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19 de febrero de 2018

[Hasta el día de ayer] Anexo I: «Promesas rotas (parte primera)».


Julián la conoció cuando él tenía diez años. Ella había llegado al instituto al que asistía a clases y precisamente a su salón, a pesar que era un año menor, ella estaba adelantada porque venía de muy lejos, según los ojos del pequeño.
A él le llamó la atención, antes que cualquier otra cosa, el cabello. Lo tenía rizado, y mucho, y le llegaba a media espalda. Él pensó que ella parecía un león y eso le causó gracia, así que se lo comentó a su amigo Chris, sentado junto a él, y ambos rieron mientras ella se presentaba. El profesor los miró con seriedad y sólo eso les bastó para silenciarse, ella los observó entrecerrando los ojos, y Julián pensó que aquella niña planeaba algo malo.
De a poco se fue enterando de cosas y observando otras, por ejemplo, ella hablaba perfectamente el inglés y el español latino. Venía de Inglaterra, pero sus orígenes eran de la América hacia el sur de donde él vivía. Le llamó la atención que siempre anduviera sola, no compartía ni con los niños ni con las niñas del salón, y tampoco de los otros. Los demás comenzaron a llamarla «weirdo» a su espalda.
En los descansos se iba a la biblioteca, a caminar por el instituto o a lanzar el aro de basquetbol. Julián se entretenía al verla jugar, ese también era su deporte favorito. Aun así no le hablaba, debía cuidar su reputación desde niño y no quería que lo ligaran a la rara.
Ella se convirtió en la favorita de los profesores, a su corta edad sabía de muchas cosas que los demás no. Quien más la consentía era el profesor de ciencias, que era el padre de Julián. Él solía verlos conversar en los recreos y ella sonreía feliz, a Julián le gustó esa sonrisa.
Por su padre se enteró que con ella no hablaba de ciencias, sino que de historia. Su padre, un amante de la historia, podía estar horas y horas hablando del tema sin aburrirse, y más al tener alguien que le prestara atención. Así se enteró que la niña preguntaba detalles sobre la Grecia Antigua y la formación de la América Latina. Su padre acostumbraba a contarle lo sucedido durante el día a su esposa, y la niña estaba presente en cada una de las conversaciones.
Julián le habló por primera vez cuando su padre los obligó a trabajar en el mismo grupo. Su padre sabía que le llamaba la atención aquella niña, por algo lo observaba cada vez que podía, aunque no se imaginaba que tuviera que guardar una reputación, siendo la edad que tenía. Fue por eso que, después de conversarlo con su esposa y con el abuelo, decidió que su hijo trabajaría con la niña, a pesar que conocía muy bien la reacción de ella.
Y no se equivocó, apenas él dijo que harían un trabajo en grupo e indicó con quien trabajaría quien, ella se levantó lento y caminó hasta él para pedirle trabajar sola. Él intentó sonreír, pero no lo hizo y la miró con seriedad, explicándole que a veces debía compartir en sociedad. La reacción de ella no se lo esperó, dio la media vuelta y caminó decidida a donde Julián y Chris, que serían sus compañeros de trabajo, y les dio órdenes de lo que cada uno haría. El profesor los miró divertido y con atención y, a la vez, su hijo y su amigo se miraron y empezaron a reír, la niña se cruzó de brazos y frunció el ceño.
—Oye, a nosotros nadie nos da órdenes —alegó Chris sonriendo—. Menos una niña rara como tú. —Julián le dio un codazo—. Oye, eso dolió —dijo sobándose.
—No le digas rara a la rara. —Chris estalló aún más en carcajadas. Julián no pensó decir aquello en voz alta, la miró—. Yo…
—A mí poco y nada me interesa lo que ustedes piensen, yo me iré pronto de aquí y no los volveré a ver jamás. —Había estado mirando a ambos mientras hablaba, después fijó su vista en Julián—. Si no quieren hacer el trabajo, lo haré sola, no necesito de ustedes. —Se giró y ambos chicos se miraron entre sí—. ¡Profesor! —El aludido volteó al instante, había dejado de prestarle atención hace unos instantes—. Ellos…
Y no pudo seguir hablando porque una mano tapó su boca por atrás. Julián y Chris habían previsto lo que ella haría y se adelantaron para silenciarla, negando cualquier cosa que pudiera decir frente a su padre y prometiendo que harían el trabajo como ella decía.
El profesor los miró con el ceño fruncido, Julián y Chris le sonrieron, el mayor rodó los ojos. Los niños la soltaron y la arrastraron junto a ellos para empezar a trabajar.
Como todos los días, Julián y Chris se iban a los salones de sus hermanos menores para volver juntos a casa. Aunque debían esperar al profesor para volver al hogar. Acostumbraban a ir a los juegos infantiles dentro del mismo establecimiento, que eran especiales para los niños de hasta ocho años, pero a esa hora podían usarlos cualquiera.
—Kevin, baja de allí, vas a caerte —reclamó Julián con el ceño fruncido intentando bajar al niño de nueve años que colgaba de cabeza, enganchado con las piernas en un fierro.
—No —contestó y echó a reír, medio balanceándose. Chris, que jugaba con Franco a los giros, los miró y sonrió.
—Kev…
Pero no pudo decir más porque un puño cerrado impactó en su cara. No fue tan fuerte como otros que ya había recibido a su corta edad, tanto de niños más pequeños y otros más grandes que él, pero sí fue sorpresivo.
Lentamente volteó a mirar quién había sido, y se topó con aquellos ojos castaños que lo miraban con furia, y la melena rizada se mecía con el viento. Apretó sus puños y frunció sus labios.
Kevin bajó del juego y se paró a su lado, dispuesto a atacar. Los otros dos se acercaron, Chris con las mismas intenciones que Kevin, Franco apenas entendía a sus cortos siete años, pero tampoco dejaría que alguien golpeara a su hermano.
—A mí nadie me tapa la boca ni me hace callar —dijo después del golpe, mirándolo fijo y con el ceño fruncido.
Kevin se acercó con rapidez y la tomó por el cuello de la ropa, aun así la niña continuó sin titubear y con la mirada de enojo.
—Nadie golpea a mi hermano sin probar mis puños —amenazó apretando con más fuerza la ropa de la niña.
—Anda, intenta darme un golpe —contestó con una sonrisa de medio lado—. Veamos quién sale peor.
—¡Basta! —gritó Julián saliendo del trance que fue ser golpeado por una niña—. Kev, suéltala, es una niña, no golpeamos a este tipo de niñas.
—Pero… —reclamó el menor al mirarlo y medio soltar el agarre—. Te golpeó, Julián.
—Porque yo le hice algo primero —dijo suspirando y tocándose la mejilla—. Anda, suéltala, yo tuve la culpa.
—Bien…
Kevin obedeció de mala gana y la niña se acomodó la ropa, pero ninguno pudo evitar que un niño de azules ojos que se había mantenido quieto junto a Chris, fuera y le diera una patada en las canillas a la niña. Julián se dio con la palma en la cara, Kevin echó a reír, Chris no supo qué hacer, entre risas y culpabilidad.
—Nadie golpea a mi hermano… —Y la cachetada que recibió de parte de la niña le dobló la cara y no lo dejó terminar de hablar.
—Bien, quien será el primero —amenazó, a pesar del dolor que sentía por el golpe, si algo le habían enseñado sus primos y amigos de allá en donde vivía, era a dar golpes y a nunca quedarse atrás, menos de otros chicos.
—Nadie —dijo Julián, y se paró entre ella y los niños, pero mirándola fijamente—. Ya basta de golpes, eres una niña y se ve feo.
—Fea es tu cara.
—Déjame golpearla, Julián, yo la callaré de una buena vez —añadió Kevin asomándose, Julián abrió sus brazos para no dejar pasar a nadie.
—Qué lindos se ven jugando. —El profesor había llegado y ninguno se había percatado de eso—. ¿A qué juegan mis pequeños con la niña?
—¡Papi! —gritó Franco y echó a correr a los brazos del recién llegado. Julián abrió los ojos pensando que su hermano acusaría a la niña—. ¿Me cargas?
