Caminé lo más rápido que pude a la salida,
ignorando los gritos de Julián llamándome y sin tomar en cuenta a la gente que
me veía de manera extraña, supongo que era porque mi hermano me llamaba
desesperadamente.
Salí del bar, sin siquiera darme cuenta si el
vaivén de la puerta golpeaba a alguien detrás. Afuera, cerca de donde nos
estacionamos, estaba aquel calvito esperando, junto a su primo y otro grupo de
aproximadamente cinco personas, todos muy parecidos. Caminé hasta ellos con el
ceño fruncido e intentando imitar a mis hermanos en sus poses de chicos rudos.
—¿Dónde está Kevin? —preguntó riendo—. ¿Ya le
dio miedo? —Su risa aumentó, para que el resto de los que lo acompañaban se
rieran con él. Llegué casi al frente de él.
—¿Por qué no vas y le preguntas bien a tu primo
lo que pasó? —Fruncí mi ceño mientras me acercaba.
—Ya me lo contó —respondió una vez que lo tuve
al frente—. Mejor ve por Kevin.
—No es necesario —se escuchó la voz de mi
amigo—, ya estoy aquí.
—Yo fui la que molesté a tu primo —dije al
gigantón interponiéndome entre él y Kev—. ¿O es que buscas una excusa para
pelear con él?
—¿Quieres que pelee contigo, pequeña pulga?
—consultó riendo de manera estrepitosa.
—Sí —contesté secamente, aunque por dentro
pensaba en el lío en que me encontraba.
—Hazte a un lado —ordenó con risa.
—¿Me tienes miedo? —pregunté quedándome en el
mismo lugar. Una risa estrepitosa salió de su boca—. Te cortaré esa risa
—añadí.
—¿Y cómo? —indagó sin poder ocultar sus
carcajadas.
—Como a tu primo —sonreí a la vez que lo
golpeaba al igual que al mencionado.
—Agárrala —escuché a Julián—. Nadie llama «pequeña
pulga» a mi hermana.
Sentí unos brazos agarrarme fuerte por la
espalda, eran los de Kevin. Yo sentía la adrenalina recorrerme, y entendí por
qué a los chicos les gustaban tanto las peleas, la energía liberada no se
comparaba con nada. Realmente la sensación de quitarse un peso de encima era
enorme.
El gigantón estaba retorcido de dolor por el
golpe que le di, y Julián se encargó de darle otro en el estómago. Eso sí que
era aprovechamiento, mi hermano ni siquiera dejó que se levantara. Suspiré con
resignación, mi héroe se iba al suelo con semejante ejemplo.
—No creo que Kevin sea el indicado para esta
pelea —dijo Julián al gigantón—. Ella es mi hermana y yo la defenderé.
—Julián, ya es suficiente —hablé cuando el
gigantón le dio un golpe en la cara—. Kevin, suéltame.
—No quiero recibir un golpe de tu hermano
—suspiró y pude sentir su pequeña risa, ellos disfrutaban de estas cosas.
—¿Preferías uno de ese calvo? —pregunté al que
me sujetaba—. Julián, tú tampoco eres el que debería pelear —reclamé a mi
hermano.
—A decir verdad —sonrió Kevin—, sí, prefiero
uno de él.
—Tonto —solté forcejeando para que me soltara—.
¡Julián!
—¿Y crees que tú sí? —consultó mi hermano
bajando la guardia y recibiendo un golpe en el estómago de parte del gigantón.
—¡Ya basta! —exclamé y como pude me solté del
agarre.
Corrí a donde mi hermano y lo abracé,
interponiéndome a la patada que le daría el gigantón, esperando que no llevara
a cabo lo que quería, porque sino me mandaría lejos a volar.
—Córrete, pequeña pulga —gruñó con tono de
burla—. Esto está recién empezando.
—Dile a tu primo que lo siento —dije guardando
mi orgullo—. Pero cuando quiera bailar, que lo pida de buena manera.
—¿Sólo quería bailar? —preguntó con asombro—.
Eso no fue lo que me dijo.
—No me importa lo que él te contó —respondí
ayudando a Julián a pararse—. Sólo déjanos en paz. Ya me disculpé, espero que
con eso baste.
