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29 de julio de 2017

[Hasta el día de ayer] Capítulo IX: «Un poco de tranquilidad»

Reí a carcajadas de la situación, Ale tenía la cara completamente roja y Alex aguantaba la risa, si se reía el juego acabaría, y de seguro eso no era lo que quería.
Él es un chico de mi edad, sólo unos meses mayor que yo, vive por los alrededores. Le dicen «el chico de la calle» por el simple hecho que no pasa en su casa, no lo culpo, si en mi hogar pasara lo que pasa en el suyo también estaría todo el tiempo fuera. Su padre es un borracho que golpea a su madre cuando quiere, muchos por ahí dicen que se lo merece, pues ella no las tiene sanas, también es una alcohólica y suele verse pidiendo dinero en las calles para comprar más bebida cuando se le acaban. Por suerte no tienen más hijos que Alex, según lo que me dijo él hace un tiempo, su madre tuvo un aborto natural dos años luego que naciera y desde ese momento quedó estéril.
Luego de haber crecido con unos padres así, Alex prometió nunca tomar una gota de alcohol, y sí que lo ha cumplido, el único vicio que posee es el cigarro y eso no es raro por estos lados. Mi mamá lo quería mucho, siempre que lo veía por ahí en la calle lo invitaba a la casa, donde siempre fue y será bien recibido, él hubiera sido un Leighton más sino fuera tan «libre», como dice, es la diferencia entre Nick, Kevin y Chris, ellos prefirieron el calor del hogar al de la calle. Es por ese motivo que mis hermanos lo dejan pasar y quedarse en mi casa cuando quiera. No es un santo, eso todos lo sabemos, pero no es motivo para no prestarle la sala cuando no tenga donde ir, además ¿quién es un santo estos días? Y a diferencia de los chicos de por aquí, él si vale la pena.
—Tienes el cabello bastante crecido —dije agarrándole los mechones negros que le colgaban por la cara.
—No he tenido tiempo de córtalo —respondió mirando hacia el frente con una pequeña sonrisa dibujada en sus labios—. Me cortaste el juego.
—Así no se te ven los ojitos. —Hice pucheros jugueteando con sus cabellos—. Tú juego ya no tenía diversión —le sonreí—, Ale se había puesto como un tomate y sabes tan bien como yo, que cuando le pasa eso, no responde nada más.
—¡Oye! —exclamó mi amiga aún con la cara roja—. Gracias por defenderme.
—Te quiero amiga. —Le lancé un beso.
—Para que veas la amiga que tienes —le sonrió el chico—. Lo hubieras dicho antes. —Volteó su cara para mirarme a mí—. Aquí están para ti. —Movió los mechones de su cabello que le colgaban por los ojos y los dejó tras de sus orejas.
—¡Ahora sí! —grité exagerando todo—. Hay están esos azules tan bellos —dije riendo y molestando, Alex tiene los ojos más claros que Franco y le quedan a la perfección con su cabello negro azulado—. ¿Qué te pasó en la frente? —pregunté al ver la herida que le nacía en el casco de la cabeza hasta casi la ceja.
—Nada importante —contestó poniéndose el cabello cómo antes.
—¿Te lo corto o te lo trenzo? —consulté poniéndome frente a él.
—Córtalo —me sonrió—, la última vez que me lo trenzaste casi me dejas sin cabello y con un dolor de cabeza de semanas, lo jalaste demasiado.
—Sí eres hablador. —Fruncí mi ceño y me puse de pie—. Y si así fue, es tú culpa, te movías mucho.
—La culpa es de la peluquera, que no mantiene al cliente tranquilo. —Soltó una carcajada.
—Voy por las tijeras y el peine —mencioné abriendo la puerta—. Ale, no abuses mucho de él —sonreí al molestar a mi amiga.
—No te preocupes —dijo Alex guiñándome un ojo—, yo no caigo tan fácil.
Entré a mi casa directo al baño, en busca de algún peine y de la tijera cortadora de cabello. No era la primera vez que lo hacía, con tantos hombres en mi casa no es difícil aprender. Mi mamá solía hacerlo desde mi papá hasta el más pequeño de los niños que corrían por estas calles, hace ya años. Ahora, uno de esos pequeños, me espera afuera para que yo le haga lo que le hacía mamá.
Una vez que encontré lo que buscaba, me fui donde me esperaban mis amigos. Alex todavía tenía abrazada a Ale, cómo le encantaba hacer que se pusiera roja, y aunque ella lo sabía muy bien, no hacía nada por evitarlo, sólo que a veces apresaba las mejillas del chico con sus dedos y le dejaba la cara morada, y era así como ellos expresaban su amor. Todo esto siempre y cuando no existían rastros de Tony, Alex sabía cuando parar, era otra de sus cualidades, la mayoría de los chicos molestan hasta que consiguen lo que quieren, incluso cuando es un juego, como en el caso de él.
—Te lo voy a quitar un rato —le dije a Ale cuando llegué junto a ellos.
—Es todo tuyo —respondió quitándose de los brazos del chico.
—Me encanta que se peleen por mí. —Alex se puso de pie.
