el día que me
esperaba. Una vez que estuve lista, Julián llamó al desayuno.
Al llegar a la mesa estaban todos sentados, habían
llegado: Kevin, Nick y Chris, es típico, nunca faltan para la hora de comer.
—Llegó el ballenato —rió el trigueño que estaba
sentado a la mesa.
—No me molestes, Kevin —le dije mientras pasaba
por atrás de él dándole un golpe en la cabeza.
—¡Auch!, eso dolió —gritó a medio tono.
—Te lo mereces —reí mientras me sentaba en el
lugar que me había sido asignado hace ya varios años, entre Julián y Kevin.
Terminamos de desayunar y llegó la hora de las
separaciones. Julián siempre era el primero en salir, se despidió de todos y se
marchó.
A la hora después el turno era de Franco y
Chris, que convencían como fuera a Kevin para que los dejara en sus respectivos
trabajos, ya que éste se marchaba a las carreras de autos.
Al ser día sábado, todos llegarían más temprano,
los que nos quedamos en casa decidimos hacer algo para matar la rutina de los
días con tareas.
—¿Qué hacemos? —preguntó Nick.
—No sé —respondí—. Vamos a las carreras a ver a
Kevin.
—Vamos a las carreras a ver a Kevin —se burló
Math—. Sabes que no puedes ir.
—No la molestes tanto —le dijo el chico de
cabellos dorados que estaba sentado frente a mi hermano.
—Nunca me dejan ir —reclamé—. Todo por ser
mujer.
—Eso no es culpa de nosotros —rió Math.
—No es justo —continué reclamando mientras
apoyaba mi cabeza entre mis brazos que estaban sobre la mesa.
—Arrendemos una película —propuso Math.
—Una de terror —siguió Nick.
—Vamos —les dije—. Quiero comprarme una nueva
camisa para el Instituto —añadí levantando mi cabeza de donde la tenía—, ya que
una de las mías la manchó Franco ayer cuando intentaba lavar la ropa.
—Pero… —Math habló con astucia—, es sábado.
—Clavó sus ojos en mí.
—Sí, eso lo sé —respondí—. ¿Qué tiene?
—Tiene que hay cosas que lavar. —Nick me miró
con sus azules ojos—. Es sábado y los platos no se limpian solos.
—Bien —contesté molesta—. Me quieren dejar.
—Es tu trabajo —respondieron los dos al mismo
tiempo.
—A ti siempre te ha tocado el día sábado —habló
mi hermano.
—Y a Math el domingo —le siguió Nick—. A Kev y
a mí nos toca a la hora de la cena.
—Entonces vayan —les dije mientras me paraba—.
De paso, se van con Kevin y luego me cuentan cómo les fue. —Caminé a la cocina,
solo escuché risas de parte de ellos.
Comencé a lavar los trastos, era cierto lo que
decían, los sábados me tocaba hacer lo mencionado por ellos, del desayuno y del
almuerzo, ya que no me dejan cocinar me relevan a la limpieza y de paso la casa
completa, eso incluía las habitaciones de mis hermanos.
A los pocos minutos de empezar con mis deberes,
se fueron por la película.
Deben haberse tardado poco más de una hora, yo
ya había terminado de lavar y estaba ordenando un poco mi habitación, cuando
escuché la puerta abrirse y voces familiares.
—Es un milagro. —Una voz burlona se sintió tras
de mí—, estás limpiando tu habitación.
—Hoy se despertaron con ganas de molestar —dije
mientras me daba vuelta.
—No, claro que no —respondió riéndose.
—¿Qué película arrendaron, Nick? —pregunté al
chico de mirada penetrante que tenía frente a mí.
—1408 —contestó sin quitar su sonrisa.
—¿La veremos cuándo lleguen todos? —indagué
sosteniendo mi mirada a pesar que me sentía nerviosa, sin saber por qué—. ¿O
cuando termine?
—Cuando quieras, pequeñita —dijo mientras se
lanzaba sobre mi cama.
—¡Nick! —se escuchó un grito que venía del
pasillo, fuera de mi habitación—. ¡Nick!
—¡¿Qué?! —preguntó gritando el muchacho
acostado en mi cama.
—¡Ven a ver la película! —Esta vez fue mi
hermano el que elevó su voz.
—¡Esperemos a tu hermana! —Continuaron los
gritos desde mi habitación.
—Math ya me olvido —musité a Nick mientras me
acostaba junto a él.
—Te quiere hacer enojar —sonrió mientras me
abrazaba.