—Está bien —dijo el grandote haciéndose a un
lado y dejándonos pasar.
Caminamos hacia el auto, Julián iba apoyado en
mí y en Kev, quien llegó cuando el tipo nos dejó el camino libre. Sentía mis
mejillas arder, la vergüenza me invadía por completo, con razón no me dejaban
entrar a esos lugares. Suspiré con frustración, la adrenalina había
desaparecido tan rápido como llegó.
—¿En qué estabas pensando? —Quiso saber mi
hermano mientras caminábamos.
—Que no quería bailar con ese borracho
—contesté sin darle importancia al tema.
—Eso no —reclamó Julián—, al atacar a ese
calvo.
—Nada —contesté seriamente—. No quería ver más
sangre derramada por mi culpa.
—Ése es sólo palabras —añadió Kevin, quien se
había mantenido en silencio hasta entonces—. No me hubiera costado vencerlo.
—Sí, dímelo a mí —dijo mi hermano con burla—. Sólo
palabras me dejaron apoyado en ustedes.
—No conoces su punto débil —rió el otro chico.
Llegamos al carro, Julián sacó las llaves de su
bolsillo, pero por las condiciones en que se encontraba no podía encajarla en
la ranura para abrir la puerta.
—Dame —ordené quitándoselas de las manos—. Te
hace falta práctica de peleas, hermanito —me burlé de él.
—Bastante —respondió riendo.
—Deberías salir más con ella —soltó Kevin con
risa y algo de ironía.
Todo se quedó en silencio luego de aquellas
palabras, abrí la puerta del copiloto y luego la trasera. Si alguien decía
algo, se armaría una pelea innecesaria entre nosotros, y la verdad es que a
pesar de que se diga que hermanos que no pelean no son hermanos, estar enojados
es doloroso para cuando se tienen el cariño que nosotros nos tenemos.
—Así no puedes manejar —le dije a Julián.
—Sí, es verdad —aseguró Kevin—. Lo haré yo —sonrió
mientras intentaba quitarme las llaves.
—No, no lo harás —respondí quitándome de su
camino—. Yo manejaré.
Aquello provocó unas fuertes risas
estrepitosas, que venían por parte de ambos.
—Yo tengo las llaves —los miré con burla—. Así
que yo manejo, quiero llegar viva a casa.
Se quedaron tranquilos después de eso, así que
caminé al lugar del piloto, abrí la puerta y me senté, puse las llaves para
encender el motor y lo arranqué.
—¿Van o no? —Los amenacé mientras me asomaba
por la puerta del copiloto, ya que ambos seguían parados sin hacer nada.
—Vamos —respondió Julián entrando al carro.
Mi hermano se sentó en el copiloto y el otro
chico en el asiento trasero, ambos con un gesto de desconfianza grabados en sus
caras, a pesar que ellos mismos me habían enseñado a conducir. Definitivamente
son un caso especial y a veces, muchas veces, no los entiendo. Yo sé que Julián
es el único que entiende a Kevin, y Kevin es el único que entiende a Julián. Si
no fuera porque son hermanos, dirían que podrían ser algo más…
Meneé mi cabeza al pensar en esas cosas, los
dos me miraron en forma extraña. No los tomé en cuenta y metí embrague, pasé
cambio y salimos del bar, rumbo a casa.
—Si vez algún policía, pisa el acelerador y
arrancas —dijo Julián riendo y rompiendo el silencio después de mucho rato—. La
multa por exceso de velocidad es más barata que la asignada por no tener edad,
ni licencia para conducir.
—Hermanito —lo miré seriamente—, es lunes, casi
en la madrugada, mañana es día laboral para muchos, menos para mí que tengo el
día libre y soy feliz por eso, pero ¿crees qué algún policía anda por ahí a
estas horas? Yo creo que no, deben estar todos dormidos en sus cálidos hogares
pasando el comienzo del invierno.
—¡Vista al frente! —gritó Kevin desde atrás.
—Lo siento —respondí fijando mi mirada al
camino.
—Si escribieras así como hablas —sonrió mi
hermano—, te iría mejor en lenguaje.
—Que cruel eres, Julián —le hice pucheros a mi
hermano—. Si me va bien, pero no excelente.