Suspiró aliviado y miró a su padre reír y hacer lo que el pequeño pedía. En ese instante la niña giró sobre sus talones y se fue, tan rápido como había llegado y sin decir nada más. Julián se quedó mirándola por un rato, al igual que Kevin y Chris.
—Es rara. —Chris fue el único que emitió un veredicto.
—No es rara —dijo el profesor con Franco en los brazos—. Viene de un lugar muy lejos y son otras costumbres. Vengan, vamos a casa —añadió estirándole la mano a Kevin, quien se la tomó al instante—. Vamos a ver qué de rico nos espera para comer.
—Papá, ¿de dónde viene ella? —preguntó Julián caminando cerca del mencionado, al lado de Chris que iba junto a Kevin.
—Viene de un lugar llamado Brighton, en Inglaterra —contestó aguantando que Franco le diera besos en la cara.
—¿Y eso queda lejos? —consultó esta vez Chris.
—Bastante —respondió con una sonrisa—. Cuando lleguemos a casa les mostraré en el Atlas, ¿qué dicen?
Tanto Franco como Chris gritaron con efusividad que estaban de acuerdo. Kevin sonrió y afirmó con la cabeza. Julián, en cambio, se quedó pensativo y se sobó la mejilla.
—¿Y todas las niñas de allá son como ella?
El profesor miró a Julián, que había formulado la pregunta y se seguía sobando la mejilla. Era difícil responder aquello sin mentir, él no conocía Inglaterra, menos el sector de donde venía la niña, pero creía entender el comportamiento de la pequeña por todo lo que habían hablado hasta el momento. Aun así no se sentía capaz de responder esa pregunta.
—No lo creo —contestó, aún con el asunto de que sentía le mentía a su hijo—. Como les dije, ella viene de un lugar lejos y diferente, y con otras costumbres.
—¿Cómo otras costumbres? —preguntó Chris mirando al mayor.
—Miren. —El profesor detuvo la marcha, los niños lo imitaron y él los observó a todos—. Ella era feliz donde vivía, y por sus padres tuvo que viajar a un lugar que no es de su agrado y no se siente bien. —Los pequeños lo miraron con atención—. Tratemos de que ella no se sienta incómoda y ayudemos a que se integre, para que se lleve una buena impresión de nuestro pueblito y no sólo malas ideas como la patada que le dio Franco.
El mencionado se acurrucó en el cuerpo de su padre, los demás se miraron entre sí. Pero el mayor sólo les sonrió y les revolvió el cabello. Volvió a tomar de la mano a Kevin y reanudó la marcha a casa, donde su esposa y el resto de sus hijos los esperaban.
Julián se quedó pensando en todo eso mientras caminaba, la verdad es que había quedado bastante desconcertado por el golpe, porque fue de una niña a la que él veía como un bicho raro, indefensa y endeble, pero el golpe le demostró todo lo contrario. Y así fue que quiso conocerla más.
—¡Tata! —gritó al ver a su abuelo sentado en la terraza de la casa, y echó a correr a su encuentro.
—Yo primero —dijo Chris, medio empujándolo para ganar, pero Julián no se dejaría, y entre empujones llegaron donde el anciano.
—¿Dónde están mis regalones? —Los apretujó contra su cuerpo al abrazarlos—. Les traje chocolates —les susurró, ambos niños lo abrazaron con fuerza.
Franco bajó de los brazos de su padre y corrió donde sus hermanos, Kevin soltó la mano e hizo lo mismo que el otro. El abuelo sonrió feliz y divertido, le encantaba ir a ver a todos esos nietos que tenía, a pesar que sólo fueran cuatro de sangre, él quería a los siete por igual.
Albert Leighton, destacado profesor de Ciencias, saludó a su padre con un beso en la frente y continuó su camino. Desde hacía unos metros que un exquisito olor ingresaba por sus fosas nasales, y eso no podía ser otra cosa de que su amada esposa estaba horneando galletas con chips de chocolates, las favoritas de él, del abuelo y, obviamente, de los niños, sobretodo de Chris, ese niño amaba las galletas con chips de chocolate, y él amaba a ese niño como si fuera propio. Esa era una razón suficiente como para empezar las acciones legales para tener la custodia del pequeño, él deseaba que Chris tuviera su apellido y, tanto él como su esposa, figurar como sus padres. La madre del niño no lo merecía, él era tan buen niño, tierno y necesitado de cariño, que una persona como ella no sabía darle. Claro que no, ella sólo sabía de alcohol y drogas, de quedar inconsciente con cualquiera que le ofreciera un trago, daba lo mismo quién fuera, razón por la que Chris no tenía idea quién era su padre. En realidad nadie lo sabía.
—Oye, papá. —Albert amaba que Chris le dijera papá—. Dijiste que nos mostrarías el Atlas.
—Claro que sí, pequeño travieso —dijo con una sonrisa y le revolvió el cabello—. Pero primero saludaremos a mamá y a tus otros hermanos.
—¡Mamá! ¿Son galletas de chocolate lo que huelo? —gritó, pasando por al lado del profesor y abriendo con rapidez, ignorando todo lo otro al correr a la cocina, pero antes de llegar unos brazos lo detuvieron y lo abrazaron con fuerza.
—¿Qué modales son eso, tesorito? ¿No me vas a saludar primero? —Chris sonrió aún más al abrazarla y besarla, Albert simplemente los miró y comprendió, en cierta medida, que el niño no necesitaba un papel que le cambiara el apellido, él era un Leighton más, amado y adorado como cualquiera de los otros.
Albert recodó cuando lo conoció, tenía cerca de los dos años y estaba sentado fuera de su casa, en la cuneta y junto al tarro de la basura. Su pequeña cabeza apoyada en el frío metal mientras dormía. Él venía llegando del trabajo, en su casa lo esperaba su esposa con su pequeño Julián de dos años, muy seguramente también estaría su vecina, de quién lo unía una amistad de toda la vida, con el bebé que había nacido hace un año ya, cuyo padre era también un amigo de toda la vida.
No podría olvidar la sensación que tuvo cuando lo vio, allí, tirado en la calle, desprotegido y con el frío que hacía, ya faltaba poco para que empezaran las nieves del invierno. Corrió a tomarlo en sus brazos, y la angustia que sintió al notar que la respiración era lenta y pausada se reflejó cuando abrió la puerta de la casa casi de una patada. Su esposa, sentada en el sillón dándole un biberón a su hijo, se levantó espantada y lo miró pidiendo una explicación, pero al ver la cara de Albert con gesto preocupado y con un niño pequeño en sus brazos, de quizás la misma edad de Julián, sólo pudo acercarse y ver con más atención.
—Está congelado —dijo Albert con notoria preocupación en sus gestos—. Apenas respira… y es tan pequeño…
—Ven, tráelo a la cocina, estoy horneando galletas y el calor de allí se traspasará a él.
Y así lo hizo, siguió a su esposa a la cocina y allí se quedaron con el pequeño. Ella fue a buscar mantas para darle más calor mientras Albert lo acunaba en sus brazos y lo paseaba de un lugar a otro. Su esposa le preparó un biberón caliente, aunque no tanto para que no se quemara, y él se lo metió a la fuerza para que comiera, no sólo estaba congelado, sino que en un estado de desnutrición avanzado. Albert sonrió cuando el niño comenzó a comer como si nunca lo hubiera hecho.
Taylor Dent, a pesar de que había sido desheredada y olvidada de su familia, seguía usando el apellido de ellos para llevar el recuerdo de quienes había amado y traicionaron. Ella los perdonó, a pesar de que ellos le dieron la espalda cuando se embarazó de quien amaba y con quien había decidido pasar el resto de sus días. No le interesaba sentir rencor ni ningún tipo de sentimiento parecido, sólo quería tenerlos presentes para enseñarle a su hijo a no ser como ellos. Aunque no le fue fácil aceptar todo aquello. Mantenía un noviazgo con Albert desde sus casi quince años, y se llevaban por dos años de diferencia. Se habían conocido cerca de una pileta, en la plaza, cuando ella junto a un grupo de amigas estaban sentadas tomando helados. Él se encontraba en el césped, que no se podía pisar según los carteles, medio recostado, riendo y conversando con dos chicos y una chica, al parecer la chica era novia de otro de ellos. A Taylor le había llamado la atención la risa de él, tenía un sonido estruendoso que se propagaba por todos lados, no se dio cuenta de que su mirada se posaba bastante sobre él.
