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2 de julio de 2017

[Hasta el día de ayer] Capítulo VII: «Nuevos tormentos».

Al despertar al siguiente día, Math aún dormía y, como siempre, ocupaba toda la cama dejándome en un pequeño espacio a la orilla, a punto de caerme. Me levanté y fui a ver si alguien andaba despierto.
Al salir de mi habitación sentí ruidos en la cocina, caminé hacia allá y me asomé por la puerta, vi a Julián mientras preparaba el desayuno y un paño colgaba de su hombro, todo un cocinero.
—Buenos días —dije desde el umbral.
—Buenos días, pequeña —respondió regalándome una sonrisa.
—¿Qué hora es? —pregunté bostezando y levantando mis brazos al cielo.
—Como las 8:30 —contestó mientras revolvía los típicos huevos matutinos—. ¿Estás más tranquila? —Posó su mirada en mí.
—Sí, sólo fue un sueño —susurré sin darle tanta importancia, para evitar preocuparlo de más—. ¿Cómo estás de los golpes? —consulté al ver el morado de su ojo.
—Tu hermano es de fierro —dijo sonriendo y guiñándome un ojo.
—Para la próxima —escuché la voz de Kevin tras de mí—, Chris dormirá en la sala —continuaba hablando al llegar a la cocina.
Pasó junto a mí y me miró, hice como si no existiera, no me gusta molestarme con él pero esta vez realmente exageró con sus palabras. Kevin continuaba reclamando por culpa de Chris y Julián lo escuchaba sin opinar nada, es una de las cualidades de él, sabe escuchar, o hacer el que escucha.
Salí de la cocina y me fui a la habitación del mayor de mis hermanos, donde dormía Franco. Abrí la puerta suave y entré.
Estaba acostado boca abajo en la cama, sin camisa y con pantalón largo, así como la mayoría en esta casa duerme, en eso consiste su pijama: un pantalón de buzo y sin nada arriba, con excepción de Math y yo. El menor usa uno que parece buzo deportivo color azul muy claro y yo utilizo una parecida a la de Math, pero pantalón corto y camisa manga corta, de color verde agua y con el estampado en la espalda del Chevrolet Impala del ’67, que usan en la serie Supernatural.
Me acosté junto a Franco, lo moví y me acomodé para que me abrazara.
—Peleaste con Math —dijo con los ojos cerrados y voz de sueño.
—No —respondí mientras apoyaba mi cabeza en su pecho—. Quiero estar un ratito contigo.
—Buen golpe le diste ayer a Kev. —Me abrazó y besó mi frente.
—Me dijo cosas feas. —Me defendí recordando lo dicho por el chico.
—Es un idiota cuando bebe —añadió dejando notar un poco de enfado.
—Idiota le queda chico —musité tratando de evitar mostrarle mi molestia, así mi hermano lo olvidaría rápido.
—¿Qué hora es? —preguntó aún adormilado y despistado.
—¡Hora de levantarse! —exclamó Chris lanzándose sobre nosotros—. Hora de besos —comenzó a darme besos por toda la cara y de paso unos cuantos a Franco.
—¡Muévete! —reclamó mi hermano aburrido de tanto beso.
—¡Se te hace tarde, vago! —gritó Julián desde la cocina.
—¡No me digas vago! —respondió esta vez Franco, cerca de mi oído y dejándome sorda.
—Yo gano —dijo Chris levantándose de la cama y corriendo para salir de la habitación rumbo al baño.
—Ya verás —murmuró mi hermano saliendo tras él.
Volví a acomodarme en la cama de Julián para seguir durmiendo entre los gritos de Franco y Chris que venían del baño. Cerré mis ojos y otro sonido interrumpió mi sueño, alguien golpeó la puerta principal, sentí unos pasos y se abrió.
—Buenos días —escuché la voz de Julián—. ¿Qué desean?
—Buenos días —habló una voz de hombre no conocida—. ¿Podemos pasar?
Varios pasos hicieron rechinar la madera del suelo y luego el sonido de la puerta al cerrarse. Me levanté y me quedé en el umbral de la habitación, desde allí pude ver a dos tipos de mediana edad, vestidos de traje, uno se notaba mayor que el otro, era medio calvo, el poco cabello que le quedaba era negro con algunas canas, tez blanca y bigote, bastante alto aunque no más que mi hermano. El otro tenía el cabello algo rizado y corto, color castaño oscuro, tez morena y bastante más bajo que el mayor.