—Ya puedo ver la casa —dijo Kevin, sonando aliviado.
Yo también pude verla, y en cierto parte igual
sentí alivio. En casa estaríamos todos libres y cuidados, allí nada nos
pasaría. Y mi hermano podría curarse las heridas.
—¿Guardo el auto? —pregunté a Julián antes de
apagar el motor.
—No, déjalo aquí —respondió mientras abría la
puerta—. A Matías le gusta guardarlo.
—Es verdad —le dije al girar las llaves y
apagar el motor.
Las quité, me bajé y corrí donde mi hermano
para ayudarlo a bajar. Pocas veces lo veía de esa manera y era preocupante. Una
vez que estuvo fuera, le sonreí.
Kevin seguía dentro, le abrí la puerta.
—¿Te bajas? —consulté ofreciéndole mi mano como
ayuda.
—Sí, ya —contestó fríamente, ignorando mi
ayuda.
Se bajó y escuché el sonido de la puerta de mi
casa abrirse, los demás venían y harían algo alguna vez en sus vidas.
—Julián —hablé a mi hermano que estaba apoyado
en el auto esperando que fueran por él.
—¿Qué pasa? —preguntó mirándome fijo a los
ojos.
—Lo siento por esto —contesté abrazándolo—. Yo
no quería que te pegaran o te pasara algo.
—Lo sé —susurró apretándome con fuerza.
—Es verdad, tú nunca quieres que pasen las
cosas —dijo Kevin por atrás de mí—. Pero pasan igual, es como si fueras la mala
suerte en persona. Y hablando de suerte —sonrió al mirar a Julián—, eso fue lo
que tuviste al no salir muerto —terminó de decir riendo a carcajadas fingidas,
sin dejar de mirar a mi hermano.
—¡Eres un idiota! —grité al chico mientras
cerraba mi puño y le lanzaba un golpe directo a la cara.
Me di la vuelta y caminé en dirección a mi
casa, apretando mis puños y conteniendo mi enojo. Me encontré de frente con
Franco, Chris y Math.
—Ayuden a Julián —dije ignorando sus saludos.
Seguí caminando, entré a mi casa y una lágrima
corrió por mi mejilla. Las palabras de Kevin me dolían y creo que no eran necesarias,
no después de todo lo que habíamos hablado en la tarde.
Llegué a la cocina y del refrigerador saqué las
dos cubetas de hielo que tenemos listas en caso de emergencia. En invierno es
raro tomar alguna bebida con hielos, así que los que hay son para ocasiones
como éstas, alguna pelea.
Agarré unos paños y envolví los hielos, unos
pocos para Julián y otros para Kevin.
Salí del recinto, todos ya estaban en la sala,
mi hermano sentado en el sofá y el chico medio ebrio recostado en el sillón de
dos cuerpos.
—Aquí tienes, Julián —dije mientras le ponía el
paño con los hielos en la cara donde tenía el golpe.
—Gracias, pequeña —me sonrió.
—Me iré a dormir —añadí mientras lo abrazaba y
besaba su frente.
—Descansa —respondió al guiñarme un ojo.
Agarré el otro paño y se lo dejé en la cara a
Kevin, no le dije nada y me fui donde Chris, lo abracé y le di las buenas
noches. Seguí con Franco y al final con Math.
—Para que guardes el auto —musité al menor
mientras le pasaba las llaves.
—Voy —habló mientras en su cara se le dibujó
una sonrisa de oreja a oreja.
Caminé a mi habitación, entré y me lancé sobre
la cama. Abracé mi almohada y otras lágrimas salieron de mis ojos. No entendí por
qué me trataba así Kevin, pero si seguía pensando, me dormiría con la ropa
puesta, así que me levanté y me puse pijama. Cuando estuve lista me metí entre
las sábanas.
«Mi joyita», me dije al recordar que había
dejado mi computador encendido, me levanté y lo apagué, volví a meterme entre
las sábanas y al rato de seguir pensando en lo mismo, me dormí.
* * *
* *
Iba caminando por la fría calle, sola. Fue
extraño, mis hermanos no me dejan salir sin su compañía.