Sus amigas sí lo notaron y se lo hicieron saber, no sólo porque no estaban de acuerdo con que ella se fijara en alguien como Albert, que se notaba por su ropa que iba al Instituto de delincuentes que estaba al otro lado de la calle, sino que ella estaba destinada a ser la novia del guapo capitán del equipo de fútbol del Instituto al cual ellas asistían, uno de renombre y de los más caros de la localidad, y de los pueblos alrededor. Todas sabían que el capitán deseaba hacerla su novia, y todas querían algo con él, y no entendían como Taylor se rehusaba. Cansada y aburrida de aquellos comentarios, se puso de pie para caminar a su casa, terminando de tomarse el helado de camino.
—El helado de chocolate es muy rico. —Dentro de sus pensamientos fuera de lugar, no se dio cuenta que un chico de ojos castaños claros se le paraba en frente y la miraba con una sonrisa, ella tendió a sonrojarse, pero el chico no le dio tiempo al acercarse a mirarla más de cerca, agachando un poco su cabeza porque era más alto.
—Sí… —medio tartamudeó e intentó dar un paso atrás—. Voy… Voy atrasada, permiso.
—Adelante —dijo y se hizo a un lado para que ella pasara, quien obedeció asintiendo con la cabeza.
Albert se quedó mirándola al pasar, esperaba que ella volteara a verlo, al fin y al cabo habían estado intercambiando miradas durante casi todo el rato que estuvieron allí. Pero la chica se alejaba y él lo único que hacía era memorizar su espalda, y su cabello bien peinado en una coleta alta amarrada con una cinta gruesa que colgaba junto con los pocos y nada de rizos. Hasta que, poco antes de llegar a la esquina de la plaza, volteó y lo miró, ella no esperaba que él estuviera allí mirándola, sólo quería verlo de espalda o sentado junto a sus amigos, pero no, allí estaba sin perderle detalle. Él le sonrió y ella le respondió de la misma manera, y así fue que supieron que jamás podrían olvidar la sonrisa del otro.
Sus amigos le dijeron que la olvidara, que esa relación no tendría sentido porque ella era una chica de la alta sociedad y él de la baja, aunque no tan baja, pero baja después de todo. Y no les hizo caso, él continuó luchando por ese amor día tras día, sin perder la fe ni la esperanza, así mismo como lo hacía Taylor, y Albert sabía que para ella era mucho más duro, sus seres amados le habían dado la espalda. Pero él estaba para brindarle todo su apoyo, la aguantaba en sus arrebatos de enojo, cuando decidía no verlo más y lo corría de su lado. La aguantaba cuando lo despreciaba o lo ignoraba frente a la gente de su clase, porque alguien como ella no podía rebajarse a alguien como él. La aguantaba cuando lloraba porque todo lo que sucedía era por culpa de él y él no hacía nada por solucionar las cosas. Albert estaba para ella en cada uno de esos momentos, en los de furia, en los de ira, en los de alegría, en los de tristeza, en los buenos y los malos ratos, Albert nunca le faltó ni le dio la espalda, él continuó con ella hasta el final.
Y así Taylor se enamoró, porque a pesar de todo lo que ella le había hecho a él, allí seguía siempre fiel, intentándola hacer que sonriera cuando estaba triste, escuchándola cuando necesitaba ser escuchada, soportándola cuando no debería ser soportada. Y lo amó, tanto o más como la amaba a él, y no podría vivir sin él, no se imaginaba un momento de su existencia sin él. Por eso cuando se enteró que estaba embarazada, la sonrisa dibujada en su rostro no se le borró ni siquiera cuando la echaron de la casa, porque se iría a vivir con Albert y su padre, a quien le tenía un gran cariño. Y no se quejó cuando llegó a un hogar algo sucio y destartalado, no le importó porque Albert le dijo que lo arreglarían y haría de él un lugar cómodo para vivir, tanto para ella como para el bebé, y así fue. Él cumplió con todas y cada una de las promesas, a sabiendas de que debería soportar los arrebatos de la chica a quien amaba por vivir en un lugar tan poca cosa. Pero no fue así, Taylor había comprendido muchas cosas a medida que se fue enamorando de él, y así como comprendió, también aceptó la humildad de su amado y lo amó aún más por salir adelante. Fue así que se casaron cuando ella cumplió los 21 años, poco antes de nacer Franco.
Fue por eso que, cuando Albert entró con aquel niño en sus brazos, ella lo único que pudo hacer fue tratar de ayudarlo. Ella conocía mejor que cualquiera el corazón bondadoso de él, bondad que ella también compartía y entendía, una que nació cuando lo conoció a él, porque no se podía negar el cambio enorme que ella había sufrido desde que aquellos ojos se toparon con los de ella. Y cuando el niño comenzó a tomar calor, incluso antes que Albert lo notara, ella suspiró de alivio y lloró porque el pequeño se había salvado, y los abrazó a los dos, y en su interior algo le decía que no debía dejarlo ir jamás, a ninguno de los dos.
—Debemos llevarlo a un hospital —dijo Albert y ella asintió, aunque no quería porque se lo quitarían—. ¿Dejamos a Julián con Cadie?
—Mejor, así no lo exponemos a que se contagie de algo.
Albert le besó la frente y ella fue con su hijo, él continuó en la cocina, con el pequeño entre sus brazos y dándole calor. Su esposa salió con su hijo bien arropado y durmiendo, cruzó la calle y llegó a la casa a la que iba. Taylor dejó a su pequeño con Cadie, quien era la amiga de toda la vida de Albert, al igual que su esposo, para que se entretuviera con el bebé Kevin, y se apresuró a ir al hospital, esperando poder llevarse al niño de vuelta a casa.
Al llegar al hospital, con el corazón en la mano por el apuro, Taylor tomó al niño en sus brazos, y en ese mismo momento supo que él sería otro hijo para ella. Albert fue en busca de ayuda, llegó a los pocos minutos con una auxiliar, quien al ver al niño lo reconoció.
—Es Chris —dijo, y Albert y Taylor se miraron angustiados—. Su madre… ella… No es la primera vez que llega aquí, pero sí es la primera vez que tiene color en las mejillas. Él es un luchador. —Albert le pasó un brazo por los hombros a Taylor, la auxiliar los miró—. Llevémoslo adentro para revisarlo.
Ella notó que no querían soltar al niño, fue por eso que no se los quitó, sino que pidió que la acompañaran. Allí dentro les contó sobre la madre de Chris, que era una alcohólica drogadicta que no se preocupaba por el niño, que habían tratado de quitárselo varias veces, pero siempre lograba hacer cambiar de idea al agente de servicio social y se quedaba con Chris. Solía utilizarlo para pedir dinero en la calle, y cuando ya no lo necesitaba más, lo dejaba por allí, esperando que el pequeño fuera solo a casa.
Taylor, al escuchar la historia, comenzó a llorar. No entendía cómo una madre podía hacer tal cosa, si un hijo es lo más hermoso que le puede ocurrir a una mujer. Albert la abrazó.
—¿Podemos llevarlo a casa con nosotros? —preguntó, y su esposa lo miró confundida, ella no necesitaba el permiso de nadie, se lo llevaría y ya.
—Se nota que ustedes lo criarán de buena manera, pero debo avisar a la madre del niño. —Taylor comenzó a enojarse.
—Esa persona no necesita ser llamaba madre, menos de este niño —alegó con el ceño fruncido—. Yo no necesito de su permiso para llevarlo a casa conmigo.
—Ustedes son buenas personas —añadió la auxiliar entregándole a Chris en los brazos a Taylor—. Pero la ley es a ley, y si se lo llevan sin el consentimiento de la madre, ella los puede acusar de secuestro y será mucho peor.
—Entonces, ¿qué nos recomienda? —preguntó Taylor acongojada y esperando una buena respuesta.
—Quiero conocer a la madre del niño y llegar a un acuerdo —interrumpió Albert y Taylor lo miró desconcertada—. Yo sí sé algo de la ley, y me interesa llegar a un acuerdo legal con ella por el niño y por otras cosas más. Igual sé, que mientras ella no aparezca, el niño puede quedarse en el hospital o en la casa de alguien más que sea de confianza para el hospital, que lo cuide y se haga cargo hasta que la madre aparezca.