—Somos del departamento de servicio social —dijo el más alto—. Yo soy el oficial Jack Shawn y él es Warren Lee —señaló a su acompañante—. Venimos por Thais Leighton, ¿se encuentra en casa? —preguntó observando el lugar.
Me metí a la habitación, mi pecho se apretó, tenía un mal presentimiento de todo esto. El silencio cubrió mi casa, el ruido que hace sólo unos minutos provenía del baño, había desaparecido.
—No está —respondió mi hermano con su voz fuerte y cortante.
—Buenos días. —Volvieron a decir los oficiales.
—Buenos —escuché a Kevin responder.
Sentí unos pasos, era lo único que se escuchaba en mi casa. Me apoyé en la pared, junto a la puerta y el armario de Julián, me dejé caer hasta llegar al suelo, junté mis rodillas a mi pecho y apoyé mi cabeza en la pared. Distinguí una sombra que se acercaba a la habitación, hasta entrar en ella, por un momento pensé que era uno de los oficiales, afortunadamente no, era Kevin. Me hizo un gesto con la mano para que me quedara donde estaba, se sentó en la cama de Julián, frente a mí, y puso su dedo índice en su boca para que guardara silencio, asentí con la cabeza.
—Creo que tendremos que esperar a que llegue —dijo el mismo oficial que hablaba hace unos momentos.
—Antes que se acomoden más en mi casa. —Julián habló con antipatía—, ¿qué quieren con ella?
—¿No se lo han explicado? —cuestionó el otro oficial.
—No —respondió mi hermano cortantemente.
—Desde hace dos años —continuó hablando el oficial—, dos años más o menos, que el personal de servicio social ha estado viniendo a esta casa por Thais.
—Nunca han venido —contestó molesto—. ¿Para qué?
—Ella participó en una pelea callejera —añadió el otro oficial con tono de burla—. La custodia que está a nombre de Julián Leighton, que supongo eres tú, quedó removida y pasó a ser parte del estado.
—Eso quiere decir… —dijo mi hermano, pero fue interrumpido.
—Que ella debe ir a un orfanato —continuó el oficial.
Miré el cielo, mi pecho me dolía aún más, unas lágrimas cayeron de mis ojos y rodaron por mis mejillas hasta mi cuello.
—Eso no puede ser. —Se notaba en la voz de Julián que estaba muy molesto.
—Hace unos meses —siguió hablando el mismo oficial—. Esta orden llevaba dos nombres, Matías y Thais Leighton, pero el tiempo pasó y el chico ya cumplió la edad legal para decidir qué hacer, donde vivir, etcétera.
—¡Ustedes no se llevarán a nadie! —exclamó mi hermano alterado, lo sentí caminar y la puerta se abrió.
—Quieras o no, jovencito —anunció el oficial—. Ella tendrá que ir a un orfanato, o quién sabe y se va a un reformatorio por participar en el ataque de Brian Cox, ella y su hermano demostraron que tú no los has sabido llevar por un buen camino.
Miré a Kevin, sus ojos de fuego volvían a él, se levantó de la cama, hice lo mismo pero del suelo, me interpuse entre él y la puerta, si salía lo más probable es que se pusiera a discutir con los oficiales y eso generaría más problemas.
—¡Largo de mi casa! —gritó Julián, mi hermano ya había creado más problemas.
Sentí unos pasos y la puerta se cerró, solté a Kevin y salí tras él en dirección a la sala donde estaba el mayor de mis hermanos. Math se apresuró en salir de mi habitación, la puerta del baño se abrió y los chicos que se encontraban dentro salieron rápidamente.
—Nadie te llevara —susurró Julián al verme—. Nadie te alejará de nosotros. —Me abrazó fuerte.
—No te preocupes —respondí tratando de contener mis lágrimas—. En unos días más cumplo dieciocho años y seré mayor de edad.
—Pequeña. —Se sentó en el borde del sillón, dejándome frente a él y con sus manos secaba mis lágrimas—, la edad legal para una mujer son veintiún años.