No sé por qué lo hacía, pero caminaba por un
pequeño callejón. No era tarde, debían ser cerca de las 18 horas, se lograba
ver un atardecer precioso de fondo tras aquellos pequeños edificios
deteriorados.
Caminaba, al parecer, sin rumbo fijo y vestía
mi ropa del instituto. El callejón parecía no acabar, hasta que al fin tuve
frente a mí la pequeña plaza donde murió Nick.
Me detuve de golpe, no quería volver a ese
lugar. Me di la vuelta, pero los edificios y el callejón ya no estaban, sólo
había más plaza. Volví a girarme y frente a mí apareció la pileta. Retrocedí de
espaldas clavando mis ojos en la fuente, sin perderla de vista, sentí que
choqué con algo y me detuve.
—Nos volvemos a ver, preciosa —escuché una voz
de hombre sobre mis hombros.
Me giré lo más rápido que pude, el miedo me
invadió, estaba sola en la plaza, frente a aquella pileta, y esa voz era de
Brian.
—¡Aléjate de mí! —grité una vez que lo tuve en
frente.
Lo único que hizo fue reír, caminé de espalda,
sin perderlo de vista. Choqué con mis talones en la pileta, haciendo que
quedará sentada en el borde.
—Qué buen lugar escogiste para el espectáculo
—dijo Brian riendo.
Intenté ponerme de pie, pero no pude, algo que
no entendía me lo impedía. Miré al suelo, me di cuenta que no podía mover mis
piernas, por más que tratara. Volví a mirar hacia el frente, ya era de noche,
las estrellas brillaban mucho y por la posición de la luna supuse que era
tarde.
Algo me decía girara mi vista hacia un lado, y
allí, a unos pasos de mí, otra vez la misma escena.
Nick estaba de pie junto a Brian, ambos
peleaban, y yo batallaba por poder moverme, algo pasaba y no entendía qué, pero
lo que sí sabía era que podía detener todo y Nick viviría, así Kevin dejaría de
culparme por su muerte.
Otra vez Brian le enterró el cuchillo a mi
novio, no sabía qué hacer para detenerlo, al no poder moverme, otra vez no lo
estaba ayudando, lo asesinaban por mí. Comenzó a caer al suelo.
—¡Nick! —grité y me senté en mi cama.
—Tranquila, tranquila —susurró Math mientras me
abrazaba—. Sólo fue una pesadilla.
—Murió por mi culpa. —Lo abracé fuerte mientras
lloraba—. Otra vez lo vi morir por mi culpa.
—No es tu culpa. —Mi hermano hablaba bajo,
tratando de tranquilizarme—. No fue esa vez y ahora tampoco. Un mal sueño,
simplemente eso.
—¿Qué paso? —Se escuchó la voz de Franco que
entraba a mi habitación, encendiendo la luz.
—Una pesadilla —contestó Math sin soltarme—.
Tráele agua.
—Sí, hermano mayor —reprochó algo molesto.
—Y te apuras —ordenó el menor riendo.
—Tranquila, pequeña. —La voz de Julián,
mientras dejaba su mano sobre mi cabeza, me hizo dar cuenta que no me percaté
en el momento que llegó—. ¿Quieres que duerma contigo?
—Yo la estoy cuidando —reclamó Math.
—Estoy bien —añadí saliendo de los brazos de mi
hermano.
Me sequé un poco las lágrimas y vi a Math
frente a mí, a mi lado izquierdo estaba Julián, en el umbral de la puerta un
somnoliento Chris mirándome con cara de preocupación y, junto a él, apoyado de
espalda en el marco, se encontraba Kevin.
Franco llegó y empujó a Chris que no lo dejaba
pasar.
—Estás estorbando —reclamó mientras miraba a
Chris.
—No te golpeo sólo porque llevas el agua
—respondió riendo.
—Aquí tienes —dijo Franco al llegar a mi lado—.
No le puse azúcar porque sé que no te gusta, aunque para las penas es mejor
dulce.
—¿Quién lo dice? —preguntó Chris soltando
algunas carcajadas—. La doctora corazón que escuchas todos los días en la
radio.
—Lo decía mamá —respondió Math seriamente.
—A mí nunca me lo dijo —refutó el bufón
tratando de recordar.