—Nos haremos cargo, somos de confianza. —Taylor no esperó que Albert terminara de hablar, éste le apretó el hombro al tenerla abrazada.
—Preguntaré al director para su autorización —contestó al ponerse de pie—. Por favor, espérenme unos minutos aquí.
Y así fue como el pequeño Chris comenzó a ser parte de los Leighton. La madre biológica no apareció hasta un mes después, mes en el que Chris subió de peso, se le pusieron las mejillas coloradas y tuvo un hermano de la misma edad. Tanto Albert como Taylor les daban el mismo cariño, afecto, tiempo y atención a ambos. Además, los amigos y vecinos de los Leighton, los Sheldon, lo cuidaban tanto como ellos mismos, y permitían que Kevin jugara con él, y se notaba que se llevaban bien. Y el abuelo tuvo otro nieto, cosa que lo hacía sonreír mucho más.
Pero, cuando la madre biológica llegó, no le importó nada de eso. Sólo quería al niño de vuelta en su casa, y si no se lo entregaban iría a la policía por secuestro. Taylor estalló en llanto cuando aquella mujer se llevó a Chris, quien no se quería ir porque gritaba llamando a Taylor como «mamá». El corazón de ambos se rompió, al escuchar el llanto desgarrador del pequeño al marcharse, y lo peor fue que ellos no pudieron hacer nada.
Taylor con Albert comenzaron a averiguar la manera de poder quitárselo, aquella mujer no se lo merecía, y quizás ellos tampoco pero harían todo lo posible por darle un hogar. Así que no se detuvieron, a pesar de que no encontraban nada para lograr su cometido.
Y no fue hasta cinco meses después de todo aquello que no volvieron a verlo. Albert volvía del trabajo cuando lo vio, de nuevo, apoyado junto al tarro de basura. Su aspecto famélico y rostro frío logró hacer que Albert derramara varias lágrimas al cargarlo y llevarlo al interior de la casa. El tiempo de nieve estaba por acabar, pero aún no lo hacía y el frío calaba hasta los huesos.
Chris llevaba una nota aferrada a su mano. Albert lo notó cuando Taylor se lo quitó de los brazos para arroparlo y darle calor, había preparado recién un biberón para Julián, pero Chris lo necesitaba más así que se lo metió a la fuerza. Su pequeño hijo no entendía nada, pero al estar en los brazos de su padre, poco y nada le importó que su alimento estuviera siendo dado a otro niño, quien comía como si nunca lo hubiera hecho.
—Tenía esto en su manito —dijo Albert enseñándole el papel a Taylor, que lloraba al ver a Chris de esa manera—. Sólo dice «cuídenlo».
—No se lo volverá a llevar, sobre mi cadáver dejo que se lo vuelva a llevar —amenazó besándole la frente al pequeño—. Y no pienso llevarlo al hospital tampoco. —Albert sólo resopló y se dejó caer en el sillón con Julián encima.
—Nunca hagas enojar a tu madre —le susurró al niño, pero éste poco y nada entendió, sólo sonrió y besó a su padre.
Y así fue que cuando aquella mujer volvió por Chris, a los pocos meses después, Taylor se paró en la puerta de la casa y no la dejó, siquiera, verle la punta de la nariz. A pesar que la madre del niño le dijera que llevaría a la policía, Taylor con decisión le dijo «ve a por ellos, aquí los espero». Nunca fueron, nunca les importó aquel secuestro, si es que fue verdad que la madre de Chris los acusó, pero lo que sí pasó fue que ellos se quedaron con él para criarlo y malcriarlo. Y, a pesar que en el vientre de Taylor comenzaba a crecer otro fruto del amor entre ella y Albert, el cariño que le entregaban a Chris nunca fue menor que el entregado a los que sí llevaban su sangre, para ellos dos el niño era propio y no había nada que les quitara de la mente y el corazón de que no era así. Chris era su hijo, y así lo sería siempre.
La madre biológica del niño siempre volvía a por él, pero después del tiempo dejó de intentar llevárselo porque Taylor no se lo permitía, y había decidido que si tenía que irse a los golpes con aquella, lo haría, pero no permitiría que la separaran de su hijo. Cuando aquella mujer dejó de intentar quitárselo, Albert se sentó a conversar con ella y accedió a darles la tutela del niño, pero no la custodia total. Él, resignado, accedió, por lo menos ya era algo y Chris ya llevaba más de tres años con ellos. Ella pidió poder visitarlo de vez en cuando, Taylor no quería, pero Albert la convenció, al fin y al cabo, les gustase o no les gustase, era la madre del niño y él estaba en su derecho de conocerla, ya después decidiría si quería irse con ella o quedarse en casa. Le permitieron visitarlo los fines de semana, pero siempre bajo la mirada de Albert y Taylor. Aunque en los dos primeros años, sólo lo visitó diez veces y a Chris no le agradaba estar con ella porque olía mal, prefería jugar con sus tres hermanos.
Fue así como la familia de Albert y Taylor comenzó a crecer, y la casa tuvo que acomodarse a los nuevos tiempos. Ya no eran sólo cuatro, si contaban al abuelo, sino que fueron cinco con la llegada de Chris y seis cuando nació Franco. Albert tuvo que trabajar un poco más para poder construir otra habitación, en donde dormirían Chris y Julián, otra de ellos y la del abuelo. Pero él al ver tanto esfuerzo de parte de su hijo, tomó una importante decisión y se fue a vivir a un hogar de ancianos, pese a que tanto Taylor como Albert se opusieron, él no los tomó en cuenta y se marchó. Le dijo a su hijo que vendiera la casa y comprara la que quería, él sabía que Albert había estado mirando y cotizando la casa de al frente, junto a la de su amigo de toda la vida, era una casa amplia en donde todos estarían cómodos. Y lo hicieron, con lo que llevaba reunido por el arduo trabajo y con lo de la venta de la casa, compraron la otra, que realmente la necesitaron cuando tres años más tarde de nacido Franco, llegó a sus vidas el pequeño Math. Y toda la disposición de la casa se derrumbó cuando nació Thais, la primera mujer entre tanto hombre, a ella no le podían permitir compartir habitación con el resto, ella crecería y necesitaría su espacio. Así que después de pensarla mucho, decidieron que una vez que ella creciera, le dejarían la habitación más pequeña, que usaba el abuelo cuando iba de visita y Franco. Y acomodarían a los cuatro niños en la habitación más grande que era usada por Chris y Julián. Los cuatro estarían algo apretados, pero no podían darse el lujo de seguir gastando, no con tanto niño. Taylor suspiró cuando vio a sus cinco hijos dormidos.
—¿Por qué no tuvimos sólo dos, como Cadie? —preguntó apoyándose en los brazos de Albert.
—Porque, a pesar que nos cuidamos, el cielo parece que quiere llenemos el mundo de criaturas tan lindas como las que tenemos.
—¿Qué haremos? —consultó mirándolo a los ojos, con preocupación—. ¿Crees que mi familia…?
—Ya hemos llegado hasta aquí bien, y donde come uno, comen dos y así. —La besó con suavidad en los labios y ella le sonrió—. Estaremos bien, no te preocupes de más, saldremos adelante y arrastraremos a todas estas cosas maravillosas que tenemos. Vamos a dormir, que tanto niño corriendo de un lado a otro agota a cualquiera.
Por todas aquellas razones, cada vez que Albert llegaba a casa luego del trabajo y con los niños, sonreía feliz al ver la hermosa familia que había formado con un amor que supuestamente no llegaría a ningún lado. Por eso también, cuando veía a Taylor abrazar a Chris, su corazón se llenaba aún más de dicha porque logró que ella tuviera bondad en su corazón y que no viera las cosas como solía hacer cuando era hija de un señor de la alta sociedad. Él sonreía feliz al ver el cambio en la mujer que amaba con todo su corazón. Así que la tomaba en sus brazos y la besaba, quitándosela de las manos a los niños que solían reclamarla para ellos, y ella le sonreía porque se sentía importante al ser el centro de atención, y eso le recordaba viejos tiempo, no mejores pero que sí extrañaba de vez en cuando.
—¿Dónde están esas galletas, mamá?