Abracé fuerte a mi hermano, no entendía por qué, justo ahora que mi vida comenzaba a volver a lo que había sido antes, llegan esos tipos.
—No me iré —aseguré a Julián saliéndome de sus brazos—. Ésta es mi casa y aquí me quedo.
—¿Tú crees que nosotros dejaremos que te lleven? —escuché la voz de Chris atrás de mí—. Claro que no, tú te quedas aquí.
—Otra vez culpando a «nosotros» por el ataque a Brian Cox —añadió Kevin mientras se dejaba caer sobre el sillón.
—Por suerte sólo es el orfanato —dijo Math sentándose junto a Kevin.
—¿Por suerte? —pregunté mirándolo seria.
—¡Claro! —contestó rápido al ver que todos lo miramos extrañamente—. Pudo haber sido peor, como dijo uno de los tipos, pudiste ir a un reformatorio.
—Yo no hice nada malo —reclamé molesta.
—Eso lo sabemos —respondió—. Pero ya sabes que eso no vale para esa gente, lo más seguro es que nos culparan de haber matado a ése.
—Es verdad —dije con tristeza—, y como él que lo hirió ya no está, la agarran con los que quedan.
—Ya sé qué haremos. —La voz de Chris se escuchó con entusiasmo.
—¿Tú sabes? —inquirió Franco riendo.
—A mí se me ocurrió una idea genial —continuó hablando, ignorando a mi hermano—. Te llevan al orfanato, Franco y yo nos casamos. —Al decir esto abrazó al chico junto a él—, y te adoptamos.
Todos nos quedamos en silencio y miramos fijo a Chris que seguía abrazado de Franco.
—Se te hace tarde, señora de Chris. —Julián rompió el silencio.
—¿Qué? —reclamó el bufón—. Nadie me dirá algo.
—¿Por qué siempre tengo que ser la mujer? —Quiso saber mi hermano, saliéndose del brazo de Chris.
—Porque pareces niña —contestó Kevin lanzándole un beso.
—Que gays —dijo Math riendo.
—No te pongas celoso. —Chris se sentó en sus piernas—. Para ti también hay amor, mucho amor.
—Me largo al baño. —Franco aprovechó que su rival molestaba a Math.
—¡No es justo! —gritó el chico al darse cuenta que mi hermano le ganaba aquella habitación.
—¿Estás de tarde, Kevin? —preguntó Julián mirando al chico.
—Así dijeron —contestó sin ánimos mirando el suelo.
—Continuaré con el desayuno —anunció el mayor poniéndose de pie y dándome un beso en la parte de atrás de mi cabeza.
—¿Quieres salir a dar una vuelta, pequeñita? —consultó Math.
—No sé —respondí sin ánimos—. ¿Tienes que ir a ver las cosas de la universidad?
—Así es —dijo sonriendo—. De vuelta te invito un helado, ¿qué dices?
—Donde hay helado, estoy yo. —Le sonreí ampliamente.
—Eso es un sí. —Elevó sus brazos para luego bostezar—. ¿Vamos, Kev? —indagó mirando al chico sentado junto a él.
Observé a Kevin para ver su respuesta, él me miró, corrí mi vista.
—Vayan ustedes —replicó fríamente—. Tengo que trabajar.
—Pero en la tarde —reclamó Math—. Anda, vamos a dar una vuelta, como en los viejos tiempos.
—Eso no se puede —le dije a Math—. Por mi culpa no se puede ¿verdad, Kev? —Le regalé una mirada de odio al chico.
Caminé a mi habitación, me lancé a la cama, tenía que esperar que Chris y Franco dejaran su espectáculo en el baño. Escondí mi cabeza en la almohada y sentí que alguien entró.
—Es hora que hablemos. —Kevin llegó a mi lado.
—Es hora que me digas bien qué es lo que sientes. —Me senté en la cama y lo miré fijo.
Kevin se instaló junto a mí y puso sus manos en la cabeza, revolviéndose un poco su cabello.
—Lo siento —susurró después de un rato, mirándome a los ojos—, por todo lo que pasó anoche.
—Está bien. —Lo miré a los ojos mientras le respondía, aquellas ventanas del alma que muchas veces dan miedo.
