Al despertar al siguiente día, Math aún dormía
y, como siempre, ocupaba toda la cama dejándome en un pequeño espacio a la
orilla, a punto de caerme. Me levanté y fui a ver si alguien andaba despierto.
Al salir de mi habitación sentí ruidos en la
cocina, caminé hacia allá y me asomé por la puerta, vi a Julián mientras
preparaba el desayuno y un paño colgaba de su hombro, todo un cocinero.
—Buenos días —dije desde el umbral.
—Buenos días, pequeña —respondió regalándome
una sonrisa.
—¿Qué hora es? —pregunté bostezando y
levantando mis brazos al cielo.
—Como las 8:30 —contestó mientras revolvía los
típicos huevos matutinos—. ¿Estás más tranquila? —Posó su mirada en mí.
—Sí, sólo fue un sueño —susurré sin darle tanta
importancia, para evitar preocuparlo de más—. ¿Cómo estás de los golpes?
—consulté al ver el morado de su ojo.
—Tu hermano es de fierro —dijo sonriendo y
guiñándome un ojo.
—Para la próxima —escuché la voz de Kevin tras
de mí—, Chris dormirá en la sala —continuaba hablando al llegar a la cocina.
Pasó junto a mí y me miró, hice como si no
existiera, no me gusta molestarme con él pero esta vez realmente exageró con
sus palabras. Kevin continuaba reclamando por culpa de Chris y Julián lo
escuchaba sin opinar nada, es una de las cualidades de él, sabe escuchar, o
hacer el que escucha.
Salí de la cocina y me fui a la habitación del
mayor de mis hermanos, donde dormía Franco. Abrí la puerta suave y entré.
Estaba acostado boca abajo en la cama, sin
camisa y con pantalón largo, así como la mayoría en esta casa duerme, en eso
consiste su pijama: un pantalón de buzo y sin nada arriba, con excepción de
Math y yo. El menor usa uno que parece buzo deportivo color azul muy claro y yo
utilizo una parecida a la de Math, pero pantalón corto y camisa manga corta, de
color verde agua y con el estampado en la espalda del Chevrolet Impala del ’67,
que usan en la serie Supernatural.
Me acosté junto a Franco, lo moví y me acomodé
para que me abrazara.
—Peleaste con Math —dijo con los ojos cerrados
y voz de sueño.
—No —respondí mientras apoyaba mi cabeza en su
pecho—. Quiero estar un ratito contigo.
—Buen golpe le diste ayer a Kev. —Me abrazó y
besó mi frente.
—Me dijo cosas feas. —Me defendí recordando lo
dicho por el chico.
—Es un idiota cuando bebe —añadió dejando notar
un poco de enfado.
—Idiota le queda chico —musité tratando de
evitar mostrarle mi molestia, así mi hermano lo olvidaría rápido.
—¿Qué hora es? —preguntó aún adormilado y
despistado.
—¡Hora de levantarse! —exclamó Chris lanzándose
sobre nosotros—. Hora de besos —comenzó a darme besos por toda la cara y de
paso unos cuantos a Franco.
—¡Muévete! —reclamó mi hermano aburrido de
tanto beso.
—¡Se te hace tarde, vago! —gritó Julián desde
la cocina.
—¡No me digas vago! —respondió esta vez Franco,
cerca de mi oído y dejándome sorda.
—Yo gano —dijo Chris levantándose de la cama y
corriendo para salir de la habitación rumbo al baño.
—Ya verás —murmuró mi hermano saliendo tras él.
Volví a acomodarme en la cama de Julián para
seguir durmiendo entre los gritos de Franco y Chris que venían del baño. Cerré
mis ojos y otro sonido interrumpió mi sueño, alguien golpeó la puerta
principal, sentí unos pasos y se abrió.
—Buenos días —escuché la voz de Julián—. ¿Qué
desean?
—Buenos días —habló una voz de hombre no conocida—.
¿Podemos pasar?
Varios pasos hicieron rechinar la madera del
suelo y luego el sonido de la puerta al cerrarse. Me levanté y me quedé en el
umbral de la habitación, desde allí pude ver a dos tipos de mediana edad,
vestidos de traje, uno se notaba mayor que el otro, era medio calvo, el poco
cabello que le quedaba era negro con algunas canas, tez blanca y bigote,
bastante alto aunque no más que mi hermano. El otro tenía el cabello algo
rizado y corto, color castaño oscuro, tez morena y bastante más bajo que el
mayor.