—Siéntate en la escalera —le ordené mientras caminaba—. Tú abajo y yo más arriba.
—Como tú digas —contestó antes de darme un beso en la mejilla.
Nos sentamos y comencé con mi trabajo, lo primero sería quitarle los cabellos de la cara, para que así sus bellos ojos quedaran al descubierto, lo segundo y final, era emparejar todo el restante.
—¿Qué haces en casa sola? —preguntó con curiosidad.
—¿Cómo que sola, acaso yo no cuento? —intervino Ale con tono de enfado.
—Si importas —contestó intentando mirarla—. Tú me entiendes.
—Sí —respondí—. Franco me castigó.
—¡¿Qué?! —gritó Alex exagerando.
—¡No te creo! —agregó Ale desde donde estaba.
—Créanlo, porque es verdad —suspiré por sus reacciones.
—¡Tú! —exclamó el chico con exageración—. ¿Castigada por Franco? Y el mundo se acaba cuando
—A Franco también lo desespero —respondí defendiendo a mi hermano.
—¿Por qué? —La voz de amiga sonaba a curiosidad.
—Por Marla —contesté haciendo una mueca de desagrado con la boca.
—Era obvio —añadió Alex con aires de sabelotodo—. La única manera que Franco se enoje contigo es con ese tema.
—Ella no me agrada —me defendí frunciendo el ceño.
—Eso lo tenemos claro —agregó Ale mientras caminaba y se sentaba cerca de nosotros en la escalera.
—¿Con qué palabras le dijiste que es una de la calle esta vez? —preguntó el chico riendo.
—No le dije —respondí sonriendo de aquel chico que conocía mis maneras de molestar a ellas—. Lo único que señalé fue que yo pienso con el cerebro y ellas no tienen.
—¿Ellas? —indagó frunciendo el ceño—. ¿Estaba Carol?
—Sí —contesté mientras terminaba de cortar los mechones que le colgaban en la cara, ahora sí se le veían sus bellos ojos—. No sé qué quería con Kev.
—De seguro le fue mal con aquel imbécil —dijo Alex riendo.
—Llegó el centro de informaciones —interrumpió Ale mirando al chico.
—Yo le hago a todo —le respondió sin poder mirarla.
—¿Cuál de todos los imbéciles? —pregunté con curiosidad y trayendo el tema de vuelta.
—Uno de esos de allá arriba —contestó de mala gana—. Disculpa si te ofendí —añadió volteando la cara y mirando a Ale.
—¡Quieto! —grité al momento en que movió su cabeza.
—Lo siento —respondió al dejar la cabeza donde la tenía desde un principio.
—No hay problema —le dijo Ale meneando la cabeza en señal de negación—. Por lo menos ustedes sí hacen la diferencia, no todos los que vivimos allá somos así.
—Sólo basta cruzar la calle —añadí sonriéndole a mi amiga.
—¡Eso! Ella es una de los nuestros. —La cara del chico se iluminó con una gran sonrisa.
—No —contesté con rapidez—. Ella es mi amiga y no la meteremos en esto, al igual que ninguno de mis amigos de por allá.
—Calma, calma —dijo Alex moviendo sus manos en señal de tiempo—. Sólo bromeaba.
—Eso espero o te corto una oreja —lo amenacé con una sonrisa.
—Si es bromita —repitió riendo—. No me cortes nada.
—¿Me decías de Carol? —pregunté al chico que al parecer había olvidado el tema.
—¡Oh, sí! —exclamó tocando sus orejas—.  Resulta que hace unos días en las carreras, andaba muy pegada a uno de esos tipos de por allá, no creo que lo conozcas, de todas maneras no tiene mucha importancia.
—¿La muy mensa pensaba que uno de esos se quedaría con ella? —Solté algunas carcajadas—. Todos sabemos que esos sólo vienen por las chicas de aquí para pasar el rato.
—Ella quería sacarle la mayor cantidad de cosas posibles —añadió Alex con una sonrisa de maldad—. Ya sabes: dinero, joyas y varios; a cambio. —Se quedó callado por un rato—. De cosas para grandes que no puedes saber —habló rápidamente después de mucho pensar.
—Como si Kev no me dijera lo que hace ella —le reclamé al chico por ocultarme información.
—Él te dirá —respondió, esta vez sin sonrisa—. Yo no me expondré a los músculos de Julián.
—Igual no quería saber. —Le saqué la lengua poniendo mi cara frente a la de él.
—El otro día se me lanzó encima —dijo seriamente—. Según porque quería consuelo ya que aquel la dejó.
—¡Eso es profanación de menores! —gritó Ale sonriendo.
—No te enceles —contestó el chico—. Yo sólo seré para ti.
—Como no consiguió nada contigo. —Reí de lo que decían los chicos—, vino por Kev.
—¿Por qué dices que no lo consiguió conmigo? —preguntó el chico frunciendo el ceño.
—Le dijiste recién a Ale que sólo eres de ella —dije con burla.
—Pero eso sólo pudo haber sido para que no se enoje —reclamó riendo.
—Carol no es tú tipo —respondí mientras cortaba las puntas de su cabello.