El silencio se hizo partícipe de la discusión, Kevin miraba el suelo con sus manos en la nuca, yo aún sentada en mi cama con la espalda apoyada en el respaldo y mis manos abrazando mis rodillas.
—¡El desayuno está listo! —gritó Julián—. ¡Para los que estén bañados y con ropa! —Continuó gritando y yo sonreí por lo que dijo.
Me levanté de mi cama y me dirigí a la ventana.
—¿Vas a tomar desayuno? —preguntó Kevin.
—No —respondí mientras abría las cortinas de mi habitación y podía ver el día nublado que había amanecido.
El silencio, otra vez, cubrió la escena, me giré para observar al chico que ya no miraba hacia el suelo, tenía su vista fija en el ropero que tenía en frente. Caminé hasta llegar al lugar donde señalaba la vista de él, me apoyé dejando mi espalda pegada al mueble y quedando frente a Kevin, me agaché hasta quedar mis ojos a la altura de los del chico, nos miramos fijamente por unos instantes.
—Lo siento por matar a Nick. —Rompí el silencio de la manera más fría que pude.
Los ojos de Kevin relampaguearon y, otra vez, tenía frente a mí aquello que tanto miedo me causaba y que hacía tiritar a unos cuantos. Un escalofrió recorrió mi espalda y mis palabras daban vueltas en mi cabeza, pero tenía que ser fuerte, era la única manera.
—No lo entenderías —contestó a la vez que cambiaba esos ojos a unos más suaves, una sonrisa pequeña se le dibujó en el rostro.
—Si me explicas creo que si entenderé —reclamé molesta—. No soy tan mensa.
—Nadie ha dicho que lo seas —dijo aún con su sonrisa—. Pero te conozco muy bien, pequeña —añadió revolviendo mi cabello con su mano.
—¿Por qué lo dices? —consulté algo confundida por su reacción—. Yo sé que soy algo lenta para algunas cosas, pero creo que el tema de anoche no es muy difícil de comprender.
—Poniéndote fría y diciendo cosas así de fuertes, no lograrás que hable. —Besó mi frente.
—¡Eso es trampa! —Reclamé al ver que había descubierto lo que intentaba hacer.
—Creí que estaba listo para decírtelo. —Me miró con seriedad—. Pero aún no me salen las palabras.
—Dime, dime —dije casi desesperada por no saber qué le pasaba.
—¿Cuánto tiempo? —cuestionó mientras se lanzaba de espalda sobre mi cama, mirando el cielo, apoyando su cabeza sobre sus manos—, ¿cuánto tiempo te tomó contarme lo que pasó esa noche? —Terminó de preguntar.
—Mucho —respondí poniéndome de pie—. Y lo sabes.
—Yo me tardaré menos en tener las palabras que necesito —dijo aún mirando el cielo—. Por ahora. —Se sentó y luego se puso de pie quedando frente a mí—, sólo acepta mi disculpa.
Por un lado comprendía lo que es ese sentimiento de no poder decirle a una persona lo que sientes, por cualquier motivo, entendía que Kevin necesitara decirme cosas de Nick que no podía, pero por otro lado mi curiosidad era demasiada. Me abrazó fuertemente, su cabeza quedó en mi hombro.
—Te perdono —aseguré devolviendo el abrazo y olvidando mi curiosidad.
—Gracias, mi pequeña —susurró en mi oído.
—¡Kev, te buscan! —escuché un grito de Math—. ¡Franco, a ti también!
—¿Ahora qué? —preguntó soltándome y saliendo de mi habitación.
—¡Voy! —respondió Franco desde la habitación de Julián.
—Mi turno del baño —dijo Math pasando frente a mí hacia el lugar que mencionó.
—Yo voy después —aseguré mi lugar.
Caminé a la sala para ver quién buscaba, al llegar al final del pasillo pude ver una escena que no me agradaba para nada, dos chicas más bajas que yo, delgadas, con sus curvas bien formadas y bien dotadas, tanto en la delantera como la trasera, eso no lo podía negar. Ambas con el cabello hasta los hombros, liso y suelto, de color rubio pero su color natural nunca nadie lo sabrá, el teñido lo tenían desde nacimiento, una de veintidós años y de ojos color marrones claros, llamada Marla; y la otra de veinticuatro años, color de ojos negros, muy oscuros, llamada Carol, ambas maquilladas a más no poder.