—Somos del departamento de servicio social
—dijo el más alto—. Yo soy el oficial Jack Shawn y él es Warren Lee —señaló a
su acompañante—. Venimos por Thais Leighton, ¿se encuentra en casa? —preguntó
observando el lugar.
Me metí a la habitación, mi pecho se apretó,
tenía un mal presentimiento de todo esto. El silencio cubrió mi casa, el ruido
que hace sólo unos minutos provenía del baño, había desaparecido.
—No está —respondió mi hermano con su voz
fuerte y cortante.
—Buenos días. —Volvieron a decir los oficiales.
—Buenos —escuché a Kevin responder.
Sentí unos pasos, era lo único que se escuchaba
en mi casa. Me apoyé en la pared, junto a la puerta y el armario de Julián, me
dejé caer hasta llegar al suelo, junté mis rodillas a mi pecho y apoyé mi
cabeza en la pared. Distinguí una sombra que se acercaba a la habitación, hasta
entrar en ella, por un momento pensé que era uno de los oficiales,
afortunadamente no, era Kevin. Me hizo un gesto con la mano para que me quedara
donde estaba, se sentó en la cama de Julián, frente a mí, y puso su dedo índice
en su boca para que guardara silencio, asentí con la cabeza.
—Creo que tendremos que esperar a que llegue
—dijo el mismo oficial que hablaba hace unos momentos.
—Antes que se acomoden más en mi casa. —Julián
habló con antipatía—, ¿qué quieren con ella?
—¿No se lo han explicado? —cuestionó el otro
oficial.
—No —respondió mi hermano cortantemente.
—Desde hace dos años —continuó hablando el
oficial—, dos años más o menos, que el personal de servicio social ha estado
viniendo a esta casa por Thais.
—Nunca han venido —contestó molesto—. ¿Para
qué?
—Ella participó en una pelea callejera —añadió
el otro oficial con tono de burla—. La custodia que está a nombre de Julián
Leighton, que supongo eres tú, quedó removida y pasó a ser parte del estado.
—Eso quiere decir… —dijo mi hermano, pero fue
interrumpido.
—Que ella debe ir a un orfanato —continuó el
oficial.
Miré el cielo, mi pecho me dolía aún más, unas
lágrimas cayeron de mis ojos y rodaron por mis mejillas hasta mi cuello.
—Eso no puede ser. —Se notaba en la voz de
Julián que estaba muy molesto.
—Hace unos meses —siguió hablando el mismo
oficial—. Esta orden llevaba dos nombres, Matías y Thais Leighton, pero el
tiempo pasó y el chico ya cumplió la edad legal para decidir qué hacer, donde
vivir, etcétera.
—¡Ustedes no se llevarán a nadie! —exclamó mi
hermano alterado, lo sentí caminar y la puerta se abrió.
—Quieras o no, jovencito —anunció el oficial—.
Ella tendrá que ir a un orfanato, o quién sabe y se va a un reformatorio por
participar en el ataque de Brian Cox, ella y su hermano demostraron que tú no
los has sabido llevar por un buen camino.
Miré a Kevin, sus ojos de fuego volvían a él,
se levantó de la cama, hice lo mismo pero del suelo, me interpuse entre él y la
puerta, si salía lo más probable es que se pusiera a discutir con los oficiales
y eso generaría más problemas.
—¡Largo de mi casa! —gritó Julián, mi hermano
ya había creado más problemas.
Sentí unos pasos y la puerta se cerró, solté a
Kevin y salí tras él en dirección a la sala donde estaba el mayor de mis
hermanos. Math se apresuró en salir de mi habitación, la puerta del baño se
abrió y los chicos que se encontraban dentro salieron rápidamente.
—Nadie te llevara —susurró Julián al verme—.
Nadie te alejará de nosotros. —Me abrazó fuerte.
—No te preocupes —respondí tratando de contener
mis lágrimas—. En unos días más cumplo dieciocho años y seré mayor de edad.
—Pequeña. —Se sentó en el borde del sillón,
dejándome frente a él y con sus manos secaba mis lágrimas—, la edad legal para
una mujer son veintiún años.