—Eso es siempre —susurré mientras me ponía un
poco sobre él para ver esos ojos tan lindos que tiene.
—Estás cada día más linda —su voz era suave me
hizo bajar la mirada, presentí que mis mejillas ardían.
—¿Qué tienes? —pregunté sorprendida por lo que
había dicho, sin mirarlo.
—¿Yo? Nada —respondió mientras se sentaba en la
cama, pero sin dejar de mirarme a los ojos marrones oscuros.
—Si estás raro —le dije un poco nerviosa,
volviendo mi vista a él.
—No lo estoy —susurró mientras su mano
acariciaba mi mejilla.
Me quedé pegada mirando esos ojos que me
dejaban loca, Nick me gustaba y mucho, desde siempre, pero nunca se lo había
dicho, por el simple hecho que todos somos como hermanos.
Yo no había podido olvidar, que años atrás
cuando ambos éramos unos niños, sus labios y mis labios se habían unido para
que yo no gritara. Él me había jalado de mis rizos y para que no lo acusara, juntó
sus labios a los mío. Con sólo recordarlo mi estómago se apretaba y sentía eso
que los románticos llaman mariposas.
Su mano suave recorrió mi mejilla tiernamente,
muchas veces me hacía eso, pero ese día se sentía distinto, aunque sólo fueran
unos segundos para mí fue eterno, no quería que quitara su mano.
De a poco su mano llegó a mi cuello, se quedó
tranquila mientras los dos nos veíamos a los ojos, sentí que se acercaba más y
más, no me moví, me quedé quieta, mi corazón latía a toda prisa, por un momento
pensé que se saldría, mi respiración se aceleró, hasta que sus labios se juntaron
con los míos, mis ojos se cerraron. Nick me empezó a acostar en mi cama,
mientras me besaba suavemente. Su mano en mi cuello y mis brazos alrededor del
suyo, no quería despegarme de él, eso que pasaba era un sueño, siempre quise
que pasara pero nunca lo vi realidad. Es decir, después de aquel beso de niños
nunca más hubo siquiera un intento de algo más entre los dos. Sólo hermanos y
ya.
—Muévete —dijo Math mientras le tocaba la
espalda a Nick.
—Vamos a ver la película. —Nick se sentó
rápidamente, dejando su mano en la cabeza, un gesto que hacía siempre que se
ponía nervioso, al igual que mi hermano.
—Explícame que está pasando aquí —ordenó mi
hermano mirándome fijo a los ojos.
—Yo… —hablé mientras me sentaba en la cama—,
yo… no sé.
—Vamos a ver la película —volvió a decir Nick,
que se había puesto de pie y me daba la mano para que yo también lo hiciera.
—No se mueven de aquí hasta que me expliquen
qué pasa. —Math comenzaba a enfadarse.
—No pasa nada, Maty —añadí al momento de darle
la mano a Nick.
—¿Cómo que nada? —preguntó Matías con su típico
tono enojado—. Los vi, besándose —agregó—, en frente de mí —continuó diciendo
mientras su tono de voz subía—. ¿Cómo me haces esto? —Miró a Nick.
—Yo… —musitó el mencionado antes de ser
interrumpido.
—Yo pensé que me amabas —habló Math con tono
afeminado.
Mi hermano salió de la habitación soltando una
carcajada estruendosa que se escuchó kilómetros a la redonda, seguida por las
carcajadas de nosotros. Nick me tomó de la mano y salimos de la habitación,
riéndonos aún por lo que había dicho Matías.
Nos fuimos a la sala, donde mi hermano estaba
poniendo la película. Nick se sentó en el sillón grande y me dijo que me
sentara junto a él, me abrazó y entrecruzó sus dedos con los míos.
Desde ese día que somos novios, cuando tenía
dieciséis años, era el primer y único novio que quería. Pasamos momentos
maravillosos, cosas que nunca olvidaré.
Todos en casa sabían, y era algo que esperaban
que pasara. Son cosas que suelen suceder cuando se vive en un lugar con
personas tan unidas. Yo pensaba que nadie se había dado cuenta de mis
sentimientos por el chico, qué equivocada estaba. El único que no lo había
notado, era precisamente quien quería y a la vez no quería que supiera: Nick.
Un año pasó en un abrir y cerrar de ojos, desde
que él y yo nos hicimos novios. Uno inolvidable, por las cosas que sucedieron,
para bien y para mal.
Recuerdo muy bien aquel día, yo venía del
centro comercial.