—¡Tú qué sabes! —exclamó al cruzarse de brazos y con gesto de enojado.
—¡Oh, pequeño saltamontes! Eres mi hermano pequeño y te conozco entero —le sonreí.
—Sí, sí —dijo de mala gana aún con los brazos cruzados.
—Pequeñito —hablé con suavidad—, yo sé que te gustan las niñas del bien, esos son tus tipos de chicas.
—Recuerda que Chris me llevó por el camino del mal —sonrió poniendo cara de malo.
—Eso lo sé. —Fruncí mi ceño al recordar las cosas que hace Chris—, y no niego que tengas varias niñas del mal, pero bien sabes que son para divertirte. —Me acerqué a sus oídos y le susurré—. Yo sé quién es la que te tiene loco de hace tres años.
—Ella —su voz sonó nerviosa—, la sabelotodo.
—Sabes que es así. —Reí y volví a mi labor de cortarle el cabello—. Tú me lo confesaste luego de todo el fastidio que te di preguntando.
—Se te nota por encima de la piel —añadió Ale con una risita.
—Pero no se lo vayan a decir. —Ahora su voz sonaba a súplica.
Mi amiga y yo nos miramos y estallamos en risas, aquel muchacho siempre nos hacía reír, sea como sea que estuviéramos de ánimos, él con sus cosas raras nos sacaba por lo menos más de cinco carcajadas en diez minutos.
—¡Terminé! —grité una vez que todo su cabello estuviera parejo.
—Por eso te quiero tanto, hermanita saltamontes —dijo abrazándome y besando mí mejilla—. ¿Ahora comemos?
—No, esperaremos a Math —le respondí poniéndome de pie para ir a guardar las cosas que usé para córtale el cabello.
Una vez puestas las cosas en su lugar, volví a salir a la terraza, ambos chicos estaban sentados en el último peldaño de la escalera.
—Siéntate aquí —invitó Alex cuando me vio salir y señalaba con la mano el lugar junto a él.
—Está bien —contesté sentándome en el lugar indicado.
—Siempre haciéndome caso —dijo al pasar su brazo por mi cuello y abrazarme.
—Sí, sí —contesté con risa.
—Tee no te ha contado que la amenazaron con llevársela —mencionó Ale rompiendo mis risas.
—¡¿Qué?! —exclamó el chico mirándome fijo a los ojos—. ¿Cómo está eso?
—En pocas palabras —respondí con la vista fija en él—, ya no soy una Leighton y pertenezco al Estado.
—Servicio Social —añadió con la vista hacia el jardín y meneando la cabeza en señal de negación.
—¿Cómo lo supiste? —indagó Ale curiosa.
—Pasa seguido por estos lados —contestó con frialdad, mirándola a los ojos.
—Pocos han logrado quedarse aquí —agregué con la vista pegada al piso.
—¿Pocos? —Alex volteó su cabeza y su fría mirada se clavó en mí—. Querrás decir ninguno.
—Eso —respondí mostrando tristeza y levantando mi vista.
—Cambiará contigo —dijo al ver mi cara sin sonrisa—. A ti no te llevarán a ningún lado, no dejarán que lo hagan y yo seré el primero en estar allí para detenerlos.
—Eso lo sé. —Le regalé una sonrisa, aunque en el fondo quería llorar, porque no me gustaba esa realidad, estaba a un paso de no volver con mis hermanos, mis amigos y Kevin.
—Aunque —añadió abrazándome fuerte—, no te llevarían lejos de aquí, irías al Hogar de las Monjitas.
—En una de esas me quedo para ser una de ellas —le dije al chico con una sonrisa y desordenándole el cabello con mi mano—. Estoy perfecta para eso.
—Eso habría que verlo —sonrió a carcajadas.
Se escuchó el sonido de una bocina conocida por todos, Ale abrazó rápidamente a Alex y él la miró sorprendido. El auto estacionó frente a mi casa, aquel Ford Focus brillaba con el sol, Tony lo había lavado recién.
Math bajó del asiento del copiloto, me puse de pie y lo saludé con mi mano sonriéndole, Tony salió una vez que cerró todo.
—¡Oye, tú! —gritó Tony en dirección a donde estaban los chicos—. ¡Suéltala!
—No soy yo el que la tiene abrazada —se defendió Alex.
—¡Hermanito! —exclamé mientras corría a sus brazos—. ¿Cómo te fue?
—Bien —respondió abrazándome fuerte—. Muy bien, te traje algunas cosas para que veas después.
—Está bien —le dije mientras lo besaba en la mejilla.
—Hola, pequeña —habló Tony al pasar por mi lado y desordenando mi cabello con su mano.
—Hola —le respondí riendo de lo que pasaría.
—Tú me abandonaste. —Ale frunció su ceño mirando a Tony—, ahora yo te cambio.
—A mí no me metan en problemas. —Alex se soltó de los brazos de la chica y salió de la pelea—. Ella es toda tuya —añadió golpeando el hombro de Tony.
—Yo no te abandoné —se defendió el chico—. Tú estabas en el baño y te pregunté si querías ir, no respondiste así que di por hecho que era un no.