Abracé fuerte a
mi hermano, no entendía por qué, justo ahora que mi vida comenzaba a volver a
lo que había sido antes, llegan esos tipos.
—No me iré
—aseguré a Julián saliéndome de sus brazos—. Ésta es mi casa y aquí me quedo.
—¿Tú crees que
nosotros dejaremos que te lleven? —escuché la voz de Chris atrás de mí—. Claro
que no, tú te quedas aquí.
—Otra vez
culpando a «nosotros» por el ataque a Brian Cox —añadió Kevin mientras se
dejaba caer sobre el sillón.
—Por suerte sólo
es el orfanato —dijo Math sentándose junto a Kevin.
—¿Por suerte?
—pregunté mirándolo seria.
—¡Claro!
—contestó rápido al ver que todos lo miramos extrañamente—. Pudo haber sido
peor, como dijo uno de los tipos, pudiste ir a un reformatorio.
—Yo no hice nada
malo —reclamé molesta.
—Eso lo sabemos
—respondió—. Pero ya sabes que eso no vale para esa gente, lo más seguro es que
nos culparan de haber matado a ése.
—Es verdad —dije
con tristeza—, y como él que lo hirió ya no está, la agarran con los que
quedan.
—Ya sé qué
haremos. —La voz de Chris se escuchó con entusiasmo.
—¿Tú sabes?
—inquirió Franco riendo.
—A mí se me
ocurrió una idea genial —continuó hablando, ignorando a mi hermano—. Te llevan
al orfanato, Franco y yo nos casamos. —Al decir esto abrazó al chico junto a
él—, y te adoptamos.
Todos nos
quedamos en silencio y miramos fijo a Chris que seguía abrazado de Franco.
—Se te hace
tarde, señora de Chris. —Julián rompió el silencio.
—¿Qué? —reclamó
el bufón—. Nadie me dirá algo.
—¿Por qué siempre
tengo que ser la mujer? —Quiso saber mi hermano, saliéndose del brazo de Chris.
—Porque pareces
niña —contestó Kevin lanzándole un beso.
—Que gays —dijo
Math riendo.
—No te pongas
celoso. —Chris se sentó en sus piernas—. Para ti también hay amor, mucho amor.
—Me largo al
baño. —Franco aprovechó que su rival molestaba a Math.
—¡No es justo!
—gritó el chico al darse cuenta que mi hermano le ganaba aquella habitación.
—¿Estás de
tarde, Kevin? —preguntó Julián mirando al chico.
—Así dijeron
—contestó sin ánimos mirando el suelo.
—Continuaré con
el desayuno —anunció el mayor poniéndose de pie y dándome un beso en la parte
de atrás de mi cabeza.
—¿Quieres salir
a dar una vuelta, pequeñita? —consultó Math.
—No sé —respondí
sin ánimos—. ¿Tienes que ir a ver las cosas de la universidad?
—Así es —dijo
sonriendo—. De vuelta te invito un helado, ¿qué dices?
—Donde hay
helado, estoy yo. —Le sonreí ampliamente.
—Eso es un sí.
—Elevó sus brazos para luego bostezar—. ¿Vamos, Kev? —indagó mirando al chico
sentado junto a él.
Observé a Kevin
para ver su respuesta, él me miró, corrí mi vista.
—Vayan ustedes
—replicó fríamente—. Tengo que trabajar.
—Pero en la
tarde —reclamó Math—. Anda, vamos a dar una vuelta, como en los viejos tiempos.
—Eso no se puede
—le dije a Math—. Por mi culpa no se puede ¿verdad, Kev? —Le regalé una mirada
de odio al chico.
Caminé a mi
habitación, me lancé a la cama, tenía que esperar que Chris y Franco dejaran su
espectáculo en el baño. Escondí mi cabeza en la almohada y sentí que alguien
entró.
—Es hora que
hablemos. —Kevin llegó a mi lado.
—Es hora que me
digas bien qué es lo que sientes. —Me senté en la cama y lo miré fijo.
Kevin se instaló junto a mí y puso sus manos en
la cabeza, revolviéndose un poco su cabello.
—Lo siento —susurró después de un rato,
mirándome a los ojos—, por todo lo que pasó anoche.
—Está bien. —Lo miré a los ojos mientras le
respondía, aquellas ventanas del alma que muchas veces dan miedo.