—Tú nunca tenías pena —añadió Julián.
—Buen punto, musculitos —le guiñó un ojo,
logrando que todos nos riéramos.
—¿Estás mejor? —consultó Franco.
—Sí —contesté dejando el vaso vacío sobre la
mesita de noche.
—Vamos a seguir durmiendo —habló el mayor de
mis hermanos, luego besó mi frente y se
puso de pie—. El vaso a la cocina —ordenó a Franco.
—¿Ahora soy la nana? —reclamó mientras se
acercaba a mí para darme un beso baboso en una mejilla, y luego en la otra—. No
te imaginas cuanto te quiero hermanita-bebé —dijo antes de agarrar el vaso e ir
a la cocina.
—Podrías ponerte delantal —se burló Julián
mientras salía de mi habitación—, o vestirte como las kafras del Ragnarok, te
verías linda.
—Me las pagarás en la noche —amenazó Franco,
seguido por risas de todos.
—Cuídala o te golpeo —ordenó, esta vez, Chris,
al menor de mis hermanos—. Duerme tranquila —dijo antes de besar mi frente y la
de Math. Él también es un bebé y le besan la frente mis hermanos—. Duerman bien
—terminó de decir al salir.
No me había dado cuenta que Kevin ya no estaba,
me acomodé en la cama para seguir durmiendo y Math hizo lo mismo a mi lado.
Apagó la luz y me abrazó.
—Llegaste rápido a verme —susurré al dejar mi
cabeza en su hombro, así me sentía segura.
—Estaba acostado contigo —lo escuché reír.
—¿En serio? —pregunté sorprendida, ya que no me
había dado cuenta de eso.
—Sí —respondió riendo—. Kevin y Chris se quedaron
a dormir, así que les pase mi habitación…
—Nuestra habitación —se escuchó desde afuera a
Franco que pasaba después de ir a la cocina y al baño.
—«Nuestra habitación» —añadió Math—. Franco se
fue con Julián y yo me vine para acá. Pero como dormías, no quise molestarte.
Un fuerte golpe interrumpió nuestra
conversación, seguido de unos murmullos y muchas risas.
—Franco ya se vengó de Julián —dijo mi hermano
al reír con ganas.
—O al revés.
—¡¿Quieren parar el escándalo?! —gritó Chris—.
Habemos personas pequeñas que no queremos escuchar cómo se aman.
—Parece que tienen ganas de fiesta. —Logré
sentir la sonrisa de Math cerca de mi cabeza—. Pero tú ya duérmete.
—Este sueño fue raro —ignoré su orden.
—¿Por qué? —preguntó algo extrañado.
—Fue tan real —dije al recordar la pesadilla y
bajando la voz, las paredes en casa tenían oídos—. Yo no me di cuenta que era
un sueño, como en los otros que tuve, y sentía que sí podía detener el cuchillo
y Nick volvería con nosotros. —Abracé fuerte a mi hermano.
—¿Quieres contármelo? —consultó Math.
—Sí quiero —respondí con seguridad.
Comencé a relatarle el sueño, tratando que no
se me olvidara ni un detalle. Tenía la costumbre de contarle todo lo que me
pasaba a Math, desde que murieron nuestros padres nos unimos demasiado.
Antes del accidente de ellos, él y yo pasábamos
peleando. Era lógico, él era el más pequeño hasta que llegué yo, y soy mujer,
se sintió dejado de lado, se enojaba conmigo. Aunque mis padres siempre daban
todo su cariño en partes iguales a los cuatro, pero cuando uno es un niño
pequeño no se da cuenta de eso.
Luego del accidente Math entró en depresión y
yo lo único que quería era que él estuviera bien otra vez para seguir peleando
y poder divertirme, comenzamos a dormir juntos, y como teníamos continuas
pesadillas por la muerte de nuestros padres, nos quedábamos hablando hasta que
nos dormíamos, de lo que hicimos en el día, o que nos gustaría hacer, o incluso
de nuestras pesadillas, para saber cuál había sido peor.
Desde ese momento nuestras charlas por las
noches se hicieron constantes, sobretodo cuando nos sentíamos mal. Fue una
noche cuando Math me contó qué había pasado cuando mi cabeza estaba en la
pileta.