Aunque había alguien que siempre solía meterse entremedio y acaparar aún más la atención, y ese era Chris pidiendo sus adoradas galletas con chips de chocolate.
—Y el Atlas, papá, el Atlas…
Y tenían que moverse, porque sino, no habría quién lo mantuviera quieto por sólo unos minutos. Aun así Albert y Taylor lo amaban, al igual que al resto de los niños, dos que colgaban del cuello del abuelo, uno que peleaba con otro por las galletas, dos que desordenaban la sala con todos los juguetes que pudieran encontrar y una que apenas entendía todo lo que pasaba pero que disfrutaba golpeando a los dos que colgaban del cuello del abuelo. Y así se pasaba la vida en la casa de los Leighton, hasta que los vecinos llegaban y se llevaban a Kevin y Nick, quienes eran cuidados por Taylor en el día ya que ambos trabajaban.
Así que a Albert no le quedó de otra más que buscar en aquel librero, algo viejo pero lleno de libros, el Atlas para enseñarle al pequeño lo que quería saber.
—¿Qué es eso, papá? —preguntó Julián al llegar junto a él y verlo con un libro en las manos.
—Esto es una historia —contestó al mirarlo y enseñarle lo que sostenía—. Una historia muy linda que habla sobre los orígenes de algunas civilizaciones antiguas de Centroamérica.
—Recuerdo ese libro —dijo el abuelo que traía en sus manos a la bebé, quien al llegar junto a Julián comenzó a jalarle el cabello, pero él no le hizo nada—. ¿Recuerdas, Albert, todo el escándalo que hiciste para que te lo comprara?
—Sí, sí… —respondió, entre suspirando y riendo, el abuelo reía a carcajadas—. Creo que ya es tiempo que pase a mejores manos.
—¿Me lo darás a mí, papá? —Chris se había subido al sofá de tres cuerpos, junto a Albert, y saltaba.
—A mí, a mí, ¿verdad, papi? —Franco lo imitaba.
—Se lo voy a dar a la compañerita de Julián. —Los niños detuvieron los saltos, el abuelo sonrió y Julián le quitó su cabello de las manos a Thais, luego miraron a Albert—. ¿No puedo dárselo a ella? A esa pequeña le encantan estas cosas, y es ilustrado…
—Está bien, papá. —Julián fue quien tomó la palabra—. Si a ella le gusta, está bien.
Albert le sonrió y le revolvió el cabello, Thais continuó jalándoselo y los niños siguieron con sus saltos. Albert guardó el libro y buscó el Atlas, luego se sentó en el centro del sofá de tres cuerpos y los niños se le acomodaron alrededor. Kevin notó aquello y se acercó, dejando de jugar con Nick y Math. Tanto él como Julián, Chris y Franco, se quedaron en silencio escuchando la explicación de su padre, y así comprendieron que realmente la niña venía de muy lejos, tuvo que cruzar todo un océano y eso era realmente increíble.
Al día siguiente, Julián tenía pensado pedirle disculpas por lo sucedido en la tarde. Él realmente se sentía apenado por todo lo acontecido con la niña, no quería que ella se sintiera mal o algo parecido. Por eso cuando la vio, sentada en su lugar en el salón, se acercó. Chris sólo lo miró con curiosidad, después lo siguió. La niña estaba dibujando y pintando.
—Hola…
—Hola —dijo, pero sin siquiera mirarlo ni levantar la vista de lo que hacía.
—Quería… ayer…
—No me interesa —interrumpió, aún prestando sólo atención a su dibujo.
—Pero…
—Uy, a Julián la gusta la niña nueva…
El mencionado comenzó a ruborizarse frente a las burlas del resto de sus compañeros. Chris, a su lado, mostró sus puños listos para comenzar a repartir golpes por el atrevimiento de que molestaran a su hermano. Julián pensó en su reputación, él sabía que la habían nombrado como «niña nueva» por no tratarla de «rara» o «weirdo» de frente, no eran de los que decían las cosas en la cara. La miró de reojo y notó que ella seguía como que nada pintando y dibujando, a pesar de todas las burlas de los demás. Frunció su ceño y fijó su vista en quienes lo molestaban, pero no supo qué decirles.
—Ustedes, descerebrados. —Pero quien habló fue la niña rara—. ¿Acaso creen que una weirdo como yo, le gustaría a alguien como él?
Y luego comenzó a hablar en un idioma que ninguno de los presentes pudo descifrar. Y si bien habían quedado sorprendidos porque no imaginaron que la niña sabía de su apodo, quedaron con la boca abierta al escucharla hablar y no entenderle. Julián con Chris la miraron, y luego recordaron que su padre les había dicho que ella medio hablaba un idioma de uno de los pueblos originarios de América del Sur, muy al sur, y comprendieron.
Los demás se sentaron, pensaron que ella les había lanzado alguna maldición en su condición de weirdo, así que decidieron no decir nada más. Ella continuó pintando y dibujando como si nada hubiera pasado. Julián dio un paso atrás, al igual que Chris.
—El mapudungun es un idioma muy lindo. —Aquella voz era del profesor de ciencias, padre de los niños. Ella levantó la mirada y le sonrió.
—Sí, lo es —contestó sin dejar de sonreírle—. ¿Cómo está el día de hoy, profesor? Disculpe por golpear a sus hijos ayer.
—No hay problema, pequeña —dijo al revolverle el cabello. Julián y Chris fruncieron su ceño al escuchar aquello—. Me gustaría hablar contigo un momento al receso, no te arranques.
—Claro que no, profesor.
Albert miró a sus hijos y les guiñó un ojo, luego saludó al resto de los estudiantes y comenzó a prepararse para impartir su clase. Julián y Chris miraron a la niña, que se le había borrado la sonrisa y los miraba con enojo, ambos dos se miraron, levantaron sus hombros y fueron al lugar que les correspondía, se les venía un pesado día de estudios y mejor comenzar con ánimos.
Al finalizar el día, al igual que el anterior y el resto del tiempo, Julián con Chris fueron a buscar a Kevin y a Franco a los salones correspondientes para seguir esperando que su padre saliera. Pero, la diferencia fue que, en lugar de quedarse en los juegos infantiles, se fueron cerca de la cancha. Allí estaba la niña lanzando al aro de basquetbol, sola. Julián se quedó mirándola un rato, pero no le dio mucha importancia, prefirió jugar con el resto de sus hermanos, y vigilar que Kevin no anduviera haciendo cosas de las que podría salir lastimado, Julián sabía que no le podía quitar ojo de encima a aquel niño, porque al más mínimo descuido quedaría con algún corte o raspón. Por eso, cuando lo vio trepando por uno de los postes, se dio en la cara con la palma y fue a intentar hacer que bajara, pero sólo conseguía burlas del pequeño.
—Uy, pero si es Julián, el mimando del profesor de ciencias.
Si bien los niños poco y nada sabían de clases sociales, sí se lo hacían sentir en el instituto al que asistían. Ellos no pertenecían al mismo estatus que el resto, ellos estaban allí porque su madre fue una alumna de excelencia y porque su padre trabajaba como profesor. Pero eso no significaba que pertenecían a ese mundo, y el resto de los niños lo sabía muy bien, sobre todo aquellos que llevaban la discriminación en la sangre, como aquel niño que llegaba a molestarlos.
Siempre hubo una pequeña rivalidad entre él y Julián, desde que entró a estudiar allí a los cinco años, o quizás de antes. Julián no estaba seguro, pero quizás él era uno de los niños que jugaba en la plaza aquel día en que el abuelo le dijo que le diera un beso a una de las niñas bien vestidas que jugaba en los balancines. Él, como buen nieto, obedeció al instante y se lo dio.
Y allí estaba, nuevamente, intentando hacer que se molestara prestándole atención, pero Julián recordaba que el abuelo le había dicho que no los tomara en cuenta, que no valían la pena. Y así lo hizo, pero olvidó el pequeño detalle que sus hermanos, a veces, no pensaban lo mismo que él.
—Tienes ganas de recibir algún golpe, ¿eh? —Chris pocas veces pensaba antes de actuar, y ya estaba enseñando los puños.
—Yo también golpeo fuerte. —Franco, que al parecer tenía como máximo héroe a Chris, ya estaba junto a él listo para pelear, Julián se dio con la palma en la frente.