El silencio se hizo partícipe de la discusión,
Kevin miraba el suelo con sus manos en la nuca, yo aún sentada en mi cama con
la espalda apoyada en el respaldo y mis manos abrazando mis rodillas.
—¡El desayuno está listo! —gritó Julián—. ¡Para
los que estén bañados y con ropa! —Continuó gritando y yo sonreí por lo que
dijo.
Me levanté de mi cama y me dirigí a la ventana.
—¿Vas a tomar desayuno? —preguntó Kevin.
—No —respondí mientras abría las cortinas de mi
habitación y podía ver el día nublado que había amanecido.
El silencio, otra vez, cubrió la escena, me
giré para observar al chico que ya no miraba hacia el suelo, tenía su vista
fija en el ropero que tenía en frente. Caminé hasta llegar al lugar donde
señalaba la vista de él, me apoyé dejando mi espalda pegada al mueble y
quedando frente a Kevin, me agaché hasta quedar mis ojos a la altura de los del
chico, nos miramos fijamente por unos instantes.
—Lo siento por matar a Nick. —Rompí el silencio
de la manera más fría que pude.
Los ojos de Kevin relampaguearon y, otra vez,
tenía frente a mí aquello que tanto miedo me causaba y que hacía tiritar a unos
cuantos. Un escalofrió recorrió mi espalda y mis palabras daban vueltas en mi
cabeza, pero tenía que ser fuerte, era la única manera.
—No lo entenderías —contestó a la vez que
cambiaba esos ojos a unos más suaves, una sonrisa pequeña se le dibujó en el
rostro.
—Si me explicas creo que si entenderé —reclamé
molesta—. No soy tan mensa.
—Nadie ha dicho que lo seas —dijo aún con su
sonrisa—. Pero te conozco muy bien, pequeña —añadió revolviendo mi cabello con
su mano.
—¿Por qué lo dices? —consulté algo confundida
por su reacción—. Yo sé que soy algo lenta para algunas cosas, pero creo que el
tema de anoche no es muy difícil de comprender.
—Poniéndote fría y diciendo cosas así de
fuertes, no lograrás que hable. —Besó mi frente.
—¡Eso es trampa! —Reclamé al ver que había
descubierto lo que intentaba hacer.
—Creí que estaba listo para decírtelo. —Me miró
con seriedad—. Pero aún no me salen las palabras.
—Dime, dime —dije casi desesperada por no saber
qué le pasaba.
—¿Cuánto tiempo? —cuestionó mientras se lanzaba
de espalda sobre mi cama, mirando el cielo, apoyando su cabeza sobre sus
manos—, ¿cuánto tiempo te tomó contarme lo que pasó esa noche? —Terminó de
preguntar.
—Mucho —respondí poniéndome de pie—. Y lo
sabes.
—Yo me tardaré menos en tener las palabras que
necesito —dijo aún mirando el cielo—. Por ahora. —Se sentó y luego se puso de
pie quedando frente a mí—, sólo acepta mi disculpa.
Por un lado comprendía lo que es ese
sentimiento de no poder decirle a una persona lo que sientes, por cualquier
motivo, entendía que Kevin necesitara decirme cosas de Nick que no podía, pero
por otro lado mi curiosidad era demasiada. Me abrazó fuertemente, su cabeza
quedó en mi hombro.
—Te perdono —aseguré devolviendo el abrazo y
olvidando mi curiosidad.
—Gracias, mi pequeña —susurró en mi oído.
—¡Kev, te buscan! —escuché un grito de Math—.
¡Franco, a ti también!
—¿Ahora qué? —preguntó soltándome y saliendo de
mi habitación.
—¡Voy! —respondió Franco desde la habitación de
Julián.
—Mi turno del baño —dijo Math pasando frente a mí
hacia el lugar que mencionó.
—Yo voy después —aseguré mi lugar.
Caminé a la sala para ver quién buscaba, al
llegar al final del pasillo pude ver una escena que no me agradaba para nada,
dos chicas más bajas que yo, delgadas, con sus curvas bien formadas y bien
dotadas, tanto en la delantera como la trasera, eso no lo podía negar. Ambas
con el cabello hasta los hombros, liso y suelto, de color rubio pero su color
natural nunca nadie lo sabrá, el teñido lo tenían desde nacimiento, una de
veintidós años y de ojos color marrones claros, llamada Marla; y la otra de
veinticuatro años, color de ojos negros, muy oscuros, llamada Carol, ambas
maquilladas a más no poder.