—¿Qué dices, Math? —preguntó el chico una vez llegó a donde estábamos nosotros y le dio la mano a mi hermano.
—Muriendo de hambre —respondió éste, con una sonrisa.
—No faltaba más —le dijo Alex—. Si te esperábamos para almorzar.
—No sigamos esperando —añadió mientras tomaba mi mano y comenzábamos a caminar al interior de la casa.
Entramos y dejamos a Ale y Tony discutiendo en la entrada, no era primera vez que lo hacíamos y tampoco sería la última, no teníamos nada en que meternos, de seguro después entrarían de lo mejor y ni se acordarían que pelearon.
Me fui la cocina, Alex me siguió y Math fue a su habitación a dejar el montón de papeles que traía en su mano. El pequeño saltamontes me ayudó con la mesa y, una vez lista, llamé a almorzar, y tal como lo predije, Tony y Ale entraron como si nunca hubieran peleado.
—¿Quién cocinó? —preguntó Tony al llegar a la mesa.
—Ale —respondí rápidamente antes que alguien dijera algo.
—Ha de estar delicioso —dijo mientras se sentaba.
Sonreí y miré a Ale, ella asintió suavemente con su cabeza, eso significaba que me seguiría el juego, con Alex no debía hacer nada, sabía que me apoyaría cualquier cosa que dijera.
—Lo está —añadió Math que ya lo había probado.
Sonreí un poco más y Alex no aguantó las carcajadas, miré a Ale para ver su reacción y ésta tampoco aguantó más y estalló en risas, así menos me pude controlar.
—¿Qué les causa tanta gracia? —gruñó Tony con aires de molesto.
—Nada, nada —respondió Ale apretándose el estómago de tanta risa.
—Habla —me ordenó Math con cara de irritado.
—Si piensan que nos reímos de ustedes —contesté riendo aún más por el tono de voz de los chicos—, les informó que no es así.
—No, claro que no —dijo Alex con lágrimas en los ojos—. Sigan comiendo que está delicioso.
—Se me quitó el apetito. —Mi hermano dejó los servicios sobre el plato.
—¿Qué le pusieron a la comida? —cuestionó Tony mirándonos con odio—. Ustedes ni la han probado.
—Queríamos ver su reacción primero —defendió Alex.
—¿No te sabe distinto a como cocina Ale? —pregunté a Tony mirándolo fijo a los ojos.
—No, no —respondió rápido y se silenció—. Ahora que lo dices, sí.
—¿Estás seguro? —interrogó esta vez Ale.
—Sí, si lo estoy —contestó el chico—. Tú no cocinaste.
—¿Entonces quien lo hizo? —preguntó Alex con una sonrisa torcida y de maldad.
—¡Thais! —gritaron Tony y Math a la vez.
—Si exageran —les dije frunciendo mi ceño por el grito.
—Mañana se acabará el mundo. —Mi hermano se pasó la mano por la cara—. Pero está bueno así que comeré.
—Tienes razón —añadió Tony—. Está bueno.
—Hace menos de cinco minutos estaba delicioso. —Miré a Alex con desagrado—. Ya ves cómo son de malagradecidos.
—Yo que tú —dijo Alex llevando un poco de comida a la boca—, le quito los platos.
—Verdad que sí. —Miré a los chicos con malicia.
—Ya era hora que aprendieras a cocinar, pequeñita —añadió mi hermano cambiando el tema para que no lo dejará sin comida.
Le sonreí y continuamos comiendo entre risas, hasta que se acabó. Era el turno de Math en el lavado así que le ayudé a recoger las cosas y él terminó con su labor, mientras los demás estábamos en la sala.
—Ale, vamos a hacer el informe que debemos entregar mañana —propuse a la chica que estaba abrazada a su novio mientras veíamos televisión.
—Está bien —contestó de mala gana y frunciendo el ceño—. Terminemos rápido.
—Claro —le sonreí.
—Yo me largo —pronunció Alex poniéndose de pie.
—¿Tan pronto? —preguntó Math que salía de la cocina.
—Vine a ver a Thais y ahora ella debe hacer sus quehaceres.
—Quédate otro rato —dijo Math sentándose en el sillón—. Tony trajo su consola de PlayStation, juguemos un rato.
—Sí es así —Alex sonrió de oreja a oreja—. Me quedo aquí hasta quién sabe cuándo.
—Yo también quiero jugar. —Me senté frente a la televisión.
—Tú te vas a terminar ese informe —ordenó mi hermano tomándome de un brazo y poniéndome de pie.
—Pero, pero… —reclamé antes de ser interrumpida.
—Nada. —La voz de Math sonaba dura—. Luego que termines, vienes y juegas con tu amado Squall. —Tony me mostraba que había traído los cds del Final Fantasy 8.
—Ale, o te apuras o te apuras —amenacé a mi amiga mientras la jalaba a mi habitación para continuar con el inconcluso informe que teníamos.
Comenzamos a trabajar rápidamente en aquellas páginas de física, tenía que apurarme si quería jugar con Squall, muy pocas veces Tony traía su consola junto con aquel juego que tanto amo, así que estaba con el tiempo en contra.