—No te preocupes, hermano. —Kevin al fin había dejado de trepar y lo miró sonriente, dejando la mano en el hombro de Julián—. Yo arreglaré la situación.
Julián sólo lo miró avanzar, pensando que tomaría a esos dos y los alejaría de los golpes, pero no fue hasta ver que Kevin se remangaba las mangas que supo que irían todos a la batalla. Suspiró y dejó sus manos en la cintura.
—¿Acaso, Julián, no eres capaz de defenderte solo?
La burla en la voz del recién llegado era notoria, los cuatro chicos fruncieron el ceño y Julián se paró frente a él, dejando a los chicos tras su espalda, sus mangas ya habían sido levantadas. Kevin hizo crujir sus nudillos y sonrió de medio lado.
—Podría decirse lo mismo de ti, inepto. —Aquello ninguno de los chicos lo había dicho, tanto ellos como los recién llegados miraron sorprendidos—. ¿Acaso no llegaste tú, con cinco niños más, a buscar pelea a un grupo que no molestaba a nadie? ¿Eres idiota, no sabes contar, no tienes cerebro? —Julián se quedó mirándola medio boquiabierto, Kevin miró a Chris sin comprender. Ella era la niña rara.
—¿A ti quién te invitó, weirdo? —preguntó riendo, esperando que el resto de niños se riera con él, pero sus acompañantes no lo siguieron, aún estaban pensando en todo lo dicho por la niña.
—¿Eres estúpido o no sabes que la cancha es de todos los estudiantes?
—Oye, no es necesario que te metas —dijo Julián, si bien el grupo que había llegado no entendía muy bien todos los insultos que ella les estaba echando, él sí los comprendió muy bien y le asustó el hecho que ellos pudieran hacer algo en contra de la niña.
—Ustedes son sólo cuatro, ellos son seis, creo que están en desventaja.
—¿Por qué no le entiendo ni la mitad de lo que dice? —preguntó Chris con voz baja a Julián, este se dio con la palma en la frente.
—Y bien, mentecatos, ¿quién quiere ser el primero en ir al hospital? —Julián abrió los ojos y se apresuró en pararse delante de ella, pero la niña no se lo permitió y al final quedaron uno al lado del otro. Julián la miró.
—No es nece…
Y el puño cerrado que recibió Julián en la mejilla derecha lo silenció, sólo alcanzó a ver el ceño fruncido de la niña antes que ésta golpeara a quien lo había lastimado. Y al primer golpe de ella, se le unieron el resto, y la pelea comenzó. Julián no sabía muy bien qué hacer, a pesar de estar golpeando a quien comenzó todo, su vista se iba entre ver a sus hermanos enviar y recibir golpes, y a la niña rara que al parecer tenía experiencia en el tema, y lo notaba por los golpes que daba y por los que esquivaba. Sus hermanos no estaban esquivando.
Un incesante pitido retumbó en los oídos de todos, aun así siguieron con los golpes. Luego vinieron los gritos y los jalones, dejando a todos los niños distanciados de los otros.
—¡¿Qué está pasando aquí?! —Aquella era la voz del inspector general, y él no estaba solo, obviamente, habían varias personas más que los tenían a todos agarrados, Julián no quiso mirar al que lo sujetaba a él, ya sabía quién era.
—El descerebrado que tiene por estudiante comenzó todo. —La niña, nuevamente, había contestado por todos, Julián sólo la miró—. Se atrevió a golpear a una mujer, ¿cómo es posible que en un país civilizado como este tengan este tipo de estudiantes? Ellos sólo me estaban defendiendo.
Julián miró a Chris, y por el rostro que tenía supo que no había entendido nada de lo dicho por ella. Él pensó que esa niña era aún más rara, ¿cómo podía una niña de su edad usar ese vocabulario? ¿De dónde había salido?
—Señor Ryan, ¿qué puede decir a su favor? —Pero el niño se encontraba tan desconcertado por lo sucedido y dicho por la niña, que no supo qué decir. No estaba seguro si ella había hablado a favor o en contra—. El silencio otorga, señor Ryan y compañía, a mi oficina, ahora. Profesor Leighton, puede retirarse con sus hijos.
—Gracias —dijo y Julián sintió que aflojaron el agarre, asimismo como el resto de los profesores soltó a los demás. Los niños se reunieron alrededor de su padre, Franco intentó decir algo, pero fue callado por la severa mirada del mayor—. Quien será el que me cuente todo lo que pasó. —Se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas, y los niños lo imitaron, harían lo mismo que en casa cuando debían tomar alguna decisión importante—. Pequeña, tú también estás invitada. Por favor, acércate.
—Papá, no le entiendo ni media, media lo que ella dice. —Albert sonrió al mirar a Chris y tenderle la mano a la niña para que se sentara en el círculo.
—Tranquilo, Chris, ahora conversaremos. ¿Quién quiere empezar?
—¿De qué se trata todo esto? —preguntó al sentarse, los demás niños la miraron incrédulos.
—Hablamos sobre las cosas que nos molestan cuando tenemos algún tipo de problema, como ahora que se agarraron a golpes con otros niños. ¿Alguien quiere decirme qué fue lo que pasó?
—Estaban molestando a Julián, papi. —Franco, que había dado unas cuantas patadas a los chicos y había recibo algunos jalones de cabello, fue el primero en romper el silencio.
—¿Y qué le decían a Julián?
—Que es tu favorito, papi —continuó, pero haciendo un puchero—. ¿Verdad que no, papi? Yo soy tu favorito.
—Todos son mis favoritos —contestó Albert sonriendo de medio lado, Franco era un caso especial.
—Papá. —Julián tomó la palabra, su padre lo miró y notó que tenía un ojo hinchado—. Es lo de siempre, tú sabes cómo es la cosa, pero por ella no nos castigaron esta vez, y le doy las gracias por eso.
—¿Cómo? ¿Esto es normal? —preguntó algo desconcertada mirando al profesor—. ¿No es raro que los molesten y les peguen?
—No, niñita —respondió Kevin mirándola no de muy buena manera—. Es lo que pasa cuando somos pobres y hay muchos con mucha plata.
—Profesor, creo que no estoy entendiendo del todo…
—Es algo complicado de entender para tu edad —dijo esperando que ella no lo tomara a mal por sus palabras—. Pero prometo hacer el intento. ¿Qué dices si vas a casa a cenar? Avisaremos a tus padres que vayan por ti allá, así no te quedas sola esperando hasta quién sabe qué hora aquí. Ya comenzará a hacer frío y no sé si estés acostumbrada a los fríos de acá.
La niña miró a los chicos antes de responder, Chris y Franco le sonrieron, Julián la miró seriamente y Kevin volteó la cara con el ceño fruncido. Así supo que no sería muy bienvenida, pero era verdad lo del frío y sus padres no llegarían por ella hasta en un rato más, mucho más. Asintió mirando al profesor.
Albert le sonrió y se pusieron de pie, les dijo a los niños que se mantuvieran tranquilos cerca de la salida, ya que él debía ir a informar que la niña iría a casa para que sus padres fueran por ella allá. Los pequeños obedecieron y se quedaron donde les indicó, mirándola de manera extraña, pero ninguno dijo nada. Kevin la rodeó observándola, sin perderle detalle. Julián rodó los ojos por tanta exageración.
—¿Por qué hablas tan raro? —Pero fue Chris quien rompió el silencio.
—Porque soy un weirdo —contestó con el ceño fruncido—. Así somos nosotros.
—Vamos a casa. —Albert llegó junto a ellos y les sonrió, después le tendió la mano a Franco y a la niña, no podía dejarla caminar sola o se perdería. Los demás caminaron cerca—. Nos apuraremos para que revisemos esos magullones que tienen todos.
—Marcas de guerra, papi, marcas de guerra —dijo Franco riendo, la niña lo miró y sonrió, a pesar de todo lo pasado, aquello le había causado gracia porque le recordó a su familia que estaba lejos en otro país.
—¿Cómo es que sabes golpear? —preguntó Chris parándose junto a ella.
—Tengo primos, muchos, y ellos pelean siempre con otros niños.