Marla, sentada en el sillón pequeño con las piernas cruzadas, esperaba que llegara quien buscaba. Mientras que Carol colgaba del cuello de Kevin y le daba un apasionado beso, el chico tenía las manos puestas en la cara de chica, por un momento me dio la impresión que quería correrla de su lado.
—¡Amor! —exclamó Franco pasando por al lado mío.
La chica se puso de pie al ver a mi hermano, cuando éste llegó a su lado lo abrazó por el cuello y se saludaron como lo venían haciendo desde hace ya cuatro años: con un apasionado beso de novios.  Me fui a la cocina, sin saludar, nunca me he llevado bien con ellas por pensamientos distintos. Allí Julián terminaba de lavar los trastes sucios.
—¿Aún no puedes bañarte? —preguntó al ver que me sentaba sobre el mueble de cocina.
—Es el turno de Math —respondí sin ánimos y bajando la cabeza para mirar el suelo.
—¿Acompañaras al bebé? —indagó secando platos.
—Sí —contesté moviendo los pies de adelante a atrás mientras colgaban—. Quiero helado.
—Lo cuidas —sonrió mientras caminaba de un lado a otro guardando cosas.
—Siempre. —Lo miré a los ojos.
—Terminé. —Dejó el paño en uno de los muebles—. En veinte minutos más me voy.
—Llegaron las «callejeras» —dije de la manera más sutil que encontré para referirme a ellas.
—No quiero peleas con Franco por eso. —Su voz sonaba a regaño.
—No lo haré —respondí para defenderme—. Pero me molestan, Carol colgada del cuello de Kev.
—¿En qué te molesta? —inquirió con una extraña mirada clavando sus ojos en los míos.
Me quedé en silencio, la misma pregunta me hice yo, «¿en qué me molesta que esté con ella?».
—Que esas dos no sólo tienen a Kev y a Franco —musité a mi hermano que seguía con su mirada curiosa y a la vez pícara—. No quiero que lo lastimen.
Julián rió, me tomó de la cintura y me bajó del mueble, besó mi frente.
—A Kevin no lo lastimarán —dijo revolviendo mi cabello—. No ella, tú sabes cómo son las cosas y él también, tiene claro que ella sólo lo busca cuando necesita algo.
—Lo sé, pero… —Alcancé a pronunciar antes que me interrumpieran.
—Kevin siempre será tuyo —sonrió y salió de la cocina.
Me quedé quieta mirando el vaivén de la puerta de la cocina, un extraño sentimiento recorrió mi cuerpo.
—¡Julián! —grité al volver a reaccionar.
Pero ya era muy tarde, mi hermano había entrado al baño mientras Math se bañaba. Salí de la cocina, aún sintiéndome extraña, no quería estar en la sala así que me dirigí a mi habitación.
—¿A dónde vas? —consultó Chris mientras me tomaba en sus brazos por la espalda.
—A mi habitación, a esperar a Math —contesté sin ánimos de jugar.
—Dame desayuno —susurró cerca de mi oído—. Di que sí —continuó hablando dándome besos.
—Está bien, está bien —respondí sin tener otra alternativa.
Me bajó de sus brazos y fue a la habitación de Franco, caminé devuelta a la cocina.
—Franco, Kev —dije antes de empujar la puerta que dividía la sala de lugar al que me dirigía—, ¿les sirvo desayuno?
—Yo si quiero —contestó mi hermano sentado en el sillón pequeño con Marla en sus piernas.
—Yo también —añadió Kevin medio acostado en el sillón grande con el control remoto de la televisión en sus manos, Carol sentada cerca de él.
—Y a las damas —intercedió Chris tras de mí—, ¿no le ofreces?
—¿Qué damas? —consulté sarcásticamente mientras entraba a la cocina para evitar una pelea con mi hermano.
—Nada de peleas con Franco —ordenó el bufón cerca de mi oído una vez que entró a la cocina.
—Lo sé —suspiré—. Lo sé.