Sería más fácil si las cosas por estos lados fueran distintas, podríamos ir a la casa de Tony cuando quisiéramos, o de alguno de nuestros compañeros de Instituto, pero la verdad es que no somos bienvenidos por esos de allá y no los culpo, a algunos. Todo lo que se informa en la prensa sobre nosotros es que somos asaltantes, malas personas, que no nos interesa nada más que hacerles daño a ellos. A veces pienso que tienen las descripciones al revés, pero es lo que nos tocó y mientras seamos felices, lo demás no importa.
—Ya acabamos —le dije a Ale luego de dos horas de trabajo—. Me voy con Squall.
Nos pusimos a jugar y no nos dimos cuenta cómo pasaba el tiempo, de un momento a otro ya había anochecido, se podían ver las estrellas cuando ninguna nube cubría el cielo. Si no es porque llegó Julián, ni cuenta nos hubiéramos dado de la hora, a los pocos minutos apareció Kevin, era hora de molestarlo a él.
Tanto Julián como Kevin entraron saludando a todos los que se encontraban en casa. El mayor, al ver a Alex tumbado en el suelo mientras me veía jugar con Squall, lo invitó a pasar la noche, a lo que éste le respondió aceptando con gusto.
—Ya nos vamos —dijo Tony poniéndose de pie.
—No, todavía no. —Hice pucheros sin dejar de jugar.
—Ni siquiera es por nosotros —reclamó Ale frunciendo el ceño—. Es por el juego.
—Tengo que aprovechar. —Le saqué la lengua.
—¿Terminaron el informe? —preguntó Julián que caminaba desde el baño a la cocina.
—Sí, sí —le respondí rápidamente, todo segundo contaba.
A los pocos minutos dejé el juego de lado, dándole órdenes a Alex para que guardara la partida y me fui con mi hermano a la cocina.
—Julián —lo llamé una vez que entré al recinto—. Yo cociné, pero no le digas a Kevin.
—¿Dónde está tu hermano? —preguntó riendo, sin darle importancia a lo que le dije.
—En la sala —respondí mientras comenzaba a preparar todo para servir la comida.
—Tu otro hermano —soltó una carcajada.
—Salió hace rato con Marla —contesté de mala gana.
—¿Cómo les fue en lo de la universidad? —indagó con su mirada fija en mí.
—Bien —le respondí titubeante y agachando la mirada.
—Te conozco hace diecisiete años… —alcanzó a decir antes de interrumpirlo.
—Dieciocho —añadí con la mirada baja.
—Diecisiete —repuso riendo—. Todavía no cumples los dieciocho.
—Pero falta poco —reclamé clavando mis ojos en él, para bajarlos rápidamente.
—Te conozco de toda la vida. —Se le dibujó una sonrisa en su rostro mientras tomaba mi mentón y me obligaba a mirarlo—. No me mientas y dime qué pasó.
—Me quedé cocinando —le respondí esquivando la mirada.
—Te dije que no pelearas con Franco. —Me soltó y agarró el plato donde había dejado las hamburguesas.
—¿Cómo supiste? —pregunté sorprendida mirando lo que hacía.
—Siempre lo proteges —contestó sirviendo los platos para él y Kevin.
—Igual que a todos. —Fruncí mi ceño.
—Con Franco es distinto —añadió con una leve sonrisa—. A él lo proteges hasta cuando pelean, con Math no es así, siempre lo delatas.
—Math es tu bebé, yo soy de Franco —le dije mientras agarraba la botella para hacer jugo—. Aunque él ya no me quiera.
—Los tres son mis bebés —respondió al momento que me abrazaba por la espalda y besaba mi mejilla.
—¡Tee! —Ale gritó desde la sala—. ¡Ya nos vamos!
—¡Voy! —exclamé de la misma manera.
—Espera, espera —me dijo Julián al ver que ya casi salía por la puerta.
—¿Qué pasa? —pregunté dándome la vuelta para mirarlo.
—Encima de mi cama dejé las bolsas con las faldas de ustedes —señaló mientras terminaba de preparar la cena—. Pasé por la tuya y me dieron la de Ale también.
—Gracias, hermanito —le sonreí y salí de la cocina en dirección a la habitación de Julián—. Ale, espérame un poco —le dije a mi amiga que estaba en la sala.
Se me había olvidado que tanto mi falda como la de Ale estaban manchadas con resina de árbol por andar jugando en ellos hace unos días atrás. Llegué a la habitación de Julián y, tal como lo dijo, sobre su cama habían dos bolsas negras, mire ambas y por una deducción sacada con apuro, agarré la que se parecía más a la de Ale, corrí a la sala.
—Toma —le extendí a mi amiga la bolsa—. Es la falda, se la pasaron a Julián.
—¡Gracias, Jú! —gritó Ale en dirección a la cocina con esa manía de acortar todos los nombres.
—¡De nada! —Fue la respuesta de mi hermano.
—Nos vamos —me dijo Tony—. Que pases buena noche.
—Igual —le respondí mientras besaba su mejilla—. Derecho a dejar a mi amiga a su casa —le advertí.