—¿Y allá donde vives todas son raras como tú? —continuó preguntando, Albert lo miró de reojo por el poco tacto, pero lo dejaría ser. Julián prestó atención sin mirar, Kevin comenzó a caminar entre Chris y Julián.
—No… —dijo sin darle importancia a como la habían llamado—. Yo soy la única así.
—Pegas bien para ser una niñita rica —añadió Kevin, entrometiéndose en la conversación, Chris asintió—. Pareces un niño.
—Es porque crecí rodeada de hombres, casi no hay mujeres en mi familia, no de mi edad. —Chris se rascó la cabeza, ella volvía a usar palabras que no entendía en su pronunciación.
—¿Por qué hablas así? ¡No te entiendo nada!
—Así hablan en Inglaterra, Chris. Su pronunciación es diferente a la nuestra, igual que el vocabulario. Tienes que acostumbrarte a hablar bien o no podrás entenderte con nadie. —Albert lo miró con una sonrisa al explicarle.
—¿Tú me entiendes, papá?
—Claro que sí, soy tu padre, te entiendo hasta cuando no me hablas. Yo sé cada uno de tus movimientos.
—¿Todo, todo, papá? —preguntó entre sorprendido y como si lo hubieran descubierto haciendo alguna maldad.
—Claro que sí, todo, todo. —Chris miró el suelo y se quedó pensativo mientras seguía caminando. Albert sonrió para sí, sus hijos eran toda una ternura cuando se portaban mal.
—¿Incluso ese día que le puse el pie a Franco y se fue de boca?
—Todo, todo. Yo sé todo lo que hacen.
Chris abrió la boca mucho más, estaba sorprendido, su padre era el mejor, eso lo sabía, ¿pero adivino? ¡Vaya! Eso sí que lo sorprendía. Albert sonrió de medio lado, ¿cómo no amar a sus pequeños si era tan tiernos que se delataban solos? Julián meneó la cabeza, no entendía cómo Chris podía seguir cayendo en esos juegos de su padre. Kevin entrecerró los ojos mientras se preguntaba si su padre tenía la misma cualidad.
—¡Voy a pegarte, Chris!
Pero fue Franco quien dejó estallar toda su ira, él no sabía que había sido su hermano quien lo tiró al suelo, aún tenía muy presente el dolor que sintió. Albert soltó de la mano a la niña y cargó a su pequeño hijo. Julián meneó aún más la cabeza, Kevin sonrió y Chris estalló en carcajadas. La niña los miró sin comprender y luego estalló en carcajadas que lograron que el resto la mirara con confusión. Después se le unieron de a poco, y hasta Julián sonrió, aunque algo desconcertado por la actitud de ella.
Cuando llegaron al hogar de los Leighton, y la niña fue presentada a Taylor y al abuelo, comenzaron las explicaciones de las peleas y comentarios en contra de ellos. Así comprendió que las cosas eran muy diferentes a lo que ella pensaba y los miró con otros ojos. Después le tocó el turno de explicar cómo era su vida, y los niños entendieron las carcajadas que se le escaparon cuando Franco amenazó a Chris, ella venía de un ambiente parecido a ese, donde sus primos y amigos peleaban todo el día a lo mismo, pero donde ninguno se hacía daño realmente. Y también comprendieron por qué pasaba sola y no le gustaba hacer amistades, sus padres iban de un lado a otro y habían comenzado a arrastrarla a ella, a pesar que antes se quedaba en casa de su abuela, decidieron que era mejor llevarla en sus viajes para que tuviera más mundo y conocimientos, aunque no notaban que su hija lo único que quería era estar con sus primos y amigos, quienes eran los únicos que realmente la comprendían. Y así fue que Julián la miró con otros ojos y decidió, junto con Kevin y Chris, que le darían una oportunidad a aquella niña y le permitirían compartir con ellos.
Ya más tarde, cuando los padres de la niña llegaron por ella, los chicos habían conversado, jugado y compartido lo suficiente como para empezar a llevarse mejor. Además, tanto el abuelo como Albert aprovecharon la instancia para que la niña les contara cómo era el lugar donde ella vivía. Sobretodo Albert, que soñaba con algún día poder llevar a su familia al extranjero, y la niña ya llevaba recorriendo algunos países con sus padres, aunque siempre volvían a Inglaterra. Se despidieron en la puerta y luego se fueron a dormir, ya tenían planeado todo un gran siguiente día. Y así el tiempo que ella estaría en la localidad pasó, llevándose de vuelta a Inglaterra unos recuerdos de unas personas maravillosas que la hicieron sentirse como en casa, deseó nunca olvidarlos y, por primera vez desde que llevaba recorriendo uno y otro lugar con sus padres, quiso volver.
Fue así que, cuando la niña cumplió diez años, volvió al pueblo de Taevas, pero esta vez cuando estaban de vacaciones y así no tendría que ir a clases. Y lo primero que hizo, después de bajar del avión e instalarse en la residencia de sus padres, fue ir a ver a sus amigos que no veía desde hacía un año ya. Sus padres, acostumbrados a que ella fuera y viniera de un lado a otro en Brighton, simplemente no le dieron importancia y la dejaron ir, ellos tenían muchas cosas importantes que hacer y varios negocios que finiquitar.
Fue así que su reencuentro con Julián, Chris y Kevin, que no la esperaban, se convirtió en algo sorpresivo. Además ella había llegado con algunos regalos, porque juntó de lo que le daban sus padres y le compró algo pequeño, pero importante, a cada uno. Incluso a los pequeños con quienes apenas había tratado. Y, obviamente, a Albert le llevó un gran libro de historia, en donde se relataba desde los dinosaurios a la época actual. Tenía varios tomos, y a Albert le costó aceptarlo, pero la pequeña niña a su corta edad, era insistente, así que terminó por aceptarlo.
Pasó aquel verano, prácticamente, viviendo con los Leighton, compartiendo a cada momento, riendo y jugando. Le gustaba escuchar las historias que el abuelo le contaba a sus pequeños nietos, como también le gustaba acompañarlos cuando iban al parque con Chris, Julián y Kevin y hacían de las suyas. El primer año que ella estuvo allí no llevaron a Franco porque Taylor dijo que estaba muy pequeño para las jugarretas del abuelo, pero el segundo año el niño ya contaba con ocho primaveras y la insistencia fue tanta, que a su madre no le quedó más que ceder. Ella esperaba, y tenía muchas esperanzas, que con la niña el abuelo se controlara, pero no fue así. Aunque de eso Taylor nunca se enteró, es y será un secreto que tanto el abuelo como los niños se llevarían a la tumba.
Julián se había acostumbrado a la niña de a poco, en realidad tenía y no tenía ganas de que ella se adaptara a ellos. Lo sentía raro porque era una niña y ellos estaban acostumbrados a ser sólo ellos. Su pequeña hermana Thais no contaba porque con tan corta edad, no hacía nada, excepto jalarles el cabello y golpearlos, y para tener otra niña así, mejor que no. Pero después de aquella pelea y de que ella pasara más tiempo con su familia, todo cambió. Él comenzó a verla con otros ojos y le agradó jugar con ella, lo divertía y hacía reír, además si tenían un problema, ella era la primera en ofrecer sus golpes, por eso aquel año en que ella estuvo estudiando en el mismo colegio, se llevaron varios golpes encima. Pero cuando regresó en vacaciones todo fue diferente, porque ya no verían a gente desagradable y sólo se dedicarían a jugar en sus casas y alrededores. Con excepción de que el abuelo los llevara al parque a molestar a los niños ricos o a las carreras, Julián disfrutó mucho de aquel día en que su abuelo los llevó por primera vez a las carreras, con la niña incluida, pero a quien más le gustó todo eso fue a Kevin, que decidió ese mismo día que cuando grande quería correr uno de esos autos. La niña lo vitoreó y también quiso competir. A Julián se le quedó guardada para siempre la risa del abuelo al escucharlos decir eso, y lo único que les dijo fue que nada es imposible cuando se quiere lograr algo con todo el corazón. Tanto Kevin como la niña lo entendieron muy bien. Cuando terminó el verano y ella tuvo que regresar a Inglaterra, prometió volver al año siguiente. Los chicos le dijeron que la esperarían con juegos y risas para seguir divirtiéndose.