Agarré unas tazas y empecé a ordenarlas para servir el desayuno que Julián ya tenía preparado. Tomé la tetera, serví té junto a las tostadas y huevo revuelto. Lo llevé a la mesa y sentí que la puerta del baño se abrió. Mis hermanos salían dejándome el camino libre para usarlo.
—Es mi turno —anunció una vez que tenía todo listo en la mesa—. Franco, Kev, tienen servido.
—Gracias —respondieron los dos a la vez.
Chris salió tras de mí de la cocina, directo a comer. Caminé hacia el baño y entré a darme mi ducha matutina de alrededor de unos veinte minutos, es el problema de tener el cabello largo y rizado, gasta mucho tiempo el enjuague.
Una vez lista, fui a mi habitación a ponerme ropa, busqué mis típicos jeans azules gastados, una camisa verde claro manga larga, mis zapatillas Nike que me regalaron mis hermanos para navidad y mi polerón marrón claro que me regaló Kevin, mi favorito, porque tiene en la espalda el recorrido de los hermanos Winchester en el Impala de Dean, todos los lugares por los cuales viajan en la primera y segunda temporada.
Fui a la cocina para servirme desayuno y después salir con Math, al llegar a la sala, que también es comedor, Chris y Kevin seguían sentados en la mesa, aunque ya habían terminado de desayunar, mientras que Math estaba por acabar. Caminé a la cocina y me serví un rico desayuno para tomarlo acompañando a mi hermano.
—¿Y Julián? —pregunté ya que no veía al mayor.
—Te tardas mucho —respondió Chris mientras ponía mermelada en su pan—, ya se fue.
—Ni siquiera se despidió —dije poniendo azúcar en mi leche y haciendo pucheros.
—Eres muy tortuga —añadió Math con la boca llena.
—No es mi culpa —reclamé—, me tocó de la última en el baño. —Miré hacia el sillón pequeño buscando a mi hermano—. Franco —dije al verlo sentado con Marla en sus piernas—, ya es tarde, te van a poner retraso.
—No —contestó riendo—, hoy estará cerrado el cine
—¿Cómo sabes? —consulté curiosa—. No escuché el teléfono.
—Marla me dijo. Ella llegó y le dijeron que estaría cerrado.
—¿Estás seguro? —cuestioné las palabras de aquella chica.
—Sí, lo estoy —refutó con tono medio molesto—. Llamé y me dijeron que estaría cerrado porque iría sanidad a revisión semestral.
—Día libre, como yo, ¡wooohooo! —dije a mi hermano imitando a Homero Simpson—. ¿Y tú, Chris? —pregunté al chico sentado frente a mí, mientras veía televisión
—¿Yo, qué? —respondió con una pregunta sin dejar de ver caricaturas.
—¿Trabajas hoy? —indagué antes de tomar un sorbo de mi leche.
—No quiero —contestó riendo de Tom y Jerry—. Pero tengo que, la familia no se mantiene sola y ustedes gastan mucho.
—¿Ya te vas? —Comencé a fastidiarlo un rato, sé que él no se molesta, aunque le interrumpa de sus tan apreciadas caricaturas.
—Ya casi —dijo aún riendo—, sólo espero que termine Tom.
—Apúrate —ordenó Math mientras se paraba y llevaba la taza a la cocina—, la idea es ir y venir en la mañana.
—La mañana ya se fue —reclamé—. Kevin, ¿vas con nosotros? —consulté al chico que había vuelto al sillón que se encontraba antes, olvidando lo sucedido hace un rato.
—No, él no va —respondió Carol mientras lo abrazaba.
—Kevin, ¿vas con nosotros? —pregunté otra vez recalcando el nombre de mi amigo.
—¿Quieres que vaya? —contestó y preguntó con una sonrisa.
—Claro —respondí guiñándole un ojo—, tienes carro.
—Sólo interés —dijo Franco riendo.
—Así somos las mujeres —añadí mientras miraba a las chicas que se encontraban en mi casa.
—Yo me voy. —Chris, con la costumbre, ya había aprendido a arrancar
—¿Kev? —Volví a preguntar, a ver si ahora respondía.
—Sí voy —aseguró con una sonrisa torcida.

—Vamos en auto —canté mientras me levantaba de la mesa.

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