—Sí, sí —contestó sonriente—. Mañana tiene escuela.
—Nos vemos mañana —interrumpió Ale abrazándome.
—Llega temprano —respondí su abrazo y besé su mejilla.
—Eso debería ser para ti. —Frunció su ceño al contestarme.
—No es mi culpa —me defendí levantando una ceja—. Es culpa del que me va a dejar.
Caminamos hasta la puerta y desde allí los despedí hasta que desaparecieron en el Ford de Tony, antes de entrar, divisé una figura conocida que se acercaba a mi casa.
—¡Chris! —grité desde la puerta—. ¡Apúrate, Julián está sirviendo la comida!
—Escandalosa —gruñó Kevin por atrás—. Ahora se va a llenar de gente que quiere comer lo que preparó Julián.
—Ni que fuera tan famoso. —Le saqué la lengua al voltearme.
—¿Me extrañaste? —escuché que dijo Chris mientras me tomaba en sus brazos llevándome al interior de la casa.
—No te imaginas cuanto —contesté riendo.
—Ya bájala —ordenó Kevin, dándole un pequeño golpe en la espalda.
—Algo huele rico —contestó el bufón obedeciendo al otro chico y caminando a la cocina.
—Pequeña —me dijo Alex una vez que me senté junto a él en el sillón de la sala—. Te propongo algo.
—Soy toda oídos. —Lo miré fijo y con curiosidad.
—Como Julián me invitó a pasar la noche aquí. —Pasó su brazo por atrás de mi cuello—. Pasémosla juntos.
—Ni en tus sueños —respondió Kevin mientras quitaba el brazo de Alex.
—Yo duermo con Math. —Me levanté y reí de lo que había hecho Kevin.
—Era para que no estuviéramos solitos —añadió Alex haciendo pucheros.
Caminé hacia el comedor y me senté junto a Chris, Julián y Kevin. El mayor de mis hermanos comenzó a comer en silencio, yo esperé a ver como reaccionaban los otros.
—Te quedo bastante bueno. —Chris fue el primero en hablar.
—Es verdad —añadió Kevin con la boca llena—. Arroz árabe, mi favorito.
—¿Llegaste temprano hoy, Julián? —preguntó el bufón sin mostrar modales, tragaba mientras hablaba.
—No, a la hora de siempre —respondió mi hermano con su tono de voz cortante, como siempre.
—Cocinaste rápido entonces —habló esta vez Kevin.
—Estaba inspirado —contestó mi hermano sonriendo.
Miré a mi hermano con una sonrisa cómplice y él me guiñó un ojo.
—¿Qué se traen? —interrogó Kevin que al parecer había visto todo.
—Nada, nada —respondí sonriendo—. ¿Cómo está el arroz?
—Excelente, como siempre —dijo sin dejar de comer—. Todos sabemos que Julián cocina demasiado bien.
—Por eso no te dejé de la comida que preparamos nosotros. —Le saqué la lengua con maldad.
—Fue lo que te pedí —sonrió—. ¿Qué comieron? Supongo que Ale cocinó.
—Esta vez lo hice yo —respondí, él me mostró una sonrisa burlona—. Me quedó rico, todos dijeron eso.
—Algún día probaré. —Sus ojos se clavaron en mí y continuó sonriendo con burla.
—Tengo a Alex y Math de testigos, ellos la alabaron. —Lo miré seria.
—Pobres de ellos. —Continuó comiendo.
—¿Quieres saber que preparé? —pregunté con ternura fingida.
—Dime —respondió sin mirarme, ya que el hambre le ganaba.
—Arroz árabe con hamburguesas —sonreí, me puse de pie y me fui al baño.
Escuché una carcajada de Julián, seguida por muchas risas de Chris, de Kevin nada, se tuvo que tragar sus palabras, por antipático que se ponía, el problema era que pronto se vengaría y eso era malo, muy malo, y ya era dos cosas que le hice en sólo unas horas, su venganza sería buena.
Suspiré y entré al baño a cepillarme los dientes, preparándome para ir a dormir, ya era tarde y tenía clases al otro día, eso significaba levantarse temprano y no podría quedarme hasta quien sabe qué hora viendo películas junto a Math y Alex, como lo habían planeado.
—No queda de otra —me di ánimos al salir del baño.
Caminé en dirección a la sala y me despedí de todos con un beso en la mejilla y a mi habitación se dijo. Me puse mi pijama, me fui a la cama, me arropé hasta la cabeza, como solía hacerlo siempre, y cerré mis ojos esperando que el señor de los sueños me llevara a su mundo.

* * * * *

El despertador sonó a las 6:40 a.m. al igual que todos los días que tenía clases, lo apagué, me estiré y levanté de la cama.
—Hora de la ducha —me dije saliendo de mi habitación para ir al baño.
Por suerte a esa hora estaba desocupado y como Math aún no entraba a clases, se levantaba más tarde. Julián, por otro lado, esperaba a que yo me bañara primero, y los demás eran demasiado vagos para abrir un ojo antes de las 7:30 a.m.