Al año siguiente, cuando ella ya contaba con sus once años cumplidos, volvió a pasar las vacaciones junto a sus amigos que no podía ver en un largo año, que se le hacía interminable porque esperaba ansiosa volver a escuchar las historias del abuelo, las charlas interminables sobre Historia con Albert, jugar con los pequeños y con los más grandes, y las galletitas con chips de chocolate de Taylor, su madre no hacía esas cosas, en realidad a veces pensaba que su madre y padre no la querían porque no le daban importancia a nada de lo que pasaba, por eso aprendió a estar sola o con sus primos, y por eso le encantaba tanto ir a Taevas porque se sentía en familia. Y la única diferencia que hubo entre esas vacaciones y la anterior, fue que comenzó a compartir más con Math y Nick, ya que estaban más crecidos.
Pero todo cambió cuando ella volvió a sus doce años, otra vez en vacaciones. Julián lo notó enseguida, apenas puso en pie en casa y abrazó a Albert, nunca la había visto llorar. Él se encontraba en el sillón de la sala junto a Thais, quien se entretenía escuchando a su hermano mayor leerle un cuento, pero que dejó de hacerlo cuando la niña llegó. Kevin jugaba con Chris y Franco con unos autos en la alfombra, mientras que Nick y Math corrían de un lado a otro dándose golpes. Taylor se encontraba en la cocina con el abuelo, quien le enseñaba una nueva receta que aprendió en el hogar de ancianos.
—Eres una llorona, te vas llorando y llegas llorando. —Pero fue Math con sus gritos que anunció la llegada de la niña—. Llorona, llorona —cantó y Nick se le unió, ambos reían y cantaban en la puerta.
A diferencia de sus otros hijos, Albert no pudo callar con la mirada a Math, pero sí lo hizo Julián tapándole la boca al ver que los dedos de la niña aferraban con fuerza la camisa de su padre. Math rezongó en los brazos de su hermano mientras lo llevaba a sentarse junto a él y Thais en el sillón. Kevin y Chris miraron a la niña, pero no se movieron. Nick simplemente siguió a Julián. El escándalo logró que tanto el abuelo como Taylor salieran de la cocina. Ella, al ver lo que pasaba, fue por un vaso con agua y azúcar para la niña. Y entre los dos lograron tranquilizarla.
Cuando entró, ya más tranquila y sin rastro de lágrimas, Julián, Chris y Kevin se acercaron a preguntar qué pasaba.
—Me mudaré a Londres —les dijo al mirarlos—. De aquí me voy a mi nueva casa en Londres.
—¿Y eso por qué es tan malo? —preguntó Chris quien veía todo de manera más simple.
—Porque… —titubeó y los miró a los tres—. Porque… porque con eso que está haciendo papá, ya no necesita venir aquí… Ya no vendré…
—¡¿Qué?! —gritó Chris al ponerse de pie, ya que se encontraban sentados en la alfombra, en posición de indio—. ¡¿Cómo que ya no vendrás más?! ¡No puedes hacer eso! Eres una amiga…
—Chris, tranquilízate —pidió Julián al ver que su hermano empezaba a caminar de un lado a otro, no entendía por qué hacía tanto escándalo—. Puedes viajar igual cuando puedas ¿verdad?
—Es un poco difícil que viaje sola, son muchos kilómetros y es tan sólo una niña —añadió Albert al sentarse junto a ellos, Chris aprovechó la ocasión y se le sentó en las piernas.
—Pero… —susurró Kevin—. Algo podemos hacer ¿verdad?
—Claro que sí —dijo Albert con una media sonrisa abrazando a su hijo—. Existe una cosa que se llama correo y pueden enviarse cartas.
La niña asintió feliz, a ella le encantaba escribir largas cartas, pero las caras de los otros tres niños no decían lo mismo, sobre todo la de Chris que dejó ver con todo su cuerpo que estaba en desacuerdo. La niña apretó los puños y frunció, levemente, el ceño al ver las expresiones de sus amigos.
—Si no quieren no lo hacen y ya…
—Uy, sí, mejor —interrumpió Chris—. Ni te imaginas lo difícil que es escribir…
—¡Pero sí ya tienes trece! —gritó la niña al ver la poca importancia que le daban—. ¿Acaso llegaste al curso en que estás por suerte?
—Claro —contestó tan campante que Albert se dio con la palma en la cara.
—Yo te escribiré —dijo Julián, la niña lo miró fijamente a los ojos, él se sintió nervioso—. Todas semanas hasta que regreses, te lo prometo.
—¿De verdad? —preguntó, y Julián notó que a la niña se le aguaron los ojos.
—Yo iré por ti todas las semanas. —Franco, que estaba con los más pequeños, llegó de pronto y se le lanzó encima al abrazarla—. Porque algún día seremos como papá y mamá.
Albert no pudo evitar comenzar a reír a carcajadas por la situación, la niña no sabía cómo quitarse a Franco de encima mientras se iba poniendo colorada de a poco. Julián esbozó una sonrisa de medio lado y Kevin reía fuerte. Chris, en cambio, intentaba imitar a su padre con fuertes risotadas, a pesar que lo más probable es que ninguno entendiera muy bien a qué se refería Franco. El abuelo los miraba de la puerta de la cocina y sonrió también, recordando el año pasado cuando para San Valentín Franco preparó una tarjeta de amor para la niña de Inglaterra, que fue entregada varios meses después, pero la intensión era lo que contaba.
El verano pasó en un abrir y cerrar de ojos, un instante en sus vidas que aprovecharon al máximo. La amistad entre todos se unió más y se hizo más fuerte. Se hicieron varias promesas para no olvidarse, esperando que las palabras no se las llevara el viento.
Cuando llegó el momento de la despedida, los abrazos comenzaron y las palabras de apoyo se quedaron muy grabadas en la memoria de la niña. Todos le desearon un muy buen viaje, que esperaban que en Londres le fuera bien y se adaptara con facilidad, que tratara de no llegar tan a la defensiva como lo hizo en Taevas, que recordara que en Londres se quedaría, quizás, para toda la vida. Ella simplemente asintió, su sueño no era quedarse en Londres para siempre, ella quería volver a Brighton con sus primos y poder viajar a Taevas en las vacaciones, no quería que eso cambiara, pero ya estaba pasando.
—No te olvides de mí —dijo Franco al abrazarla con fuerza—. Seremos como papá y mamá, no me olvides.
—A mí tampoco me olvides —añadió Chris y se unió al abrazo. Kevin hizo lo mismo.
—Llorona, llorona —se burló Math sonriente.
—Pequeño demonio —susurró al mirarlo—. Si no fuera por el profesor, te sacaría los ojos.
—Déjaselos un par de años más, por favor —pidió sonriente.
—Sí, sólo un par de años más —sonrió Taylor agarrando a Math en sus brazos—. Para ver si se le pasa lo malvado a este consentido y malcriado niño. —Le hizo cosquillas y Math rió con fuerza.
—Julián. —La niña se acercó al mencionado y éste la miró—. ¿Vas a escribirme todas las semanas? Voy a esperar esas cartas con ansías.
—Aún sigo sin entenderle ni media, media, papi. —Chris le susurró a su padre, éste le revolvió el cabello y sonrió.
—Lo haré, pero tú también tienes que escribirme a mí. —La niña lo miró fijamente, Julián se sintió sonrojado y el abuelo lo miró con una sonrisa de medio lado, ese «mí» había sonado muy posesivo.
—Lo haré.
El último recuerdo que tuvo Julián de la niña, fue aquella sonrisa con la que se despidió al asomarse por la ventana del auto que partía. Se quedó mirándola hasta que desapareció, intentando entender cómo aquella niña se había metido tanto en sus vidas cuando al principio no era más que un bicho raro. Sin darse cuenta sonrió, esperando volver a verla pronto. Y con ese pensamiento en mente, entró a su hogar, donde el resto de sus hermanos se encontraba haciendo una y otra cosa. Se instaló en el sillón junto al abuelo que le contaba historias a Thais, y se quedó escuchándolo, aunque en realidad su mente vagó varios kilómetros de allí, cruzando el Océano y preguntándose cómo sería aquel mundo de la niña como para que ella fuera de la manera en la que era.
Y con ese pensamiento en mente, comenzó a escribir su primera carta.



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