* * *
* *
La casa estaba a oscuras, se notaba que era muy
de noche y todo mundo dormía, con excepción de nosotros dos. Mi habitación, a
ratos, se iluminaba por el foco de la calle, que nadie se atreve a arreglar,
después que el último señor que vino de la compañía eléctrica se cayera. Afortunadamente
no le pasó nada, pero el miedo vino a lo que dijo sobre el foco.
Salió en las portadas de los periódicos al otro
día: «Eléctrico cae de poste del alumbrado y dice ver algo sobrenatural». Según
el señor, en el transformador, había «algo» que no era un pájaro, ni otro
animal, era algo que tenía «vida propia». Él estaba revisándolo, para ver por
qué fallaba tanto el foco, cuando de pronto sintió que ese «algo» le tocó la
mano y le susurró «vete de aquí».
Con el susto, el señor perdió el equilibrio y
cayó. Afortunadamente ese día la gente de por estos lados había barrido las
habituales hojas secas de otoño, y estaban todas apiladas bajo el poste, como
era lo acordado para que el camión las recogiera. El señor cayó sobre ellas. Yo
estaba sentada en el umbral de mi puerta cuando vi lo que sucedió, tendría que
haber tenido unos ocho años. Le grité a mi papá y salió corriendo a ver qué
pasaba, mi mamá llamó a una ambulancia y se llevaron al señor.
Días más tarde mi abuelo vino de visita y, como
era típico, yo le relaté lo sucedido. Él con su sonrisa, que se parecía a la de
Chris, me dijo:
—Pequeña, te contaré un secreto. —Me tomó en
sus brazos y me sentó en sus piernas.
—Soy buena con los secretos —le susurré en el
oído.
—Cuando yo era joven —dijo mi abuelo riendo—, y
vivíamos en la casa que está al frente de esta. Junto con unos amigos se nos
ocurrió la idea de asustar al eléctrico, hicimos una cosa parecida a un robot y
lo pusimos en el transformador, pero no funcionó.
—Tata —le dije mirando a mi abuelo
sorprendida—. En el transformador vive un elfo.
Mi abuelo estalló en risas. No fue hasta años
más tarde que comprendí que el culpable de aquel susto había sido mi abuelo, lo
que no entendía era por qué había funcionado al tiempo después, así que
investigué en revistas de electrónica y me enteré que aquel aparato pudo
haberse recargado con la energía que emite el transformador, y así funcionó.
Mi abuelo murió poco menos de un año antes del
accidente de mis padres. Y es gracias a él, que cada vez que el foco se quema,
Julián se tiene que subir a cambiarlo. Pero nadie repara el hecho que parpadee
día y noche.
—Descubrí tu secreto —dije a Math mirándolo a los ojos, que apenas
distinguía en la oscuridad.
—¿Secreto de qué? —preguntó extrañado y
somnoliento.
—De tus historias de terror —contesté
poniéndole cara de astucia.
—¿Ah, sí? —consultó con una sonrisa—. ¿Cuál es?
—Elemental, mi querido Watson —musité haciendo
referencia a Sherlock Holmes—. Te basas en todas las pesadillas y malos ratos
que hemos tenido.
Math rió suavemente, todos sabemos que sus
carcajadas son capaces de despertar hasta al que tenga el sueño más pesado.
—¿Quieres decir algo más sobre el sueño?
—interrogó olvidando su risa.
—No —contesté con seguridad y acomodándome en
sus brazos protectores—. Ya acabé mi historia, y más te vale que tomes apuntes
porque no te la repetiré.
—Ya duérmete, pequeña —susurró con suavidad—. O
el elfo del poste vendrá por ti.
—¿Te he dicho cuánto te quiero, hermanito
lindo? —Cerré mis ojos y puse mi cabeza en su pecho.
—Muchas más veces de las que yo te lo he dicho
—respondió besando mi frente.
Recordé al elfo del poste y las palabras de mi
abuelo. Todo el tiempo que usaron a ese pobre ser para que yo hiciera caso y
siempre supe la verdad de lo que había pasado.
Sonreí y, pensando en eso, me dormí.
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