Era típico, siempre que Franco se metía en el
lavado, tenía que salir a comprar una camisa nueva para el Instituto ya que las
mías quedaban con manchas de cloro por todos lados. No era tarde, aún no
anochecía, pero los rayos del sol eran cada vez más débiles y un frío viento
otoñal acariciaba mis mejillas mientras caminaba. Ya estaba cerca de mi casa
cuando escuché el sonido de un auto y luego pasos.
Me apuré, sospechaba que algo pasaría.
Entonces me rodearon unos tipos, de esos que
piensan que el mundo es de ellos sólo porque tienen dinero y, según, nadie les
puede hacer algo, creen que pueden estar molestando y acosando a cualquiera que
no pertenezca a los suyos.
Uno se me acercó y dijo:
—No estés muy contento, tu felicidad acabará
pronto. —Rió al tiempo que me tomaba del mentón.
Era la primera vez que me los topaba sola,
siempre salía acompañada y me defendían, en cualquier caso, pero también me
habían enseñado a dar golpes para defenderme en el caso que algún día pasara
aquello, con órdenes estrictas de sólo usarlo siempre y cuando la ocasión lo
ameritara. Cosa que aprendí fácil y que usaba casi siempre con Math y Nick, me
gustaba dejarlos llorando.
—¿A qué te refieres? —pregunté con tono amenazante.
—¡Eres una niña! —exclamó sorprendido—. Por
cómo te vistes pareces hombre. —Al decir eso, su mirada me recorrió de pies a
cabeza.
No dejé de mirarlo a los ojos, los tenía color
negro, con algo extraño, algo que no me daba confianza. Me reí al escuchar que
me vestía como hombre, para todos los que me conocían era normal, ya que yo era
—y a veces sigo siendo— un niño más en mi casa. Y mis ropas no eran de hombre,
eran de mujer, pero ese día andaba con el cabello tomado en cola y a la vez
agarrado a la gorra, mostrando a simple vista que lo tenía corto. Unos jeans
negros desgastados, una camisa color verde y encima una chaqueta que Nick había
olvidado en mi casa y yo me dejé, es mi favorita al ser de jeans y por dentro
estaba forrada con esa cosa que parece piel de oveja, que era lo mejor para el
frío que hacía.
—Corrijo lo dicho. —Rió el tipo—, tu felicidad
está a punto de comenzar —dijo tomando más fuerte mi mentón.
—¡Já! —Fue lo único que contesté mientras le
corría mi cara y quitaba su mano.
—Nos volveremos a ver, preciosa —añadió antes
de marcharse.
Pensé que me harían algo más, por suerte no.
Se escucharon unos ruidos y corrí para llegar a
mi casa. Al divisarla vi a Julián afuera, me dio la impresión que me esperaba,
corrí más rápido y llegué donde él.
—¿Qué pasa? —preguntó preocupado.
—Unos tipos —le dije con agotamiento después de
haber corrido—, esos malditos que se creen dueños del mundo.
—¿Te hicieron algo? —indagó mientras me miraba
por todos lados buscado algún tipo de herida—. Cuidado con el vocabulario que
usas.
—No —respondí—. Sólo hablaron.
Le conté lo sucedido y entramos a la casa. En
ella estaban Nick y Kevin, el primero se apresuró a abrazarme al ver la cara
que traía y me preguntó qué pasó. Me acompañó a mi habitación, charlamos largo
rato y me prometió que siempre me cuidaría, que nunca dejaría que alguien me
hiciera daño. Encendió la radio, sonaba una canción sobre un héroe.
—Quiero
ser tu héroe —empezó a cantar Nick en mi oído, con suavidad,
en susurro. Hasta que prefirió hacer otra cosa.
Dejó de cantar para juntar sus labios con los
míos, me besó tan profundo que no me dejaba respirar, me acostó en la cama y ya
sólo me daba besos suaves.
—Sé que no te gusta ese tipo —dijo riéndose—,
pero esa canción era perfecta para el momento.
—Lo sé —susurré mientras lo abrazaba por el
cuello y lo atraía hacia mí para seguir besándolo.
Y así nos quedamos por un rato hasta que ambos
nos dormimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Me vas a dejar tu opinión?
Los comentarios no son moderados, aparecerán apenas lo envíes, pero si faltan el respeto o son dañinos hacia alguien en especial o la que escribe, será borrado o contestado, todo depende de los ánimos de quien responde.
Intentaré responder los comentarios apenas pueda.
¡Muchas gracias por opinar!