Marla, sentada en el sillón pequeño con las
piernas cruzadas, esperaba que llegara quien buscaba. Mientras que Carol
colgaba del cuello de Kevin y le daba un apasionado beso, el chico tenía las
manos puestas en la cara de chica, por un momento me dio la impresión que
quería correrla de su lado.
—¡Amor! —exclamó Franco pasando por al lado
mío.
La chica se puso de pie al ver a mi hermano,
cuando éste llegó a su lado lo abrazó por el cuello y se saludaron como lo
venían haciendo desde hace ya cuatro años: con un apasionado beso de
novios. Me fui a la cocina, sin saludar,
nunca me he llevado bien con ellas por pensamientos distintos. Allí Julián
terminaba de lavar los trastes sucios.
—¿Aún no puedes bañarte? —preguntó al ver que
me sentaba sobre el mueble de cocina.
—Es el turno de Math —respondí sin ánimos y
bajando la cabeza para mirar el suelo.
—¿Acompañaras al bebé? —indagó secando platos.
—Sí —contesté moviendo los pies de adelante a
atrás mientras colgaban—. Quiero helado.
—Lo cuidas —sonrió mientras caminaba de un lado
a otro guardando cosas.
—Siempre. —Lo miré a los ojos.
—Terminé. —Dejó el paño en uno de los muebles—.
En veinte minutos más me voy.
—Llegaron las «callejeras» —dije de la manera
más sutil que encontré para referirme a ellas.
—No quiero peleas con Franco por eso. —Su voz
sonaba a regaño.
—No lo haré —respondí para defenderme—. Pero me
molestan, Carol colgada del cuello de Kev.
—¿En qué te molesta? —inquirió con una extraña
mirada clavando sus ojos en los míos.
Me quedé en silencio, la misma pregunta me hice
yo, «¿en qué me molesta que esté con ella?».
—Que esas dos no sólo tienen a Kev y a Franco
—musité a mi hermano que seguía con su mirada curiosa y a la vez pícara—. No
quiero que lo lastimen.
Julián rió, me tomó de la cintura y me bajó del
mueble, besó mi frente.
—A Kevin no lo lastimarán —dijo revolviendo mi
cabello—. No ella, tú sabes cómo son las cosas y él también, tiene claro que
ella sólo lo busca cuando necesita algo.
—Lo sé, pero… —Alcancé a pronunciar antes que
me interrumpieran.
—Kevin siempre será tuyo —sonrió y salió de la
cocina.
Me quedé quieta mirando el vaivén de la puerta
de la cocina, un extraño sentimiento recorrió mi cuerpo.
—¡Julián! —grité al volver a reaccionar.
Pero ya era muy tarde, mi hermano había entrado
al baño mientras Math se bañaba. Salí de la cocina, aún sintiéndome extraña, no
quería estar en la sala así que me dirigí a mi habitación.
—¿A dónde vas? —consultó Chris mientras me
tomaba en sus brazos por la espalda.
—A mi habitación, a esperar a Math —contesté
sin ánimos de jugar.
—Dame desayuno —susurró cerca de mi oído—. Di
que sí —continuó hablando dándome besos.
—Está bien, está bien —respondí sin tener otra
alternativa.
Me bajó de sus brazos y fue a la habitación de
Franco, caminé devuelta a la cocina.
—Franco, Kev —dije antes de empujar la puerta
que dividía la sala de lugar al que me dirigía—, ¿les sirvo desayuno?
—Yo si quiero —contestó mi hermano sentado en
el sillón pequeño con Marla en sus piernas.
—Yo también —añadió Kevin medio acostado en el
sillón grande con el control remoto de la televisión en sus manos, Carol
sentada cerca de él.
—Y a las damas —intercedió Chris tras de mí—,
¿no le ofreces?
—¿Qué damas? —consulté sarcásticamente mientras
entraba a la cocina para evitar una pelea con mi hermano.
—Nada de peleas con Franco —ordenó el bufón
cerca de mi oído una vez que entró a la cocina.
—Lo sé —suspiré—. Lo sé.