Entré al baño y dejé que toda la flojera se fuera junto con el agua por el desagüe de la ducha, salí y me fui a mi habitación a colocarme aquel uniforme que me acompañaría este último año.
—¡Ah! —grité al ponerme la falda—. ¡Julián! —Continué con mis gritos mientras caminaba rumbo a la cocina donde debería estar mi hermano.
—¿Qué tienes, escandalosa? —preguntó Math que se asomaba entre el sillón, habían dormido en la sala.
—Tan temprano y ya gritando —murmuró Alex mientras se acomodaba de otra manera para seguir durmiendo.
—¡Qué simpáticos! —exclamé con burla, les saqué la lengua y entré a la cocina, tal como lo pensaba Julián preparaba el desayuno y fue cuando me di cuenta de lo lenta que soy para vestirme—. Julián —volví a decir para atraer su atención.
—¿Qué pasa? —preguntó mi hermano sin dejar de mirar la cocina.
—¡Mira mi falda! —Casi grité mientras señalaba con mis dedos el objeto en cuestión.
—¿Qué tiene? —indagó mi hermano mirándome—. Está lim… Le entregaste la tuya a Ale. —No pudo aguantar la risa.
—No iré a ningún lado sin mi falda. —Fruncí mi ceño y crucé mis brazos.
—Claro que si irás —ordenó mientras me pasaba mi taza de leche—. Yo te dije que revisaras bien cuál de las dos era la tuya.
—Pero, ¿no ves cómo me queda? —Seguí con mi berrinche.
—Sí, si veo —respondió mi hermano dándose la vuelta hacia la cocina—. Anda a tomar desayuno o se te hará tarde, en la mesa hay tostadas.
—¡Julián! —grité haciendo pucheros y amenazando con llorar.
—So close, no matter how far, couldn't be much more from the heart… —Comenzó a cantar y dejó de tomarme en cuenta.
Llevé la taza de leche a la mesa del comedor y me senté en mi lugar a tomar desayuno, le puse mermelada a unas tostadas y comí de mala gana.
—¿Por qué tanto grito? —Franco salió de su habitación con cara de dormido.
—¿A qué hora llegaste? —interrogué apenas lo tuve cerca.
—No me acuerdo —respondió frente a mí.
—Tarde, muy tarde —añadió Math desde el sillón.
—No te metas, enano. —Franco rió, el menor le gana por mucha altura—. ¿Por qué gritabas?
—Le entregué por equivocación mi falda a Ale. —Masqué una tostada—. Y me dejé la de ella.
—Eso quiere decir que hoy mostraras tus piernecitas. —Se burló antes de besar mi mejilla.
—Así parece —contesté de mala gana—. Sabes que no me gusta, me siento incómoda, yo no soy así, esta falda es demasiado corta.
—Sí, Ale siempre muestra mucha pierna —acotó Alex asomándose por el sillón.
—Te hacía dormido. —Lo miré con cara de pocos amigos.
—Cuando escuché lo de las faldas me desperté. —Su voz sonaba a risa—. Es todo un evento verte con falda así de corta.
—Cuidado con lo que dices —lo regañó Julián saliendo de la cocina—. Tú, al baño —le ordenó a Franco.
—¿Por qué? —preguntó reclamando—. Si hoy estoy de tarde.
—Porque tendrás que ir a dejar a la pequeña. —El mayor le mostró una sonrisa de triunfo.
—Yo me puedo ir sola —añadí, pero en esas conversaciones nadie me escuchaba.
Continué tomando desayuno mientras ellos discutían, entendía a Franco a la perfección, él odiaba ir a aquel Instituto porque siempre se encontraba con la orientadora y le daba un sermón de varios minutos sobre el porqué se retiró del establecimiento, que aún estaba a tiempo de terminarlo y muchas cosas que a él no le interesaban y prefería evitarlo. Pero a mí apenas me dejaban sola en la casa, desde que pasó aquello, mi seguridad se transformó en el deber del día a día, y ni siquiera puedo ir a comprar un dulce al almacén de la esquina sin guardaespaldas.
Terminé mi desayuno, agarré mi taza y la llevé a la cocina.
—Yo la voy a dejar. —Se entrometió Alex, que seguía asomado por el sillón—. No me molestaría que me vieran con ella, sí que cambia con una falda más corta.
—Al próximo comentario sobre la falda, les prometo que comenzaré a repartir cachetadas —amenacé a cada uno de los presentes.
—¿Dónde tenías guardadas esas piernas? —escuché la sonora y burlesca voz de Kevin atrás de mí.
—Tropa de babosos. —Fruncí mi ceño y caminé con los brazos cruzados hacia el baño—. Siempre molestándome.
Entré al lugar que me dirigía mientras escuchaba risas de los demás, cepillé mis dientes y acomodé mi cabello con un pequeño sujetador con varios dientes. Me fui a mi habitación y arreglé mi cama, agarré mi bolso y me fui a la sala, no me importaba si estaban listos o no, yo me iría sola.
—Me voy —informé cuando llegué a donde estaban todos.
—Vamos —habló Kevin saliendo de la cocina—. Yo te iré a dejar.
—Pero si estás con pijama —reclamé al verlo junto a la puerta de la cocina mascando una tostada.