Agarré unas tazas y empecé a ordenarlas para
servir el desayuno que Julián ya tenía preparado. Tomé la tetera, serví té
junto a las tostadas y huevo revuelto. Lo llevé a la mesa y sentí que la puerta
del baño se abrió. Mis hermanos salían dejándome el camino libre para usarlo.
—Es mi turno —anunció una vez que tenía todo
listo en la mesa—. Franco, Kev, tienen servido.
—Gracias —respondieron los dos a la vez.
Chris salió tras de mí de la cocina, directo a
comer. Caminé hacia el baño y entré a darme mi ducha matutina de alrededor de
unos veinte minutos, es el problema de tener el cabello largo y rizado, gasta
mucho tiempo el enjuague.
Una vez lista, fui a mi habitación a ponerme
ropa, busqué mis típicos jeans azules gastados, una camisa verde claro manga
larga, mis zapatillas Nike que me
regalaron mis hermanos para navidad y mi polerón marrón claro que me regaló Kevin,
mi favorito, porque tiene en la espalda el recorrido de los hermanos Winchester
en el Impala de Dean, todos los lugares por los cuales viajan en la primera y
segunda temporada.
Fui a la cocina para servirme desayuno y
después salir con Math, al llegar a la sala, que también es comedor, Chris y
Kevin seguían sentados en la mesa, aunque ya habían terminado de desayunar,
mientras que Math estaba por acabar. Caminé a la cocina y me serví un rico
desayuno para tomarlo acompañando a mi hermano.
—¿Y Julián? —pregunté ya que no veía al mayor.
—Te tardas mucho —respondió Chris mientras
ponía mermelada en su pan—, ya se fue.
—Ni siquiera se despidió —dije poniendo azúcar
en mi leche y haciendo pucheros.
—Eres muy tortuga —añadió Math con la boca
llena.
—No es mi culpa —reclamé—, me tocó de la última
en el baño. —Miré hacia el sillón pequeño buscando a mi hermano—. Franco —dije
al verlo sentado con Marla en sus piernas—, ya es tarde, te van a poner
retraso.
—No —contestó riendo—, hoy estará cerrado el
cine
—¿Cómo sabes? —consulté curiosa—. No escuché el
teléfono.
—Marla me dijo. Ella llegó y le dijeron que
estaría cerrado.
—¿Estás seguro? —cuestioné las palabras de
aquella chica.
—Sí, lo estoy —refutó con tono medio molesto—.
Llamé y me dijeron que estaría cerrado porque iría sanidad a revisión
semestral.
—Día libre, como yo, ¡wooohooo! —dije a mi
hermano imitando a Homero Simpson—. ¿Y tú, Chris? —pregunté al chico sentado
frente a mí, mientras veía televisión
—¿Yo, qué? —respondió con una pregunta sin
dejar de ver caricaturas.
—¿Trabajas hoy? —indagué antes de tomar un
sorbo de mi leche.
—No quiero —contestó riendo de Tom y Jerry—.
Pero tengo que, la familia no se mantiene sola y ustedes gastan mucho.
—¿Ya te vas? —Comencé a fastidiarlo un rato, sé
que él no se molesta, aunque le interrumpa de sus tan apreciadas caricaturas.
—Ya casi —dijo aún riendo—, sólo espero que
termine Tom.
—Apúrate —ordenó Math mientras se paraba y
llevaba la taza a la cocina—, la idea es ir y venir en la mañana.
—La mañana ya se fue —reclamé—. Kevin, ¿vas con
nosotros? —consulté al chico que había vuelto al sillón que se encontraba
antes, olvidando lo sucedido hace un rato.
—No, él no va —respondió Carol mientras lo
abrazaba.
—Kevin, ¿vas con nosotros? —pregunté otra vez
recalcando el nombre de mi amigo.
—¿Quieres que vaya? —contestó y preguntó con
una sonrisa.
—Claro —respondí guiñándole un ojo—, tienes
carro.
—Sólo interés —dijo Franco riendo.
—Así somos las mujeres —añadí mientras miraba a
las chicas que se encontraban en mi casa.
—Yo me voy. —Chris, con la costumbre, ya había
aprendido a arrancar
—¿Kev? —Volví a preguntar, a ver si ahora
respondía.
—Sí voy —aseguró con una sonrisa torcida.
—Vamos en auto —canté mientras me levantaba de
la mesa.
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