—Cinco minutos y estoy listo. —Se dio la media vuelta y caminó hacia la habitación de Franco y Math, que a estas alturas ya parece la de Kevin y Chris.
—¿Chris aún duerme? —pregunté ya que no lo veía por ningún lado.
—Tiene día libre —respondió Franco comiendo tostadas—. Se fue dónde su mamá.
—¿Anoche? —indagué ya que no lo vi levantarse.
—Sí, comió y se fue —contestó regalándome una enorme sonrisa.
—Bien. —Me acerqué a Alex y Math—, yo me largo. —Besé la mejilla de ambos chicos para despedirme.
—No sales sin Kevin —ordenó Julián desde la mesa del comedor.
—Si salgo —lo desafié al llegar junto a Franco para besarlo en la mejilla—. No quiero llegar tarde.
—Y no lo harás —añadió Kevin que salía del baño secándose la cara y un poco del cabello con una toalla de mano—. Ahora nos vamos.
—Julián —lo llamé para que me tomará en cuenta.
—¿Qué pasa? —preguntó dejando su desayuno a un lado.
—Mi beso —le sonreí.
—Enana consentida —murmuró Franco que pasaba por atrás de mí.
—Mucho cuidado que aún estoy molesta contigo —le dije mientras lo miraba a la espalda cuando caminaba al baño.
—Trae buenas notas. —Julián besó mi frente.
—Siempre —le respondí dándole un fuerte abrazo.
—Vamos, vamos. —Kevin me esperaba en la puerta de entrada.
—¡Nos vemos! —grité a todos mientras salía por la puerta siguiendo al chico que me llevaría al Instituto.
—Después no digas que por mi culpa llegas tarde —me dijo esperándome en la puerta de afuera.
—¿Y tú carro? —pregunté, ya que no lo veía en el lugar donde lo dejaba por las noches.
—Está en el taller —respondió pasando su brazo por atrás de mi cuello para abrazarme—. Ya le tocaba cambio de aceite y me gusta dejarlo toda la noche botando el malo.
Lo abracé por la cintura mientras caminábamos rumbo al Instituto hablando y riendo de diferentes cosas, a pesar de todo lo que pasara entre los dos, nuestras peleas y malos ratos, no durábamos molestos, simplemente no podíamos, siento que cada día que pasa nos unimos más y más y, por ahora, sólo espero que un día de estos Kevin cambie su actitud y dejé de consumir tanto alcohol.
A los minutos llegamos a la esperada meta, frente a mí tenía aquel enorme Instituto con fachada colonial y la escalera que nos recibía día a día, donde me esperaba Ale sentada en el último escalón, como siempre.
—Math vendrá por ti —me dijo Kevin al besar mi frente.
—Está bien —le respondí abrazándolo—. Lo esperaré.
—Hoy sales a las 15:00 p.m., y yo tengo jornada en la tarde. —Clavó sus ojos en los míos—. Si no fuera por eso te vendría a buscar y después te llevaría por un helado.
—La otra semana. —Le saqué la lengua.
—Está bien —sonrió antes que le diera la espalda para entrar a clases.
Llegué a la escalera, junto a Ale, y me volteé para despedirme con la mano de Kevin, la agité con fuerza y sonriendo. No sé por qué, pero algo me hizo mirar en dirección al paradero que estaba frente al Instituto, cruzando la calle, y allí parado en la esquina, un tipo alto, cuerpo ancho, cabellos cortos y negros, agitaba su mano en dirección a donde estaba yo, dejé de mover mi mano y un escalofrío recorrió mi espalda, un bus se cruzó entre él y yo, y Ale se lanzó encima de mí, la miré y volví con mi vista en dirección al tipo, pero ya no estaba. Miré a Kevin y éste me observaba de una manera extraña, agitó su mano en forma de despedida, metió sus manos a los bolsillos y caminó rumbo a casa. Yo, por otro lado, entré al Instituto del brazo de Ale.
Las clases comenzaron como siempre y los minutos pasaron lento en aquellas horas de Biología y Química, toda la mañana en esas dos materias que no me gustaban, pero que tenía muy buenos resultados. Una vez que acabaron, llegó la hora del almuerzo, fuimos con Ale a sentarnos bajo la gran sombra de un árbol. Luego llegaron Kian y Dom, nos quedamos hasta que acabó el receso.
Entramos a clases y como a los diez minutos de estar entretenidos resolviendo algunos problemas de Física, la orientadora del Instituto entró. Caminó en dirección al profesor, hablaron en voz baja y luego se puso enfrente de todo el salón.
—Thais, te necesitamos en la oficina —me dijo con un tono extraño en su voz.
—¿Ahora ya? —pregunté tratando de entender qué pasaba.
—Sí —respondió y salió de la sala.
—Thais, tienes permiso de salir —habló el profesor señalándome la puerta.
—Está bien. —Me levanté y caminé a la salida.
Fui directo a la oficina de la orientadora, a paso lento. Dentro pude ver a dos tipos vestidos de traje negro, ya los había visto antes, mi corazón se aceleró y golpeé la puerta.

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